Pelearse es bueno  ¡Cuidado, democracia!

¡Pelearse es bueno! Osos polares en Manitoba, Canadá
¡Pelearse es bueno! Osos polares en Manitoba, Canadá

No hay nada mejor que la democracia. Hasnain Kazim está convencido de eso. Pero también sabe que es imposible tener democracia sin esfuerzo, sin equilibrio y, sobre todo, sin peleas.

No son pocos los que se consideran a sí mismos “ardientes defensores de la democracia”. Quien tiene como bandera el “compromiso con la democracia” cree que está comprometido con el bien, con lo justo. La democracia, por lo menos para la mayoría de nosotros en el mundo occidental, pero también para otras partes del mundo, es la mejor de todas las formas de gobierno: ¡el pueblo manda! ¡Controlamos nuestras propias vidas! ¡La mejor solución vence!

¿Quién hace las reglas?

Todo lo anterior es correcto y está bien, pero las cosas no son así de fáciles. No nos olvidemos de que se trata de gobernar y eso implica siempre ejercicio del poder. ¿Quién decide sobre quién? ¿Quién obedece a quién? ¿Quién hace las reglas? Cuando los seres humanos conviven, son necesarias las reglas si se quiere que todo transcurra bien y de modo justo, esto es, civilizado. Es decir que el gobierno es necesario. Y, en consecuencia, también las jerarquías. Todas cosas que no son precisamente agradables.
 
Podría haber un dictador, un “hombre fuerte” (y seamos honestos: por lo general son varones los que actúan de modo dictatorial), un “líder”, que reclame arrogantemente el poder para sí y decida todo sin tener en cuenta a los demás. O un autócrata, que tal vez conserve la apariencia democrática, pero en realidad decida todo él solo. Sabemos lo que eso significa: arbitrariedad, falta de libertad, sufrimiento, violencia.

O hay democracia: con elecciones, un parlamento y gobierno electo. Visto así el asunto, la democracia es el menor de los males. No me malentiendan: en lo que se refiere a formas de gobierno, no hay nada mejor que la democracia. Mediante elecciones el pueblo transfiere el poder por un tiempo limitado. Alguien puede ser recompensado con la reelección. El pueblo puede quitar de nuevo el poder cuando la insatisfacción con los gobernantes aumenta. ¡Fantástico!

Argumentar, debatir, llegar a acuerdos sensatos

Pero la democracia no es algo sencillo. Por supuesto, podemos actuar únicamente según nuestros intereses, y hay personas que creen que, si todos hicieran eso, al final surgiría algo bueno. Hasta cierto punto eso podría ser cierto. Pero en la práctica se muestra que así resultan perjudicados los callados y los débiles, los dubitativos y los temerosos, los considerados y los indulgentes. En una democracia, pues, todo discurso y toda acción debe tener en cuenta los intereses de otras personas. La consideración y el respeto forman parte de la democracia.

Las decisiones son, la mayoría de las veces, resultado de concesiones. Al fin y al cabo, debe contentarse al mayor número de personas, y también a las minorías. Para poder tomar decisiones sensatas hay que estar informado. Hay que hablar, debatir, discutir, pelear, ponderar, intercambiar argumentos, exponer las propias opiniones y fundamentarlas, soportar a veces palabras filosas (y también pronunciarlas), cuestionar los propios puntos de vista y, probablemente, modificarlos, en fin, buscar el equilibrio.
 
Todo esto es fatigoso y conlleva el peligro de que no poca gente quiera rehuir el esfuerzo y opte por soluciones fáciles y sin concesiones. ¡Uno manda, todos obedecen, y listo! Otros creen que no es necesario ocuparse de la democracia, no es necesario cuidarla o cultivarla, al fin y al cabo hay democracia desde hace mucho tiempo, ¿qué puede salir mal? Recordemos entonces a nuestras maestras y maestros, que decían que la democracia se nutre de la colaboración y debe ser resistente, y que hay que trabajar por ella. Los alumnos bostezábamos. ¿De qué está hablando este?, nos preguntábamos, si vivimos en democracia.

El populismo como peligro mundial

De hecho, la democracia está declinando. En todo el mundo surten efecto respuestas simples a cuestiones complejas, los populistas celebran éxitos con sus propuestas radicales, las personas ya no apuestan a los acuerdos ni a la convivencia pacífica sino a la división y al derecho del más fuerte. La democracia misma es susceptible de populismo, ya que se basa en votaciones y en el principio de la mayoría. Hay quienes piensan que la democracia significa el gobierno de la mayoría por sobre la minoría. Si fuera así, las minorías nunca podrían ejercer influencia. Por eso son necesarios el equilibrio y la representación de todas las personas.

Por último, muchos desean más democracia directa, es decir, plebiscitos. La idea es que, después de intercambiar argumentos, se debería votar todo. Teóricamente eso es correcto. El problema es que muchos temas políticos son tan complejos que no pueden constreñirse en un esquema de sí o no. Además –y esto también es un peligro– los seres humanos son manipulables. Con las palabras correctas en el momento correcto se puede entusiasmarlos para que acepten cualquier cosa. Por ejemplo, la tortura y la pena de muerte. O la estigmatización y discriminación de una comunidad, de una etnia o una religión.

Pelear por los valores democráticos

Ahora bien, lo anterior resulta inaceptable en una sociedad civilizada. Por eso la democracia necesita límites. También límites a lo que se puede decir. La libertad de expresión no implica que todo pueda decirse sin que haya consecuencias. Las palabras tienen consecuencias y hay que asumir las consecuencias de las propias palabras. Vivimos en una época en la que los extremistas tienen cada vez más influencia. Aquí, extremistas de derecha, fascistas, neonazis, allí, islamistas. Muchos de ellos usan la democracia para sus objetivos. Proponen soluciones presuntamente sencillas para problemas complejos y así ganan elecciones, obtienen parlamentarios, aprovechan las estructuras democráticas para socavar la democracia. Determinan la agenda política, en algunos países cogobiernan, en otros incluso dirigen el gobierno, y constantemente envenenan el clima social.

Por eso debemos pelear. Debemos buscar la confrontación cada vez que veamos en peligro nuestros valores, nuestra sociedad tolerante y liberal. Debemos alzar nuestra voz, aportar argumentos, comprometernos con la democracia. Si no luchamos, si esquivamos la confrontación, las libertades, conquistadas con esfuerzo, se verán recortadas. El autoritarismo se está propagando, ideologías extrañas ganan cada vez más seguidores. Debemos luchar para que la democracia venza. Pues la verdad es que no hay nada mejor.

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