La obsolescencia programada designa una práctica en la que los productos son fabricados o diseñados defectuosamente de modo intencional para que después de cierto tiempo de uso se vuelvan obsoletos.
“Las cosas sencillamente no duran tanto como antes.”
Quien haya querido comprarles a sus padres un nuevo smartphone u otro aparato electrónico, muy probablemente habrá escuchado de ellos la frase citada. Y no estarán equivocados. En efecto, hoy casi es imposible encontrar un aparato electrónico cuya garantía dure más que un año. Al mismo tiempo, vivimos en un mundo en el que cada vez es más difícil reparar objetos.
La velocidad con que la tecnología se ha desarrollado en los últimos años puede ilustrarse de modo muy gráfico observando el hecho de que los cosas envejecen hoy mucho más rápido que antes. Hay dos conceptos que se relacionan con esta situación: el envejecimiento planificado y la percepción de envejecimiento. Este último es fácil de explicar: prendas de vestir de la llamada fast fashion, que se cambian por otras cada algunos meses; smartphones a los que cada seis meses les siguen modelos nuevos que les ponen a los anteriores el sello de anticuados; autos que se presentan en el mercado en nuevos colores. El objetivo de estas medidas es hacer que los clientes compren productos nuevos aunque estos reemplacen a productos que todavía funcionan bien pero como no son el último modelo que se consigue, los consumidores se ven obligados a deshacerse de los aparatos anteriores.
¿Qué es la obsolescencia programada?
La obsolescencia programada designa la práctica en la que los productos se fabrican o diseñan defectuosamente de modo intencional para que después de determinado tiempo de uso resulten obsoletos.
Reparar un aparato es cada vez más difícil. Si alguna vez usted quiere reparar su vieja netbook y la abre, enseguida se dará cuenta de que los tornillos no tienen una rosca estándar y que los diferentes componentes están soldados de un modo que es imposible intentar reemplazarlos sin dañarlos. La única solución es, entonces, deshacerse de la vieja netbook y comprar una nueva. ¿Después de cuatro años el televisor no funciona perfectamente? Es una lástima, ya no se puede reparar, porque la empresa dejó de fabricar los repuestos correspondientes hace dos años.
“Ese envejecimiento planificado se considera un motor del crecimiento de las empresas. Sobre todo en el sector tecnológico se desarrollan intencionalmente productos de modo que envejezcan muy rápido. De otra forma, no habría crecimiento”, dice Piyush Dhawan, cofundador de The Circular Collective, una organización de la India que busca simplificar la economía circular. Dhawan todavía recuerda la época en que los aparatos electrónicos pasaban de una generación a otra... una situación de la que ahora estamos muy lejos.
“Especialmente en el mercado de productos electrónicos, la moda y el mercado automotor los productos se superan a una velocidad vertiginosa”, continúa explicando Dhawan. En el mercado de los muebles, por el contrario, las cosas son distintas. Allí todavía se pueden seguir reparando bien los objetos, cuando tienen una parte defectuosa, se puede alagar su vida útil reciclando alguna de sus partes.
A propósito, el principio de la obsolescencia programada no es un fenómeno nuevo. El ejemplo más antiguo de esta práctica se remonta a los años veinte del siglo pasado, cuando los productores de lamparitas eléctricas de todo el mundo cerraron filas en los que se llamó el Cartel de Phoebus, que impidió que cualquier productor ofreciera lamparitas que duraran más de mil horas. Toda fábrica que ofreciera lamparitas con una duración mayor era castigada. También es sabido que las fábricas de cartuchos de impresoras configuran sus productos para que ya no impriman después de determinado número de páginas, aunque tal vez todavía haya tinta suficiente. Como los cartuchos no pueden rellenarse, uno está obligado a comprar nuevos.
En los años veinte del siglo pasado, el Cartel de Phoebus obligó a los fabricantes de lamparitas eléctricas a limitar a mil horas la funcionalidad de sus productos.
| Foto: Philips Archives
En los últimos años, sin embargo, se ha comenzado a percibir una resistencia cada vez más clara a estas prácticas. Según un informe de 2017 de la Comisión Europea, el 77 por ciento de los consumidores europeos prefiere reparar sus productos a comprar nuevos. Ahora bien, los costos de reparación son tan altos que parece más razonable comprar nuevos aparatos. En 2018 la Unión Europea prohibió la obsolescencia programada. Y ese mismo año la aprobó el Circular Economy Action Plan (“Plan de Acción para una Economía Circular”) en el que se exige que todos los productos que se venden en la Unión Europea tengan la mayor duración posible, es decir, contribuyan a una economía circular.
