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Un gran reidor
El humor de Kafka

Escalera de la casa de Zeltnergasse 3, Praga
Escalera de la casa de Zeltnergasse 3, Praga | © Verlag Klaus Wagenbach

¿Es Franz Kafka realmente el escritor de lo sombrío y lo pesadillesco? Tal vez. Pero esa imagen es también superficial. A la busca de lo cómico en Kafka.
 

De Hernán D. Caro

Existe un malentendido literario que perdura obstinadamente: los textos de Franz Kafka ofrecen ante todo visiones melancólicas o escalofriantes, y el mismo Kafka es, ante todo, un atormentado cronista de la infelicidad. Como escribe el editor Klaus Wagenbach en su libro Ein Käfig ging einen Vogel suchen – Komisches und Groteskes (i.e.: Una jaula fue a buscar un pájaro. Lo cómico y lo grotesco) (2018), los términos “Kafka” y “kafkiano” hoy en día se han “independizado” de la obra del escritor: simbolizan todo lo oscuro, lo incomprensible, así como una interpretación que hace de Kafka el “poeta y santo patrón” de todos aquellos “para quienes la vida parece no tener salida”.

Sin embargo, la obra de Kafka también tiene un lado humorístico que es tan importante, es más, tan “kafkiano”, como su lado sombrío. Pero este aspecto, que no pocos expertos en Kafka han resaltado en repetidas ocasiones a lo largo de los años, se olvida una y otra vez. Esto probablemente responda a diferentes causas.

Una de ellas es que muchas personas, al parecer, están más informadas sobre ciertos aspectos de la vida de Kafka que respecto a su obra: sobre la mala relación con el padre, sobre sus fallidas relaciones amorosas, sobre la insatisfacción con su trabajo de empleado de seguros, sobre su muerte temprana por tuberculosis… También existe aquella interpretación según la cual Kafka predijo los crímenes de los nazis. Esta es una lectura que algunos críticos, como James Hawes en Excavating Kafka (2008), consideran sumamente problemática. O incluso está el hecho de que mucha gente, cuando piensa en Kafka, piensa automáticamente en el famoso retrato de 1923, que muestra al escritor en la última fase de su enfermedad: sombrío, con los ojos hundidos y las mejillas huesudas. Pero también existen fotos en las que Kafka aparece muy diferente, a saber: de buen humor. (Y por cierto, según cuenta Wagenbach, “en los años cincuenta, en el departamento de prensa de la editorial Fischer”, el retrato antes mencionado fue retocado a fin de realzar su lado “místico”).

Y, en fin, parece que en todo esto también tiene un papel importante cierta antigua desconfianza intelectual respecto al humor y a lo chistoso: la idea de que ambas cosas son lo contrario de la profundidad filosófica y emocional, y no, en realidad, dos de sus facetas.

Como escriben Astrid Dehe y Achim Engstler en Kafkas komische Seiten (i.e.: Las páginas cómicas de Kafka) (2011), Kafka era un “hombre sin sosiego que fracasaba una y otra vez, casi forzosamente”, pero a la vez era una persona con mucho sentido del humor. En sus cartas y diarios leemos sobre ataques de risa en el trabajo y situaciones disparatadas durante sus viajes. Su amigo, albacea y editor Max Brod cuenta que al leer El proceso en voz alta, Kafka se reía tanto “que por momentos no podía seguir leyendo”. Y Kafka mismo escribió a su primera prometida, Felice Bauer: “También sé reír […], incluso soy conocido por ser un gran reidor”.

Dehe y Engstler plantean que en los textos de Kafka hay muchos elementos “pensados para producir un efecto cómico”. Y de hecho, quien los lea atentamente –o simplemente los lea– encontrará muchos pasajes humorísticos. Estos tal vez no sean divertidos en el sentido de un humor “alegre” o festivo. El humor de Kafka es penetrante y abarca, entre otras cosas, lo grotesco, lo satírico, lo malicioso y, también, claro está, lo absurdo.

Como una invitación para seguir leyendo, a continuación mencionamos algunos de los lados cómicos de Kafka:

“No conviene seguir holgazaneando en la cama”

Gregor Samsa, el héroe –o mejor: antihéroe– de La metamorfosis, se despierta una mañana convertido en escarabajo. Como escriben Dehe y Engstler, esa situación debería ser por lo menos chocante para cualquier persona “normal”. Sin embargo, el viajante de comercio se enfada porque ha perdido el tren. “¡Ay, Dios! ¡Qué cansadora es la profesión que he elegido!”, piensa.

Samsa comprueba que tiene seis “patitas” y un caparazón, y que su voz suena como un “doloroso pitido”. Sin embargo durante algunas páginas piensa que lo que lo atormenta no es sino “simplemente […] el preludio de un resfriado mayúsculo”. Más tarde, cuando por culpa de la transformación no puede levantarse, dice: “No conviene seguir holgazaneando en la cama”.

Frente al carácter imperturbable, las preocupaciones serviles, la reacción totalmente inadecuada de este buen ciudadano, este puntilloso pequeñoburgués, ¿qué otra (primera) opción más que reír tienen los lectores y lectoras?

