Orlando Lübbert, un cineasta chileno-alemán en Berlín

Para Orlando Lübbert, Berlín representa buena parte de su vida. A pesar de haber regresado a Chile en 1995 y tener un hijo y una nieta en Alemania, regresa a Berlín para presentar su nueva película en el legendario cine Babylon en octubre de 2014. Ese viaje fue simbólico en muchos sentidos e implicó cerrar un círculo. “El cine estaba lleno de amigos”, dice con emoción. Un contraste con los difíciles inicios de este arquitecto y cineasta chileno-alemán que llegó en 1974 a vivir su exilio en el país de sus antepasados.
 

Cirqo Foto: cortesía de Orlando Lübbert
En 1888 llegó, procedente de Ottensee, el hamburgués Heinrich Lübbert (bisabuelo de Orlando) a Chile y se estableció en Recoleta, un barrio popular de Santiago. Esto marcó a su descendencia, ya que tanto él como Otto, el abuelo de Orlando, no frecuentaron los círculos alemanes del barrio. Así fue que Orlando Lübbert asistió a colegios públicos y nunca aprendió el idioma de sus antepasados. El golpe militar de 1973 le obligó a interrumpir el rodaje de su largometraje documental sobre la historia del movimiento obrero chileno. Con la ayuda de la embajada sueca logró salvar el rico material de archivo y entrevistas para luego exiliarse en México desde donde busca reunirse con su material y con co-realizador, quien había encontrado apoyo en Berlín. No sin tropiezos y prácticamente en calidad de indocumentado, Orlando llega a Berlín Occidental donde no solo se encontró con su material, también conoció la solidaridad de los colegas alemanes. Entretanto, su padre averiguó que los Lübbert tenían derecho a un pasaporte alemán, el que recibe al mismo tiempo que un decreto de expulsión por haber ingresado sin visa a Berlín Occidental. Lo que sigue es arduo trabajo, la finalización del documental “Los puños frente al cañón” (“Die Fäuste vor der Kanonen”), su estreno en el Forum des Jungen Films de la Berlinale de 1975 y la decisión de vivir como “Deutsch-Chilene” en Berlín Occidental, ciudad donde cimentó su carrera de realizador de cine y a la que vuelve cuando puede como a una segunda patria. En septiembre de 2014 presentó su nueva película de ficción “Cirqo” en Bruselas, Moscú y Berlín, en una gira para recaudar fondos de distribución. Conversamos con Orlando Lübbert sobre sus impresiones de ese viaje.


¿Por qué mostrar “Cirqo” en Alemania era importante para ti?

Viví veinte años en Alemania, hice mi carrera allí. Fue un privilegio poder madurar en ese ambiente, ver buen cine, conocer gente maravillosa y poder descubrir los tesoros de la biblioteca del Instituto Iberoamericano. Yo regresé a Chile en 1995, pero “Cirqo” la escribí en Berlín entre 1993 y 1994. Quise condensar muchas cosas en este guión del Chile que había dejado y del país que me había acogido, donde la memoria ha sido un instrumento de verdad y de justicia por las víctimas del fascismo. Sentía que yo era importante en Chile, tan simple como eso. Había realizado el largometraje “El Paso” con actores chilenos en el exilio, luego “La Colonia”, una película de ficción sobre Colonia Dignidad y algunos documentales  para la televisión alemana, como fue “Correcto”, un largo documental sobre el efecto de la tortura, y el miedo en las personas y en su comportamiento. Mi trabajo tenía relación con Chile y, sobre todo, con aquello que se destruyó dentro de las personas, lo que significó el desgarramiento de la dictadura. Es así como pensé que el espacio más adecuado para narrar esto en la ficción era un circo pobre como los que conocí en mi niñez. En las entrevistas que hice para “Correcto” descubrí que el humor fue un elemento de resistencia en los campos de concentración chilenos, como también lo fue para los judíos como una forma de sobreponerse a la adversidad. Basta ver a Ernst Lubitsch, a Billy Wilder, a Chaplin, de quienes aprendí a manejar aquel humor que se nutre del dolor. 

Orlando Lübbert © Cinemachile


¿Por qué demoró tanto la realización de “Cirqo”?

En realidad era un proyecto caro de filmar, porque el circo se mueve a través del país en distintas estaciones del año. Después de mi película “Taxi para tres” retomé el guión y lo ajusté a la realidad económica, es decir de un circo pobre. Posteriormente, gané un fondo de fomento de Corfo para pulir el guión y definir las locaciones y el casting, investigué los circos pobres y no pobres. Una de las cosas que descubrí es que Chile es un gran exportador de payasos y trapecistas. Además, el circo es un mundo cerrado y, tal como los gitanos, se organizan por familias. El golpe militar les afectó, tanto por el toque de queda como por la televisión, la que se llevó a los elencos y les robó su público.


¿De qué trata “Cirqo”? ¿tiene que ver con tus películas anteriores?

Es una ficción en la que dos protagonistas escapan de ser fusilados en un puente y son rescatados por un circo. Para poder quedarse en él, inventan un ingenioso número cómico con el lanza-cuchillos y es así como el circo pasa a representar un refugio de felicidad que resulta más efímero de lo que pensaban. Tuve un presupuesto muy reducido. Rodamos en el invierno del 2011 y fue muy duro, pero –con el mismo espíritu de lo cirqueros– lo logramos sin que se notara la precariedad de la producción. El mayor desafío fue parar los números del circo con los actores, inventando en la pista misma números de circo, como en un juego de niños. Aprendí mucho de esa experiencia que era nueva para mí, entre otras cosas algo muy bello e importante para un director de cine, que el payaso, antes de hacer algo sorpresivo siempre mira a la platea como una forma de buscar la complicidad del espectador. La recepción de la película fue impactante en Bruselas y en Moscú, donde la mitad del público era latino y la otra mitad local, donde el “risómetro” funcionó siempre, porque todos ríen en las mismas escenas, sin importar su cultura.

Cirqo | Foto: cortesía de Orlando Lübbert


¿Qué fue lo que más te marcó de la proyección en Berlín?

Por motivos climáticos, el vuelo desde Moscú llegó muy retrasado y solo llegué cinco minutos antes a un cine lleno de viejos amigos del exilio. También estaba allí Peter B. Schumann (periodista, experto en cine latinoamericano y antiguo curador del Forum de la Berlinale), y lo descolocó la carga dramática de una película que, teniendo un fuerte trasfondo político, entretiene y emociona, como en las películas de Chaplin. Reconozco algunas influencias de Angelópoulos, a quien conocí personalmente en Berlín y del mismo Chaplin. Fue espectacular proyectarla en el cine Babylon y fue un placer grande tener ahí a mi hijo, a mi ex mujer y a los amigos que me acogieron con tanto cariño y solidaridad cuando llegué a Berlín con una mano por delante y otra por detrás. Mostrarles mi película fue mi manera de hacerles ver que no los olvido y que valió la pena invertir en mí su confianza y su cariño.

 
Orlando Lübbert es director de cine y guionista. Vivió un largo exilio en Alemania, donde filmó documentales y cine de ficción. Tras su regreso a Chile, su película “Taxi para tres” ganó la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián del año 2001. Actualmente es profesor de realización cinematográfica en el Instituto de la Comunicación e Imagen (ICEI) de la Universidad de Chile.