JAIME NISTTAHUZ
"Lealtad"

Del libro Cuentos desnudos (La Paz, Correveidile, 2008)
 
Era la cuarta vez que Isabel se iba donde sus padres. Siempre se llevaba a los hijos. Ernesto se dedicaba a beber. No le gustaba meterse con otras mujeres, porque se enredada con ellas.
Isabel, cuando se reconciliaban, se encargaba de repetírselo:
-Te comprometes. No eres como tus amigos, que se meten un rato.
-Ajá. Quieres que sea un cabrón. Que las use. Y punto. No es mi carácter: Me gusta vivir lo que provoco. 
 
Había bebido tres días. Y sólo había dormido horas. Estaba con los nervios hechos tiras y con deseos sexuales incontenibles.
Recordó haberse encontrado meses atrás con una mujer con la que tuvo amoríos cuando era soltero, sin mucho sexo, pero con  un recuerdo imborrable. La mujer dejó la huella de sus dientes cuando hacían el 69. Sentía como alfilerazos, mientras él trabajaba con su lengua entre las piernas de ella. 
-Qué me estás haciendo.
-Queriéndote, papito. Queriéndote, nada más.
Al desvestirse para dormir, cuando llegó a los calzoncillos para cambiarlos por el pijama, vio que tenía puntos rojos. La mujer le había desportillado la cabecita de su aparato, con mordiscos de ratón.
Encontrándola después de años, había anotado su teléfono.
Como Isabel había viajado a ver a sus padres, llamó a la mordisqueadora. La mujer, se sorprendió.
-Qué día puedes salir conmigo -le preguntó.
-Cualquier día. Siempre y cuando llames en la mañana.
El hombre no se dio cuenta que la empleada lo estaba escuchando.
 
Ese día bebió con alegría, alguien lo iba a sacar de su necesidad.
A la mañana siguiente, marcó el número.
-Sería tan amable de comunicarme con Neysa -dijo.
-Habla ella. ¿Quién habla?
-No soy Fernando ni Andrés, por si acaso.
-Ernesto. Loco.
-¿Puedo verte?
-No. Ahora no. Tengo que verme con mi hijo. Llámame mañana.
Se dio cuenta que la mujer quería aprovecharse de su necesidad. Podía postergar el encuentro con su hijo, con quien obviamente se veía más. Ellos no se habían encontrado años. No iba a llamarla.
Para evitar tentaciones, volvió a darle al trago.
Llama uno de sus amigos. Le cuenta el dilema.
-Llámala. No seas cojudo. Debe tener problemas familiares. Llámala.
-¿Te parece?
-Claro. No seas cojudo. ¿No conoces a las mujeres? Llámala, y después me cuentas.
Y estaba escuchando otra vez la empleada.
Después que colgó, la mujer se le acercó.
-No la llame, don Ernesto -le dice, golpeándole con la mano suavemente la entrepierna.     
 

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