Hoy en día todos los seres y cosas se miden, se captan en estadísticas, se encasillan en tablas. Sólo un grupo parece no ser interesante: los sin techo. Nadie sabe cuántos son, cuántos nuevos hay, cuántos escapan al desamparo habitacional, cuánto dura su carencia. Sin embargo, poco a poco el interés va creciendo. Los sin techo están más próximos a nosotros, y nosotros a ellos.
El hecho reside en la mayor visibilidad de las personas sin techo. Aunque no poseemos datos, se los percibe cada vez más. Y no sólo eso, nuestros estereotipos sobre las personas sin techo tambalean. Si alguna vez los hemos rechazado por drogadictos, alcohólicos, enfermos mentales o criminales, por deserving homeless (“merecer ser sin techo”) en el lenguaje de los investigadores de la pobreza, debemos reconocer que nos hemos equivocado. También personas con trabajo, sanas, honestas y esforzadas se quedan sin casa. Las razones pueden ser los alquileres que aumentan velozmente, el número cada vez menor de viviendas a precio razonable o las distancias cada vez mayores entre la casa y el trabajo. Las preocupaciones y los miedos pasaron del margen al centro de la sociedadEste panorama desolador muestra que la vivienda debe ser un derecho humano.
En Alemania todavía no conocemos hileras de tiendas de camping, como hay en las calles del Midtown de Los Angeles. Tampoco estacionamientos para que los sin techo puedan dormir allí en sus autos, vigilados y abastecidos por food trucks. A decir verdad, los estacionamientos se consideran un privilegio. Muchos duermen sencillamente en sus vehículos. En Alemania, la mayoría de las personas están a más de un salario de distancia, como se dice en California, de la situación de calle. Hasta la clase media estadounidense habla de lo cerca que está de perder la vivienda: deficiente protección contra los despidos, ahorros escasos, casas con hipotecas altas, insuficiente seguro social de salud o jubilación, falta de subsidio a la vivienda. Y los desalojos forzosos son mucho más fáciles de hacer que en Alemania.
Este panorama desastroso muestra que la vivienda debe ser un derecho humano. Y de eso forman parte un espacio habitacional a precio razonable, ingresos suficientes, una administración pública eficiente. Pero se necesitan más medidas. Hay que obligar a los inversores a que utilicen parte del dinero destinado a la construcción en viviendas económicas de carácter social. Necesitamos más y mejores refugios para personas sin techo, refugios a los que se pueda acceder con la pareja o con mascotas. No deben eliminarse los subsidios a las personas con trabajo. Hay que ampliar de modo decidido el método de intervención social “Vivienda primero”, gracias al cual se les consigue a personas sin hogar una casa de modo veloz y sin condiciones. La red de transporte público es muy importante para los sin techo y debe mantenerse y ampliarse. Y sí, necesitamos más conocimientos sobre las personas sin hogar.
Lo principal es, sin embargo, nuestra postura. Por más cercanos que sintamos a los sin techo, no soportamos su cercanía. También los alemanes son nimbys, los sintecho tienen que vivir en otro lado, not in my backyard, no en mi patio. Esto ya se ve en la arquitectura, que es defensiva y hostil con los sin techo. No debemos acercarnos al desamparo habitacional para enseguida perderlo tranquilamente de vista.