Memoria pública  El costo anímico de los monumentos

Una estatua es arrojada al río.
Una estatua es arrojada al río. Foto (detalle): © picture alliance / NurPhoto | Giulia Spadafora

El debate es muy conocido. ¿Qué debería suceder con los monumentos que representan a personas que oprimieron a otras, tales como los monumentos a dueños de esclavos o colonizadores? ¿Deberían retirarse o seguir en pie? Renee K. Harrison, profesora asociada de Historia Afronorteamericana y de las Religiones de los Estados Unidos en la Universidad Howard, tiene algunas respuestas e ideas, pero también se pregunta: ¿por qué no hay un monumento a todos los que sufrieron la esclavitud?

Se suponía que usted participaría (aunque no pudo hacerlo por dificultades para viajar) en el simposio “Rethink and Reload - Monuments in 21st Century Democracies Between Iconoclasm and Revival” (Repensar y recargar: los monumentos en las democracias del siglo XXI, entre la iconoclastia y el resurgimiento). Allí no sólo se habló de los grupos marginalizados que demandan visibilidad en el espacio público mediante monumentos, estatuas y memoriales sino también de algunos casos de monumentos específicos. ¿Qué piensa usted sobre este tema?

Siempre me hacen esa pregunta: los monumentos reaccionarios o problemáticos en relación con la sociedad democrática, ¿deben retirarse, destruirse o conservarse? ¿Los mantenemos o los quitamos? Siempre la respuesta me genera dudas porque respecto al tema estoy en los dos bandos. Personalmente, pienso que depende de las circunstancias, de si la situación dada reclama el retiro o la conservación. ¿Es la existencia del monumento ofensiva para un grupo en determinado tiempo y lugar? ¿Cuál es el costo? Y cuando digo “costo” no me refiero al costo fiscal. Hablo del costo anímico, el peso y el perjuicio en los individuos, las comunidades y la nación a lo largo del tiempo. Opino que es cada comunidad la que debe decidir si remover o conservar un monumento.

Si pienso el tema como historiadora, digo que los documentos deben permanecer. Solemos hablar sobre la memoria desde un marco que implica mirar hacia atrás y traer lo que quedó oculto, denostado, sin narrar, o lo que se dijo para borrar intencionalmente determinadas partes de la historia. Cuando participamos en la narración de historias que fueron omitidas y a la vez borramos historias dominantes, seguimos perdiendo la narrativa. Como historiadora, sugiero que necesitamos todas las historias. Todo es parte de nuestra memoria cultural. Así, los monumentos que son ofensivos e hicieron que las sociedades se construyeran bajo la premisa de supremacía, el daño y el odio tienen que permanecer porque debemos contar esa historia. Necesitamos recordar qué atrocidades se produjeron en la historia de la humanidad. Y también tenemos que poner en primer plano los relatos de los perjudicados. Para tener una historia más completa, esos relatos, es decir todo el abanico de la historia estadounidense, tienen que pasar al primer plano. En este sentido, cuando miro un monumento de una persona o un acontecimiento particular, veo todo el abanico de la historia estadounidense.
 

El patriotismo puede ser para un grupo orgullo y conservación. Para otro, exclusión y daño en su condición humana.

Entonces ¿usted se refiere a contextualizar los monumentos, ponerlos en el contexto de la época, de la narrativa que operaba en el momento y explicar la historia que está detrás?

Sí, creo que las sociedades contaron únicamente la historia patria desde la versión de aquellos que definieron qué es el patriotismo, y ese ha sido el problema: el patriotismo puede ser para un grupo orgullo y conservación. Para otro, exclusión y daño en su condición humana. En consecuencia, necesitamos todo el abanico de la historia sobre los monumentos. Todo el contexto de la historia puesta en el altar de cada monumento.

Entonces, ¿cuál es el problema con el modo en que se aborda el tema actualmente? Usted dice que el contexto es necesario, pero ¿cómo deberíamos afrontar el tema de la cultura de la memoria, especialmente cuando se trata de historia Negra? ¿Se debe involucrar a más personas?

