IRIS KIYA
[Quizá nunca fue el sabor de la pimienta]
Quizá nunca fue el sabor de la pimienta,
pero me inclino a pensar que el sabor de esas pelotitas negras
me recuerdan a las hojas de otoño,
cuando la ansiedad era tan tenue
que creía que el poniente y la cordillera se mareaban
con tan solo pisar esas hojas secas,
aquel abril en el que caminé por cafés solitarios
y rechacé ir a partidos de fútbol.
Entonces volvía a recordar el sabor de la pimienta
y mi mente añoraba el día que fui a ver las carreras de caballos
y aposté por uno y otro,
jamás gané,
solo me empantané los pies.
Recuerdo el sabor de la cerveza y los cigarrillos en la terraza
donde los pececillos de color naranja
burbujeaban y bailaban
como las hojas de otoño que golpeaban el rostro de los transeúntes.
Así pasaron los días,
exiliado –
escuchaba el sonido de las pelotitas de pimienta negra
entraba en un trance.
La pimienta,
como un concierto sinuoso que hiciera mi hermano todas las mañanas,
no importaba si llevaba un litro de alcohol en los filones de su cuerpo,
sus uñas siempre de defendían por tener grietas pimentadas
¿qué significaba eso?
El llanto por mi hermano
sí,
eso
porque no pudo llegar al mar caspio.
Lloraba porque mi hermano ya no caminaba en busca de pimienta
caminaba en busca de un arma.
Y cuando a veces me acercaba a sus oídos
le decía con voz templada
hermano, extraño las señales tuyas cerca del mar caspio
no sabía que mi hermano estaba destinado al exilio
un exilio que se siente al caminar,
al reír,
al comer.
Es imaginar a mi padre hundido de viejo en la cabecera de su cama.
Es esperar a que mi madre le haga señas con las pelotitas de pimienta negra.
Mi hermano solo puede respirar dentro de su maleta verde,
respira aire,
respira pavimento,
respira el aliento de los otros que lo miran con desdén.
Y las orquídeas en el cementerio solo afloran el recuerdo de mi hermano.
Y la pimienta negra no sirve para nada,
solo me tira azares.