Slapstick

El particular carácter cómico de muchas escenas de Kafka, donde los personajes se caen, se golpean unos a otros o se mueven con gestos mecánicos o retorcidos ha sido considerado varias veces como una versión kafkiana del slapstick, esa clase de comedia cinematográfica (originalmente de la época del cine mudo) física, sin diálogos, muchas veces violenta y, en un sentido bufonesco, muy divertida.

En El proceso encontramos una escena de ese estilo: en uno de los ominosos tribunales que aparecen por todas partes de la novela, un viejo abogado les impide a sus colegas entrar en la oficina. Y lo hace así: “Por la mañana, después de veinticuatro horas de un trabajo verosímilmente no muy productivo, se dirigió a la puerta de entrada, allí se escondió y se dedicó a arrojar por la escalera a todos los abogados que se proponían ingresar”, escribe Kafka. Los abogados se ponen de acuerdo en agotar al anciano. “Una y otra vez enviaban a un abogado, que ascendía la escalera y luego se dejaba arrojar presentando la mayor resistencia –aunque esta fuera ciertamente pasiva–, para ser recibido por los colegas. Esto duró aproximadamente una hora; después, el anciano, que ya se encontraba agotado por el trabajo nocturno, se cansó realmente…”

Descripciones puntillosas

También puede constatarse en Kafka un placer obsesivo por describir de modo muy minucioso procesos corporales o físicos en general. Esto lleva a imágenes estremecedoras, como la de los métodos de tortura de En la colonia penitenciaria, pero también a escenas extravagantes.

Algunas pueden encontrarse en el Informe para una academia, donde un mono cuenta cómo se convirtió en imitador de los seres humanos. “¡Fue tan fácil imitar a la gente”!, reflexiona el animal en un pasaje. “Escupir pude ya los primeros días. Nos escupíamos unos a otros, después lo hicimos mutuamente en las caras; la única diferencia era que yo después me lamía la cara, ellos no hacían lo mismo con las suyas”. La descripción de la transformación en ser humano es muchas veces dolorosa, pero al mismo tiempo es tan bizarra que a veces uno no puede evitar menear la cabeza y reír de asombro.

Muchos pasajes de La metamorfosis tienen un efecto parecido. Por ejemplo, cuando Kafka describe los torpes intentos de Samsa, convertido en escarabajo, por levantarse de la cama y salir de su habitación. “Arrojar la colcha lejos de sí era cosa harto sencilla. Le bastaría para ello con abombarse un poco: la colcha caería por sí sola. Pero la dificultad estaba en la extraordinaria anchura de Gregor. Para incorporarse, podía haberse ayudado con los brazos y las manos; pero, en su lugar, tenía ahora innumerables patas en constante agitación y le era imposible hacerse dueño de ellas. Y el caso es que él quería incorporarse. Se estiraba; lograba por fin dominar una de sus patas; pero, mientras tanto, las demás proseguían su libre y dolorosa agitación”.

Enseñanzas desconcertantes

La obra de Kafka abunda en parábolas breves que parecen contener profundos mensajes morales. El problema con esas fábulas es que cuando se llega al final –el lugar de la agudeza y la iluminación en este tipo de textos –, ¡no se entiende en absoluto cuál es la condenada moraleja!

Un ejemplo es la Pequeña fábula, en la que un ratón intercambia algunas sabias palabras con un gato, para luego ser devorado de repente; o Ante la ley; o, de modo aun más claro, De las alegorías, que comienza con la siguiente reflexión:

“Muchos se quejan de que las palabras de los sabios son siempre dichas en sentido figurado, pero es que en la vida diaria no se las puede utilizar, y es esa vida lo único que tenemos. Cuando el sabio dice: ‘Ve hacia allá’, no quiere con eso decir que debemos pasar al otro lado, cosa que ciertamente podríamos hacer, siempre y cuando el resultado de este trasladarse valiera la pena; pero no es a eso a lo que el sabio se refiere, sino a un allá legendario que no conocemos y que tampoco él puede designar con mayor exactitud, y que, por lo tanto, de nada nos puede servir”. El texto sigue en el mismo tono y su final resulta desconcertante de un modo –hasta cierto punto– chistoso.

Ejércitos de comentaristas bien intencionados han intentado desentrañar estos textos: según ellos, se tratarían de alegorías del trabajo de Kafka, de su vida, de lo “espiritual”, etc. Ajá. A decir verdad, más bien tenemos la sensación de que, ante todo, Kafka está jugando: jugando con las palabras, con las expectativas de sus lectoras y lectores, con el género de la parábola. Tal vez tuviera razón el teórico literario Beda Allemann cuando escribió que las incomprensibles parábolas de Kafka son “ironía diabólica por antonomasia”.

* Nota del traductor: para la versiones castellanas de las citas de Kafka hemos consultado, Relatos completos, Losada, Buenos Aires, 1979, traducción de Francisco Zanurigh Núñez, Nélida Mendilaharzu de Machain y Jorge luis Borges, y El proceso, Colihue, Buenos Aires, 2012, traducción de Miguel Vedda.

* Este artículo fue publicado originalmente en alemán e inglés en la revista “Zeitgeister”.

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