Sí, pienso que los que están en las universidades, los que quieren conservar algún monumento en particular por su pasado patriótico y heroico, deberían participar en la conversación con aquellos que quieren derribarlo por su historia racista, imperialista, y también deberían estar aquellos ubicados en el medio. Pues lo que puede pasar, y lo que he comprobado en mi enseñanza, es que si aquello ocurre, la historia del monumento adopta más matices porque hemos escuchado distintas y diversas versiones de la historia, todas las cuales son verdaderas. No pienso que el relato de la historia deba ser únicamente de una persona, grupo o perspectiva cultural. Tomemos, por ejemplo, el reciente simposio en Berlín. Ahí tenemos muchas personas que cuentan la historia. Lo que se necesita es reunir a todas esas personas en el mismo recinto y que confronten entre sí, así tendremos toda la historia. Y esperemos que en ese intercambio humano, podamos comenzar a decir: “Mi modo de ver la historia necesita ser reexaminado y recontextualizado porque ahora estoy escuchando otras voces”.

Usted dijo que mucha gente ya está hablando del tema. ¿Quién está hablando ahora de cultura de la memoria? ¿Es tan sólo un tema académico o el público en general debería involucrarse en el debate y en la toma de decisiones? ¿Cuán inclusivo es el proceso?

No sé si es tan inclusivo, y no puedo hablar por todos, porque no sé qué está pasando en diferentes países y regiones. Sé que soy parte de un grupo que está hablando de eso, y de la conversación participan religiosos, activistas comunitarios, artistas, gente común, académicos, profesionales, científicos y políticos. Ahora bien, no sé si podremos producir un cambio significativo, pero nuestro colectivo sí demuestra que podemos tener una conversación. Contestar su pregunta, pues, es difícil porque depende de si el grupo está dispuesto a trabajar como una amplia coalición para impulsar conversaciones sobre monumentos y memoria cultural. Me parece bueno lo que se está produciendo en la academia, porque la academia está llegando a diferentes sectores de la sociedad. Así es como yo llegué a la conversación: escribí un libro, y mientras escribía involucré a personas que ya estaban haciendo el trabajo.

De acuerdo a su opinión y experiencia, ¿cuáles son las diferencias entre Estados Unidos y los países de Europa respecto a la cultura de la memoria?

Cuando llegué a Washington hice muchas caminatas por la ciudad con el hijo de un colega. Cierta vez, fuimos al Museo del Holocausto, en el National Mall; esa fue nuestra primera parada. Cuando llegué al final de la visita, vi lo último que se exhibía: zapatos. Esos zapatos me quitaron la respiración. Y ese es el efecto que deben tener los monumentos. El memorial me atrapó: no podía irme porque seguía pensando. “Hubo personas que llevaban esos zapatos cuando entraron en las cámaras”. Dejamos el museo y caminamos por el lugar, y comencé a mirar, y vi todos los monumentos a esos grandes hombres blancos. Y me pregunté: “¿Dónde está el monumento a todos los que construyeron esta ciudad? ¿Dónde está el monumento, la conservación, el reconocimiento de su sangre, su sudor y sus lágrimas, de sus trabajos, de su ingenuidad, de sus talentos?” En los Estados Unidos puedo ver las atrocidades del Holocausto. Las veo en los zapatos. Pero no hay nada en el National Mall sobre las atrocidades de la esclavitud en los Estados Unidos. El hijo de mi colega me preguntó: “¿Por qué no escribes sobre eso?” Y en ese momento comenzó la aventura de escribir el libro Black Hands, White House: Slave Labor and the Making of America.

