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“Je suis Karl“, Christian Schwochow
Festival de cine alemán (I)

Fotograma de “Je suis Karl” de Christian Schwochow, 2021
Fotograma de “Je suis Karl” de Christian Schwochow, 2021 | © Sammy Hart

Schwochow reconduce la historia de una familia rota por un atentado terrorista hacia una alerta sobre los movimientos neofascistas.
 

De Miguel Muñoz Garnica

En la línea de películas como “Nuevo orden“ (Michel Franco, 2020), Je suis Karl trata el fenómeno de los nuevos movimientos de ultraderecha con una deriva gradual hacia la distopía, hacia el «¿y si...?» más radical al que puede llevarnos la agitación política del miedo. Esto es, ¿y si el neofascismo consigue tomar el poder? Este componente distópico de Je suis Karl puede pillarnos desprevenidos, porque Schwochow lo esconde bajo lo que, en principio, es una historia íntima sobre la pérdida. Maxi (Luna Wedler) y Alex (Milan Peschel), hija y padre, han perdido al resto de la familia en un atentado terrorista. Pero la manera en que filma el momento en que ambos reciben la noticia, a base de interpretaciones que no escatiman en gritos de desgarro y que se corta justo en el punto álgido de ese dolor escenificado, ya debería ponernos sobre aviso. Se trata de trazar líneas rectas entre los sentimientos más primarios – dolor, rabia odio…–, que encienden la mecha del populismo.

Fotograma de „Je suis Karl“ de Christian Schwochow, 2021 Fotograma de „Je suis Karl“ de Christian Schwochow, 2021 | © Sammy Hart
Así, la estructura de Je suis Karl se configura para corregir cualquier deriva de esas rectas. Para evitar elementos de suspense que puedan resultar distractores – y de paso, simplificar la ecuación eliminando de ella al terrorismo islamista –, Schwochow se permite romper la focalización en los protagonistas e introducir una analepsis para darnos a conocer a los auténticos responsables del atentado. Por tanto, rompe linealidades narrativas o temporales en aras una linealidad ideológica prioritaria. Igualmente, la atracción de Alex hacia el Karl (Jannis Niewöhner) que da título al filme, un joven y carismático activista de un movimiento por la «regeneración europea», podría desviar el relato hacia un interés amoroso que introdujera los titubeos en la planificación fanática del joven. Para disipar las dudas al respecto, Schwochow inserta varios planos de Karl en solitario besando a su propio reflejo en el espejo.

No hay entonces, lugar para matices. El subrayado del narcisismo de Karl suma a una retórica de “monstruificación“ del líder neofascista bajo la cual emerge, nítida, la necesidad de un posicionamiento. La subtrama de Maxi potencia la lectura de cómo una juventud en principio inocente puede ser manipulada con la inflamación de la ira y la venganza. Pero la simplicidad de su trazado y la falta de una auténtica resolución dramática para esta subtrama, a la que se rechaza en favor de cerrar la película con la distopía consumada, revelan que tras estas imágenes hay, ante todo, la urgencia de alertar sobre un mal social, la idea de que la distopía puede ser no una exageración sino un aviso. En sus entrevistas, Schwochow ha sido diáfano respecto al «¿y si...?» más punzante al que apela su película: sí, el fascismo puede volver. Je suis Karl no busca otra cosa que agitar con ello al espectador por las solapas.

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