Vivir en el exilio   Mi hogar son mis recuerdos

Alguien sostiene en las manos una edición de "The Constitution of Kenya" Foto (detalle): © mauritius images / Tom Gilks / Alamy / Alamy Stock Photos

Ser obligado a vivir en otro país implica riesgos y numerosos desafíos. Con el desplazamiento espacial a un ambiente desconocido nos enfrentamos a una nueva cultura sin estar preparados. Soledad, poca autoestima e incluso depresiones pueden ser la consecuencia. Pero ¿hay casos en los que una vida en el exilio puede albergar nuevas oportunidades? Omwa Ombara, feminista declarada, vive en un exilio político y en esta entrevista habla de sus experiencias. 

¿Quién es Omwa Ombara?

Omwa Ombara es una periodista de investigación y cultura que vive desde hace nueve años exiliada en los Estados Unidos. Debió abandonar Kenia por sus artículos sobre los estallidos de violencia postelectoral en 2007 y 2008.

Omwa Ombara trabajaba como directora regional y redactora local para la revista The Standard en Mombasa, ciudad costeña de Kenia, cuando la Corte Penal Internacional la identificó como posible testigo de cargo contra William Ruto y Uhuru Kenyatta, quienes meses más tarde fueron elegidos vicepresidente y presidente respectivamente. En contra de los dos políticos había una acusación por el asesinato de 1.500 personas y por daños corporales y evacuación forzada de sus casas de más de 650.000 personas.

Después de que Omwa respondiera a una invitación de la Corte Penal Internacional para hacer su declaración como testigo, desconocidos le hackearon el teléfono y la conexión de Internet y la siguieron por las calles de Nairobi. No tuvo otra opción que huir y participó un año de un programa de protección de testigos. 

¿Cómo llegó a la situación de exilio?
 
Me convertí en exiliada después de estar un año bajo la protección del programa Media Witness Protection en Nueva York y de Human Rights Protection y la Agencia de Protección de Testigos en Kenia. 

Las fuerzas de seguridad estatales me estaban vigilando y mi vida corría peligro. Docenas de testigos efectivos o potenciales desaparecieron en circunstancias misteriosas. Tuve que huir para salvar mi vida. Con ayuda de amigos y amigas cuyo nombre, para protegerlos, no puedo mencionar, aterricé finalmente en Washington D.C.

Llegué a los Estados Unidos en 2013 y todavía estoy aquí. Más tarde, la acusación de la CPI se retiró por falta de pruebas, ya que la mayoría de los testigos decidieron por miedo no declara o desparecieron sin dejar huellas. 

¿Qué experiencias ha tenido en el exilio? 

He tenido experiencias buenas y malas. Perder el propio hogar es una segunda muerte. Significa perder la propia alma, la familia, la comunidad, los amigos y todo lo que se poseía. 

Llegar a un nuevo país e integrarse en el lugar de trabajo y a la cultura social, física, espiritual, económica, es mucho más traumático de lo que puede imaginarse. 

Nadie le cree a uno lo que ha vivido. Siempre hay que demostrarlo. Además, empezar de cero es cualquier cosa menos fácil. Son muy raros los casos en que alguien pueda seguir haciendo el trabajo que hacía antes. Puede ocurrir incluso que uno tenga que volver a la escuela y formarse de nuevo. 

El entorno nuevo es diferente. Las personas tienen otras miradas y concepciones de la vida. El periodismo de aquí se diferencia del de mi país. Lo que allá sería una noticia, no necesariamente es interesante para la gente de aquí. Por eso al principio acepté algunos trabajos que nunca pensé que haría. Para pagar las cuentas, pegué etiquetas en cebollas y tomates en un supermercado. Trabajé de camarera en eventos como bodas y entierros. Más tarde hice una formación en asistencia sanitaria comunitaria y acompañaba a los pacientes al hospital.

Antes de volver a integrarme a la sociedad pasé un año y medio en un hogar para personas sin techo. Al comienzo sufría de fobia social y tenía desconfianza a nuevas amistades. La soledad deja en el corazón un dolor hueco, y las emociones nostálgicas pueden ser muy paralizantes.

El exilio me hizo más fuerte, pero al mismo tiempo, paradójicamente, también me ablandó. Aprendí el arte de sobrevivir y trabé nuevas amistades con cuya ayuda logré dar el paso de regreso al mundo de los medios. Por experiencia propia sé que la desgracia puede alcanzar a cualquiera. Por eso ahora tengo más empatía y menos prejuicios. Al mismo tiempo, vivir en el exilio me impidió volver a mi patria para enterrar a mis seres queridos, especialmente a mi madre. El sentimiento de culpa puede ser enorme, pero ¿qué se puede hacer? 

¿Vivir en el exilio influyó en su escritura?

El exilio fortaleció mi capacidad de escritura y cambió mi perspectiva sobre determinados temas. Pude publicar mis memorias e informar sobre el panorama de los medios en Kenia y sobre lo delicado y arriesgado que es para los periodistas cubrir allí las elecciones presidenciales. 

Como hace nueve años que no estoy en mi país, ahora escribo sobre temas regionales de los Estados Unidos, especialmente sobre inmigración. Acá hay clubes y centros para escritores. Además, hay subsidios para escritores y programas de residencias. He aprovechado todas esas oportunidades, de modo que mi escritura no se oxidó.

Como asilada política, tengo limitaciones en cuanto a lo que puedo cubrir en el plano político. No puedo criticar o escribir sobre el gobierno que me está persiguiendo. Esa es una de las reglas con las que me cuesta convivir. Me causa una sensación de impotencia y vergüenza. Mi alma llora de desesperación y frustración. Siento que he fallado como periodista. En el país que me hospeda no puedo seguir peleando la guerra que peleaba en el mío.

Un aspecto positivo es que he ganado confianza para contar mi historia y la historia africana desde mi propia perspectiva. 

¿De qué otro modo se vio afectada su vida?

He aprendido a elegir mis amigos y a reconocer a mis enemigos con sabiduría. Ver que todo lo que había construido se convertía en cenizas me partió el corazón. Tengo cicatrices en mi corazón que me recuerdan mi pasado y a menudo se convierten en una carga difícil de llevar.

Sin embargo, mi fuerza proviene de mi resiliencia. Estoy aprendiendo a dar la bienvenida a lo nuevo y a caminar con los zapatos nuevos del modo más confortable posible. También he aprendido a no considerar a mi familia como algo que está garantizado. No puedo tocarlos ni verlos personalmente. He creado un hogar en mi corazón y vivo allí. Hace tiempo que mi hogar dejó de ser un lugar físico, ahora son los recuerdos de mi pasado.

Usted se declara feminista. ¿Cómo ha influido el feminismo en su vida y su obra? 

Sí, soy una feminista que aboga por los derechos de las periodistas mujeres, especialmente en relación con el salario. Actualmente, por lo general, se les paga menos a las periodistas mujeres que a sus colegas varones, y eso debe cambiar. También he luchado abiertamente contra la discriminación de las periodistas mujeres en relación con los ascensos y oportunidades de carrera. Espero con ansias el día en que el patriarcado se acabe en el sector de los medios y los escritores varones y mujeres sean tratados con igualdad. 

La entrevista fue realizada por Tom Odhiambo, docente de literatura, medios y estudios culturales en la Universidad de Nairobi.

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