De visita en Chile: Stefan Kaegi
Entre el 6 y el 15 de enero de 2015 los peatones y habitantes de Santiago fueron testigos de un interesante espectáculo: un numeroso grupo de personas con auriculares en la cabeza recorrió las calles y edificios de la capital chilena. Eran los participantes de la producción Santiago remoto, que se realizó en el marco del festival Santiago a Mil. El responsable de la idea, del guión y la dirección fue Stefan Kaegi, miembro del colectivo teatral Rimini Protokoll. Con él conversamos sobre su trabajo, la ciudad de Santiago y el teatro chileno.
Santiago remoto fue una de las tantas versiones de Remote X, que usted ya realizó en San Pablo, Milán y San Petersburgo. ¿Cómo es una función de Remote X?
Cincuenta personas caminan juntas por el espacio urbano y escuchan por auriculares una musicalización de la ciudad que ha sido compuesta cuidadosamente para cada lugar. La actriz principal es la voz de una mujer inexistente. Su voz está compuesta a partir de dos mil quinientas horas de grabaciones de voces y generada por medio de un software como el que usan los ciegos para leer las páginas web. Al buscar un camino surge entre los espectadores una complicidad, que puede tanto acelerar como ralentizar el paseo y la composición musical que los acompaña. Los niños y los jóvenes a menudo aceleran al grupo y entienden la experiencia no como una pieza teatral, sino como un juego, en el sentido de un juego de computadora en el que se avanza nivel tras nivel y se descubren nuevos rincones de la ciudad, que se vive como un escenario. Otros participantes hablan de una arquitectura invisible que, al modo de una coreografía, conduce al grupo por los senderos escénicos de la ciudad.
¿Cómo se desarrolló Santiago remoto?
A finales de 2013, cuando buscaba la locación, enseguida me enamoré del Cementerio Recoleta, porque integra diferentes aspectos de Chile: la historia, las víctimas y los victimarios, pero también los numerosos grupos de inmigrantes. Ahí comienza la gira: en el lugar donde la vida humana concluye, empieza a hablar la inteligencia humana, que luego lleva al grupo a un hospital. Allí los humanos y las máquinas cooperan para conservar la vida, allí los hombres confían precisamente en aquellos aparatos de los que trata la obra. Después se sigue con el metro, por escaleras mecánicas y por centros comerciales, es decir por lugares donde el flujo de la masa humana está dirigido por máquinas, y se llega hasta el centro, donde los espectadores casi sucumben en medio del alboroto urbano o lo perturban con repentinos flashmobs. Terminamos en la terraza del Colectivo Mapocho, en Cal y Puente, desde donde se puede observar retrospectivamente todo el viaje.
En Remote X las personas salen de su cotidianidad para convertirse en actores. Rimini Protokoll busca “posibilitar perspectivas inusuales de la realidad”. ¿Podría explicarnos un poco más esa forma de entender el teatro?
No usamos el teatro como espacio en el que los hombres representan virtuosamente a otros. En nuestras obras, más bien, lo que sube a escena, a través de un complejo sistema de espejos, es la realidad. Por ejemplo, el otoño pasado, en el Schauspielhaus de Hamburgo, nombramos a los más de seiscientos espectadores delegados de ciento noventa y seis países para atender la Conferencia sobre el Cambio Climático de la ONU. Los espectadores asumieron el papel de representantes de Canadá o Indonesia y, en espacios escenificados, debatieron sobre el futuro del planeta con climatólogos y con los integrantes de las otras delegaciones. En la actualidad, nuestro proyecto Situation Rooms está de gira por Alemania y Austria. Los espectadores trepan por una especie de estudio de filmación que reconstruye los lugares de trabajo de veinte personas vinculadas laboralmente al comercio de armas, sea como fabricantes, policías, niños soldados, médicos o políticos.
¿Qué impresiones le quedaron de su estadía en Santiago?
A diferencia de los proyectos de teatro clásico, en los que se pasa mucho tiempo ensayando en espacios cerrados, circulé mucho por la ciudad. Con mi sonidista Nike Neecke y el dramaturgo Aljoscha Begrich la estudiamos, musicalizamos, describimos y escenificamos. En este proceso se dan muchas oportunidades para observar. Me encantan los lugares de Santiago donde hay vida en el espacio público. En el centro, en la Plaza de Armas o alrededor del Mercado Central y de La Vega, pero también alrededor de las estaciones de metro se da una maravillosa mezcla de personas y contextos sociales, algo muy diferente de lo que sucede detrás de los muros de Las Condes, o en sus centro comerciales y estacionamientos.
¿Cómo describiría el mundo teatral y creativo de Chile comparado con el de Alemania?
Durante el festival Santiago a Mil tuve oportunidad de ver mucho teatro y discutir con artistas. En esta ciudad hay una escena de teatro increíble. También tuve la oportunidad de ver algunas exposiciones. Me parece excitante observar la apertura con que el mundo teatral chileno se interesa por la sociedad desde una perspectiva política, ver cómo ciertos proyectos elaboran el pasado y tematizan la explotación que hacen de la naturaleza las empresas mineras. Me impresionó la cantidad de actores que se forman cada año. Lamentablemente la formación es muy clásica y no prepara del todo a los estudiantes para el hecho de que la mayoría de ellos no podrán vivir de su trabajo arriba del escenario, y que deberán inventar por sí mismos una forma propia de arte o más bien un arte de supervivencia. Esa, me parece, sería una buena opción para los actores en Chile, donde es más fácil que en Europa determinar e inventar qué es teatro, qué es evento o qué es asamblea.