Obsolescencia programada y puestos de trabajo en el sector de reparación
A diferencia de muchos países occidentales, en la India todavía florece la cultura de la reparación. En todo el país pueden encontrarse pequeñas tiendas que reparan productos electrónicos pero también de otras clases. Sin embargo, desde que hizo su entrada el comercio electrónico y muchas páginas web atraen clientes con sus ofertas sumamente convenientes, en la India son cada vez menos las personas que hacen reparar sus cosas. Esta evolución tendrá efectos, a su vez, en la situación laboral de quienes trabajan en el rubro de las reparaciones.
“Hoy los productos electrónicos se elaboran de modo que ya no se los pueda reparar. Las personas que antes trabajaban en este sector pequeño, autoorganizado, han pasado a vender accesorios de smartphones. Ya no hay muchas personas que reparen celulares, esos puestos de trabajo están desapareciendo”, dice Dhawan. Por el contrario, otros objetos como zapatos, bolsos o muebles siguen reparándose en pequeñas tiendas.
Pero ahora hagamos de abogado del diablo: si hay más demanda de productos, la economía crecerá y más personas tendrán trabajo. En otras palabras: ¿la obsolescencia programada no crea puestos de trabajo? Dhawan responde: no.
“Esos productos que son superados velozmente crean puestos de trabajo que existen sólo por un tiempo. Mejor sería crear trabajos de calidad y poner a disposición de las personas las herramientas correctas. Deberíamos establecer un modelo según el cual la venta de productos sea un servicio que construye un lazo duradero entre clientes y marca”, dice Dhawan.
El efecto secundario: una generación de residuos enorme
La obsolescencia planificada causa, además, muchos problemas ambientales, ya que el principio de “comprar y desechar” trae consigo cantidades inmensas de basura. Según un informe de las Naciones Unidas, la tendencia a comprar nuevos productos electrónicos en lugar de repararlos ya genera anualmente cincuenta millones de toneladas de residuos electrónicos, de los cuales una gran parte termina en Ghana y Nigeria. En la India, el 82 por ciento de los dos millones de toneladas de basura electrónica proviene de aparatos de uso privado.
Por eso, la solución ideal sería, explica Dhawan, que en nuestra economía no hubiera residuos electrónicos. Los fabricantes, en lugar de lo que hacen, deberían garantizar que los aparatos que ya no funcionan se podrán devolver y serán reciclados. “Deberíamos ponernos como meta devolver el producto al círculo de la economía y seguir usando los recursos utilizables que aún hay en ese producto”, continúa Dhawan. “Sin embargo, por ahora esas no son las prioridades, pues todavía para las empresas es más barato fabricar un producto nuevo que reciclar uno viejo y seguir usándolo.”
Si ya en el desarrollo del producto se incluye la economía circular, tendríamos estas amplias consecuencias: no sólo nos aseguraríamos de que las cosas durarán más sino también de que al final se desecharán de modo sustentable. Otra posibilidad sería una distinción mediante estrellas, la que, dice Dhawan, ha tenido efectos maravillosos en el campo de los bienes de consumo. Según este sistema, se otorga determinado número de estrellas a un producto en relación con su reciclabilidad. Esto ayuda a los consumidores a tomar la decisión correcta.
En 2018, una de las grandes empresas del mundo, Apple, debió soportar una crítica masiva cuando se conoció que el rendimiento del software se ralentizaba automáticamente después de dos años. Apple debió pagar en Francia una multa de 25 millones de euros y ofrecer también un cambio de batería económico.
Hay leyes que mantienen esa obsolescencia intencional entre ciertos límites, por ejemplo el Plan de Acción para una Economía Circular de las Naciones Unidas y la legislación europea. Y en la India, la Ley de Responsabilidad Extendida del Productor, que obliga a los productores a ser responsables del desecho de los aparatos viejos. El desafío mayor es, sin embargo, hacer que esas leyes se apliquen con tal rigor que sean realmente eficaces.
Hasta entonces seguiremos siendo esclavos de esa práctica comercial que prevé un envejecimiento planificado.
septiembre 2020