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Los copistas del Prado
La imitación perfecta

Copia de Almudena López de Ochoa.
Copia de Almudena López de Ochoa. | © Almudena López de Ochoa

Han transcurrido 200 años desde que el Museo Nacional del Prado abriera sus puertas. Son muchas las historias y los secretos que esconden sus paredes, pero si hay algo de lo que pueden alardear es que, pese a que las obras que se exponen permanecen estáticas, siguen estando vivas.

De Fernando Navarro, Almudena González, Alba Fernández y Procopio García

Esto no es casualidad, sino que es fruto del trabajo de un conjunto de profesionales que, aunque intentan pasar desapercibidos, no lo pueden ser menos a ojos de los espectadores y curiosos que deciden acercarse a los pasillos del museo. Los copistas del Prado podrían considerarse un elemento estructural más y es que son la razón de ser de uno de los museos más importantes para la pintura europea.

El Prado como Academia

A Bernardo Pajares, responsable de la Oficina de Copias del Museo del Prado, le gusta pensar que “al igual que en sus inicios, sigue siendo un museo que existe por y para los artistas. Antiguamente venían pintores cercanos a la gente que trabajaba en el museo para aprender de los grandes maestros”.

Bernardo Pajares Duro, responsable de la Oficina de Copias del Museo del Prado. Bernardo Pajares Duro, responsable de la Oficina de Copias del Museo del Prado.

En algún momento de la formación de muchos de los artistas que hoy engrosan los libros de historia del arte hubo una época dedicada a copiar. Es el caso de Picasso que “fue director del museo y –cuando era estudiante, según el libro de registros del museo- estuvo copiando, haciendo versiones y dejándose empapar por las obras”, cuenta Bernardo. Aunque no fue el único director del museo que empleó parte de su tiempo a imitar a los maestros. También están los casos de Pradilla o Gisbert.

¿Qué es ser copista?

Almudena López de Ochoa pintando una de sus copias. Almudena López de Ochoa pintando una de sus copias. | © Almudena López de Ochoa Para Almudena López hay una diferencia entre ser copista y artista. El interés por la pintura le viene de familia, ya que su madre también fue copista del Prado. Para ella ser copista es intentar que quede lo más parecido posible.

Aunque en su casa siempre han entrado varios sueldos, actualmente solo se dedica a copiar y el precio de la obra que está trabajando ahora mismo –El florero de cristal de Juan de Arellanos- ronda 1900 euros. Cuenta, además, que hay bastantes diferencias entre los cachés de algunos pintores y que existen diferentes tipos de clientes, pero sí se puede vivir de hacer copias.

Por su parte, José Luís Pérez ha sentido atracción por el arte desde pequeño. Es un pintor de vocación que entró en contacto con las copias con un cuadro de Veronés. Para él ser copista es un estudio de la obra. “Muchos pintores han copiado cuadros. Al empezar a pintar vi que uno puede estar pintando entre dos extremos. Por un lado, la imagen ideal que la que hizo el pintor y, por otro, intentar imitar hasta el craquelado del cuadro. Luego hay una interpretación. Nadie copia como si hiciera una fotografía”.

Le interesa lograr la atmósfera general, captar el carácter del cuadro y también pinta obras propias. “Cuando estaba haciendo la copia de Venus y Adonis me fijé mucho en el espacio. Entonces pedí un permiso que me concedieron para hacer una serie de perspectivas de los interiores”.

José Luis Pérez Santiago con uno de sus cuadros sobre la serie de interiores del Museo del Prado. José Luis Pérez Santiago con uno de sus cuadros sobre la serie de interiores del Museo del Prado.

Ana Gulias se vio envuelta en el mundo artístico por el amor que le profesa su familia. “En mi casa y en la de mis abuelos estábamos rodeados de pintura, escultura y mobiliario clásico. También influyó tener un padre y una tía autodidactas de la pintura”. Para ella copiar significa crecer a nivel técnico. “En cada cuadro que pinto me nutro del estilo y de la técnica de cada maestro”.

Convertirse en copista surgió por dos motivos. Por un lado, su padre pintaba en sus ratos libres copiando a los impresionistas franceses. “Él aprendió la técnica del óleo con la obra de Pisarro, Degas, Monet o Cézanne”. Por otro lado, en una visita con el colegio al museo del prado se quedó fascinada con la figura del copista. “Después de terminar la carrera de Bellas Artes quise probar suerte e intentarlo”.

Día a día

Desde la Oficina de copias del Museo, Bernardo se encarga de recibir y atender todas las peticiones relacionadas con copiar en las salas, pintar, dibujar y las transfiere a la coordinadora General de Conservación, Carina Marota. Los copistas deben pagar un permiso general y una cantidad por cada copia que realizan. Poder copiar cuesta 100 euros, 30 en el caso de los estudiantes.

Pero no está permitido hacer copias de cualquier obra. “Es el caso de la sala 12, donde se encuentran Las Meninas. Hay salas en las que sería complicado colocar caballetes, porque son muy concurridas”.

Vista del jardín de la Villa de Medici de Roma con la estatua de Ariadna. Copia de Ana Gulias. Vista del jardín de la Villa de Medici de Roma con la estatua de Ariadna. Copia de Ana Gulias.

Un universo propio

José Luis cuenta que ha conocido a personas de EEUU, Canadá y Asia. Entiende el museo como un micromundo. “Viene gente de los cinco continentes y siempre hay cosas raras, estrafalarias. Ves la complejidad del mundo del arte y las diferentes concepciones que tienen las personas por las preguntas que te hacen”.
Piensa que el público del arte es relativamente pequeño. “Al Museo del Prado viene mucha gente. Pero, al final, es una parte limitada de la población y la gente que compra arte todavía más. Dentro de los compradores cada uno tiene su gusto. Hay quien aprecia las copias y quien no”.
 
Pieza informativa realizada por el grupo formado por Fernando Navarro, Almudena González, Alba Fernández y Procopio García.

 

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