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Novelas y cuentos
Giovanna Rivero

Giovanna Rivero
Foto: © Irene Antúnez Rivero

De Giovanna Rivero

Giovanna Rivero (Bolivia, 1972). Ha publicado libros de cuentos y novelas, tales como Para comerte mejor (2015), 98 segundos sin sombra (2014), entre otros; así como ficción destinada a lectores jóvenes, como La dueña de nuestros sueños y Lo más oscuro del bosque. En 2011 fue seleccionada por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como uno de “Los 25 Secretos Literarios Mejor Guardados de América Latina”.  Obtuvo el Premio Internacional de cuento Cosecha Eñe 2015 y el Premio Dante Alighieri (Bolivia, 2018). Tiene un doctorado en literatura hispanoamericana por University of Florida.
 

¿Te sientes realizada en tu trabajo literario?

En cada cuento o novela que escribo me entrego de manera radical y eso es lo que me da cierta paz de conciencia artística. Sin embargo, la escritura misma parte de la premisa contundente de que está destinada a traicionar el mundo que pretende narrar; siempre habrá algo que rebasa las posibilidades del lenguaje, y precisamente ese es el territorio de insatisfacción en el que habito a la hora de escribir.

Me siento en paz con algunas decisiones importantes de mi vida en las que he apostado con valentía y determinación por el camino de la escritura. Este camino lo estoy haciendo muy a pulso y de eso puedo enorgullecerme.

¿Te planteas, como escritora, los temas de género?

Como escritora he sentido mucho las desventajosas diferencias que, por ejemplo, hace el mercado cultural con respecto a cómo valora, marca y posiciona tanto la escritura como la imagen de una escritora. Me rebelo diariamente contra eso. Me rebelo a través de una escritura que no quiere formatearse según los moldes estéticos, temáticos y sintácticos que prefieren las editoriales para allanar su camino económico. Mi literatura es difícil de vender y esa es mi prueba de fuego.

Sin embargo, en mi escritura nunca le doy vida a un personaje o tejo un relato con el objetivo premeditado de alegorizar o denunciar los problemas de género y sus grandes injusticias. Hacerlo así, le cortaría las alas a la ficción y me obligaría a humillar a mis personajes, exigiéndoles cumplir roles didácticos. Claro que esos temas surgen en mis textos porque son parte de la vida, de sus terribles imperfecciones, y es justamente ese costado oscuro de la existencia el que yo tiendo a contar. Pero, insisto: creo de corazón que un principio no negociable de la escritura es su auténtica libertad.  Sólo si se escribe desde ahí podemos aspirar a dejar, quién sabe, un relato trascendente que dé cuenta del funcionamiento ideológico de un pedacito del mundo.

El mercado es una esfera y el trabajo de la escritura, un mundo totalmente autónomo. O así debería serlo. Conscientes de esos dos ámbitos, y de cómo el primero puede retrasar terriblemente la visibilización y circulación de obras literarias que valen mucho la pena, pero que no fluyen con la velocidad económica y la levedad simbólica que promociona el mercado, es que decidimos con una amiga escritora (Magela Baudoin) intervenir y poner en marcha un proyecto de edición. Se trata de Mantis, una colección de narrativa que se edita bajo el paraguas de Plural editores y que publica exclusivamente las obras de escritoras mujeres. Les prestamos atención a propuestas y a escritoras que no ceden ni se acomodan a esos formatos tácitos del mercado.
 
¿Qué le faltaría a la literatura boliviana para desarrollarse?   

Seguir fortaleciendo todo su campo cultural. El circuito de lectura escritor/a-libro-lector se debilita si no está en funcionamiento una maquinaria cultural más abarcadora. Los diálogos sobre lo que leemos hacen que los efectos emocionales e intelectuales trasciendan la experiencia sensible individual. Esos diálogos deben ocurrir en el seno de una comunidad. Hay que darle lugar a esa comunidad, a ese encuentro, tanto en las páginas de los suplementos periodísticos como en las actividades académicas que deben esforzarse por incluir más y mejor a los lectores no-académicos. Esos diálogos deben estar a cargo de una crítica que, sin ser enajenadora en su lenguaje y sus códigos, demande de los lectores nuevas habilidades de interpretación. Acompañar a los lectores en su maduración nos permitirá dibujar una línea del horizonte mucho más luminosa y prometedora.

Afortunadamente he visto que hay una creciente participación de gestores culturales y agentes de reflexión que están dinamizando este aspecto en Bolivia. Antes sólo se publicaban números, estadísticas, de cuánto se leía o de qué se leía en nuestro país –reproduciendo el tono que usa el mercado para hablar de rankings–, pero desde hace unos años ha comenzado a discutirse sobre cómo se simboliza lo que se lee, sobre cómo lo que leemos integra cosmovisiones, ideologías, pensamiento político. Eso es muy bueno. Eso nos conducirá necesariamente a desafiar a los lectores a que revisen sus propios procedimientos de lectura literaria. Pienso que, al comienzo, leemos para identificarnos, nos seducen los textos que nos dan la razón, que no tensionan nuestro propio lenguaje. ¿Quién no quiere sentirse inteligente cuando lee? Es natural. Y las grandes editoriales por supuesto que prefieren editar, marcar y vender esas escrituras llanas, “transparentes”, que le confirman a la gran masa su propio alcance imaginativo. Pero si los lectores están constantemente estimulados por un sistema cultural más exigente, ellos también van a auto exigirse y a decidir en gran medida por sí mismos qué mundo nuevo quieren explorar en un texto, qué subjetividades opuestas a su propia idiosincrasia se atreven a comprender. Entonces tenemos el verdadero ejercicio político del lector, de la lectora. Pero si lee obedeciendo mandatos de marketing, lo que tenemos es un consumidor más y no un lector “duro de roer”.
 
 

 

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