Y es así como encuentro una respuesta a su pregunta: la diferencia con los países europeos y sus capitales es que reconocen y recuerdan su pasado como no lo ha hecho la capital de los Estados Unidos. En la capital, los legisladores no han reconocido el trabajo de la población Negra ni las atrocidades cometidas contra esta, no le hicieron un monumento como forma de la memoria cultural. La esclavitud existió en los Estados Unidos durante más de 250 años. Ahora hay un museo, pero no un monumento explícitamente creado para honrar a aquellos que jugaron un papel en la construcción de este país y fueron retenidos contra su voluntad. No hay nada. Esa visita al Museo del Holocausto me llevó a su vez al Museo del Holocausto de Berlín. Sé que el Monumento a los Judíos de Europa Asesinados no es la respuesta. Sin embargo, cuando de los zapatos de Estados Unidos llegué a los macizos bloques de cemento gris de Berlín, me quedó claro y me dije a mí misma: “En este intento por contar la historia del pasado participan personas de la comunidad, investigadores, aquí participan activistas, personas de dinero, y el gobierno”. Eso quiere decir que Europa, más específicamente Alemania, ha logrado en cierto modo algo que Estados Unidos no consiguió. Cuando planteo este tema, observo a Alemania. No digo que sea perfecto, pero es un ejemplo que está ahí. Y si observo a los ocho otros países involucrados en el comercio esclavista, sólo aquellos que levantaron memoriales de la esclavitud están actuando intencionalmente en ese sentido, y eso a la vez es testimonio del modo en que han consagrado la memoria cultural.

Usted ha dicho que algunos monumentos están fuertemente influidos por el patriotismo y por cómo se define. ¿Quién, cree usted, define el patriotismo? ¿Y piensa que eso influye en el modo como se crean estatuas y memoriales en los Estados Unidos?

Sí, y además creo que están definidos en términos de supremacía blanca y nacionalismo blanco. La idea de que la blanquitud se considera como lo más elevado de la existencia humana. Quienes adhieren a esa clase de superioridad y legitimación lo hacen para promover la versión que tienen de ellos mismos y de su historia cultural con la exclusión de otros. En cierto modo, le están diciendo a la sociedad: ¿Por qué tendríamos que favorecer a aquellos que consideramos inferiores? ¿Por qué deberíamos consagrarles un memorial? Los monumentos son para reverenciar, ¿no? Se hacen porque se venera a la persona o al grupo que hizo algo para hacer avanzar la causa propia, o que se comprometió en algo que uno considera bueno y patriótico para enriquecer la nación. En cierto modo, creo que en su forma temprana el patriotismo se definía como ser blanco, nacionalista y como un modo particular de ser estadounidenses, al punto que esto llevó a la Independencia de Estados Unidos. Allí se dio entonces de algún modo la necesidad de fundar un camino o identidad alejado de todo lo que quedara fuera de la definición de supremacía blanca y nacionalismo.

Los monumentos se construyeron desde la perspectiva del patriotismo, el nacionalismo blanco, la cristiandad y el patriarcado.

Su investigación se centra, entre otras cosas, en el abordaje interreligioso de un amplio espectro de temas que afectan a la comunidad afronorteamericana. En referencia al pensamiento feminista Negro, ¿hay desafíos al enfrentar esos temas, en especial de la memoria pública, desde una perspectiva interreligiosa?

Históricamente, los monumentos se construyeron desde la perspectiva del patriotismo, el nacionalismo blanco, la cristiandad y el patriarcado. Esa es su cruz. Eso uno lo puede reconocer porque es lo que ve cuando camina por el National Mall de Washington. Se ven santuarios cristianos, masculinos y blancos. Y hombres de valor que fueron a la guerra o fueron considerados grandes pensadores en la época. Entonces, hasta cierto punto, para cualquiera involucrado en la memoria cultural, el desafío es el compromiso con una empresa feminista de memoria cultural, porque no se trata solamente de meter en la narrativa a una mujer o a un cristiano de color; se trata de criticar la narrativa que omite deliberadamente a ciertos grupos, y promueve el concepto de que ser estadounidense significa ser blanco, varón, anglosajón y protestante en lucha por la autopreservación. Y eso significa que en el trabajo de memoria cultural y construcción de monumentos, para nosotros, comprometidos, la misión no es reemplazar una cosa por otra, sino expandir, contar la historia completa. Tiene que ser un proyecto feminista interreligioso porque, si no lo fuera, simplemente tendríamos las mismas ideas con personas diferentes.

Entonces, la pregunta es qué significa abordar el tema desde una perspectiva más amplia. Para mí, significa ejercer la crítica, lo cual es un acto feminista, cuestionar el orden existente y repensar ese orden de modo que represente el bien común de modo más amplio.

También le puede interesar

Failed to retrieve recommended articles. Please try again.