Desigualdad  ¡Mujeres, a tocar el bajo!

Mientras en Alemania las mujeres que hacen jazz suelen evitar el bajo, la artista polaca Kinga Glyk demuestra que las cosas pueden ser diferentes.
Mientras en Alemania las mujeres que hacen jazz suelen evitar el bajo, la artista polaca Kinga Glyk demuestra que las cosas pueden ser diferentes. © picture alliance / Geisler-Fotopress | Clemens Niehaus/Geisler-Fotopress

El movimiento MeToo y la falta de igualdad en la retribución y en la oferta de trabajo son temas importantes en el mundo del jazz. Lamentablemente, las deficiencias no se abordan con suficiente intensidad, opina nuestra autora, Sophie Emilie Beha.

En realidad, este texto debería ser innecesario, ya que el jazz es una de las formas artísticas más receptivas a la apertura, la tolerancia y la integración. En realidad, tales características deberían constituir el terreno ideal para un jazz diverso e igualitario, que se base en una postura político-artística contra la opresión y discriminación estructural. Idealmente...

La relación entre los géneros: hoy como ayer desigual

Sin embargo, si observamos el mundo del jazz, en seguida llama la atención que la relación entre los géneros es cualquier cosa menos igualitaria: en Alemania sólo tres mujeres tienen una cátedra de instrumento en una escuela de nivel superior. En las cuatro big bands de las radios estatales hay sólo dos mujeres entre sesenta y cuatro varones. Y hace poco, la cantante Donya Solaimani opinó así en las redes sociales sobre el line up del festival de otoño Rhein-Ruhr: “En este flyer hay más Martines (3!) que mujeres”.

Esa discrepancia puede fundamentarse con otros números. El estudio “Mujeres en la Cultura y los Medios” del Consejo Cultural Alemán analizó en 2016 los datos de la Caja Social de Artistas (KSK). En el caso del segmento “Músicos de Jazz y Rock” observó una participación femenina del diez por ciento.” También en 2016 participaron de una encuesta online cerca de 2.000 músicos de jazz. La encuesta exploraba las condiciones socioeconómicas y laborales del jazz como campo profesional. Los resultados se presentaron en un estudio de la Unión de Jazz de Alemania, que luego tuvo una segunda edición en 2022 con el foco puesto en las diferencias de género. Los dos estudios revelan una grave desigualdad: el veinte por ciento de los músicos son mujeres (en el estudio no se preguntó por otros géneros no pertenecientes al sistema binario). Es decir que las mujeres constituyen un quinto de los músicos de jazz en Alemania. Además, llama la atención que las mujeres representan sólo el doce por ciento de los instrumentistas pero el ochenta y seis por ciento de los cantantes. La mitad de las cantantes, además, dijo tocar algún instrumento, que en la mayoría de los casos se trataba del piano.

No es casualidad que las mujeres del jazz todavía sigan siendo a menudo cantantes o pianistas. Ya en 1991, la musicóloga Freia Hoffmann investigó las causas de esta situación. En el siglo XVIII y XIX sólo se consideraban adecuados para las mujeres los instrumentos que permitían presentar sus “cuerpos bellos” de modo apropiado. Los movimientos corporales demasiado expresivos se consideraban indecorosos. Por eso, a las mujeres se les permitió principalmente cantar y tocar el piano. Al parecer, nada de eso ha cambiado: es raro que las mujeres toquen instrumentos musicales asociados a gestualidades fuertes –el bajo o la batería–. La distribución desigual muestra que muchos instrumentos todavía están vinculados a estereotipos de género. Y dado que los estereotipos a su vez estabilizan y conservan las normas, las relaciones de poder existentes se vuelven más firmes.

“Quien quiera ser un maestro practique desde temprano”: formación y remuneración

El hecho de que en las escuelas de música estudien más chicas que chicos puede generar esperanza. Pero en lo que se refiere a participar, afirmarse como músico y, en fin, tener una carrera, la situación es la inversa: en los ensembles –sea la banda de una escuela o un trío profesional– hay menos mujeres. “Con la creciente profesionalización del jazz es cada vez menor la proporción de mujeres entre los estudiantes, los líderes de bandas, los docentes y catedráticos”, escribe Urs Johnen en Gender. Macht. Musik. Geschlechtergerechtigkeit im Jazz (Género: Poder. Música. La igualdad de género en el jazz). Ahora bien, no se trata de un fenómeno particular del mundo del jazz, sino un reflejo de lo que ocurre en la sociedad.

La brecha de desigualdad se amplía todavía más si se observa la desigual remuneración de los músicos. Según el mencionado estudio de 2016, las mujeres cuya ocupación principal es el jazz ganan cerca del veinticinco por ciento menos que sus colegas. Esa grieta es más grande que la brecha de género salarial promedio de Alemania, que es del 18%. La inalterable opresión estructural de las mujeres está, sin duda, profundamente arraigada en las estructuras patriarcales y hegemónicas de nuestra sociedad.

MeToo y abuso de poder

Por supuesto, en el jazz existen relaciones de poder igual que en otros sectores de la sociedad. En julio de 2023, una declaración de la música, compositora y activista Friede Merz arrancó enérgicamente de su letargo al mundo del jazz de Alemania: Merz publicó una declaración en su blog, en la que advertía sobre el abuso de poder estructural en la industria musical. Y habló tanto de las estructuras problemáticas de las escuelas superiores de música como de la escena independiente y describió cómo la violencia, los ataques y excesos favorecen y amparan la discriminación. Como parte de la declaración, Merz publicó también un caso de MeToo que la compositora y pianista Julia Kadel calificó, en un panel en el Forum de Jazz de Darmstadt, de “momento muy significativo y valioso que necesitábamos desde hace mucho”. “Episodios como ese no resultan algo sorprendente para nosotros”, dijo al respecto la catedrática y percusionista Eva Klesse en una entrevista. “Es muy importante generar esos debates”. Sin embargo, hasta ahora la declaración no tuvo consecuencias amplias. Es verdad que numerosos músicos de la escena independiente se solidarizaron con Friede Merz y con las demandas que planteó, pero brillaron por su ausencia la reacción y el apoyo por parte de instituciones, asociaciones de jazz y establecimientos.

Todo esto muestra qué largo es el camino que tienen por delante organizadores, músicos, escuelas superiores, asociaciones, dueños de estudios y periodistas musicales. El jazz de Alemania es todavía una escena clasista, patriarcal, blanca y de varones cis. Las deficiencias son conocidas y también son conocidas numerosas propuestas de solución. Pero para transformar las circunstancias actuales no alcanza con la buena voluntad –que existe en muchos lugares–. Si el jazz no quiere volverse anacrónico, la escena tiene que enfrentar a su propio sistema más allá de las políticas simbólicas y los intentos de exculpación. No puede seguir ignorando temas como el abuso de poder y la desigualdad de géneros.

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