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Temprana cultura pop
Kafka en el cine

Una gran sensación a principios del siglo XX: una visita al cine
Una gran sensación a principios del siglo XX: una visita al cine | © Noom Peerapong / Unsplash

A principios del siglo XX, el cine era nuevo y una gran sensación: Franz Kafka estaba fascinado por él. En sus escritos hay numerosas referencias a lo que Kafka veía en el cine.

De Alice Aronová

Franz Kafka (1883-1924), nacido en Praga, vivió personalmente los comienzos del cine, cuyas primerísimas películas lo fascinaron. Desde la perspectiva actual, se trataba de la cinematografía denominada “primitiva”, con películas de carácter normalmente afín al de la prensa urbana sensacionalista. Sin embargo, fueron obras que fascinaron a Kafka, quien las mencionaba en sus diarios y en cartas a su prometida Felizia Bauer. Sus comentarios al respecto están escritos en un “tono de excitación y apasionamiento”, a veces “melancólico”, según refiere el actor y escritor alemán Hanns Zischler.

El cine, una distracción y una atracción

En fecha tan temprana como la década de 1910, Kafka se convirtió en asiduo a la sala de cine. El género cinematográfico, que se encontraba aún en su etapa originaria, no era considerado todavía una forma artística, y numerosos escritores se negaban a colaborar en guiones para los cineastas. Descreían de la calidad de las versiones fílmicas de sus obras, y no querían cooperar con lo que –a diferencia del teatro– calificaban de “atracción de feria”. La situación no empezó a cambiar hasta entrada la década de 1920, cuando el largometraje, en un proceso lento pero seguro, se ganó la consideración de arte y no solo de entretenimiento fácil.

La primera sala permanente de Praga fue el “biografo” U modré štiky (i.e.: El lucio azul), en la calle Karlova. En 1907 pasó a dirigirla el ilusionista Viktor Ponrepo, que complementaba sus representaciones teatrales con la exhibición de películas y comentaba también con brillantez películas mudas. En prospectos publicitarios, prometía al público “imágenes tomadas de la vida y del mundo de los sueños que satisfacen cualquier exigencia”. Kafka fue espectador asiduo de la sala y también del cine Orient, que empezó a funcionar en 1908 en la calle Hybernská de la ciudad. Tan solo un año después, otro cine más abría sus puertas a los praguenses, el elegante cine Lucerna, con cabaret y cafetería. El Lucerna sigue abierto hoy, y en él por ejemplo se celebra regularmente el festival “Das Filmfest” en lengua alemana. Kafka acudía allí con frecuencia, solo o acompañado de familiares o amistades. Una de las personas de más confianza para Kafka, el escritor Max Brod, solía recordar cómo su amigo y él habían ido al cine no solo en Praga, sino también en sus viajes por Italia, Francia y Alemania.
“El labirinto de Franz Kafka”, gráfica de Stanislav Jurik

“El labirinto de Franz Kafka”, gráfica de Stanislav Jurik | © Stanislav Jurik

“La esclava blanca” y otros superéxitos

La película danesa La esclava blanca (Den hvide slavehandel I., 1911) del director August Blom era una película relativamente larga a diferencia de los primeros cortometrajes: con sus 55 minutos, un minutaje notable para la época, pasó a la historia del cine como el primer largometraje de duración media. Atrajo a mucho público a las salas. Las opiniones, en cualquier caso, no fueron todas entusiastas: aquella historia de amor ambientada en un burdel desencadenó polémica acerca de si se trataba de un producto kitsch que debía prohibirse, entre otras razones, por la sexualidad exhibida en pantalla, o bien había que considerarlo una obra audaz del arte cinematográfico. En la revista Lidové noviny, el escritor checo Jiří Mahen reseñaba así la película en 1911: “Para quien tenga conciencia en su corazón y entendimiento en su cabeza, la película resulta vomitiva. Es una extraordinaria tontería cinematográfica y un fraude a nuestro sentido de lo social, y nada más que eso.” Sin embargo, Kafka se entusiasmó con aquella acumulación de persecuciones y tiroteos en azoteas, una historia por lo demás que no tenía trama, pero sí emotividad, exotismo y, un desenlace de película de acción. Las peripecias de la hermosa Edith en su viaje a Londres para visitar a una pariente lo dejaron fascinado. En el barco, Edith caía en manos de criminales, para terminar viéndose en un prostíbulo en el que dos hombres iban a enamorarse de ella. Pero su salvación estaba reservada a un hombre como es debido, el ingeniero de un barco de vapor, ayudado por la policía. Kafka vivió sueños apasionados y terribles, tanto con la inocente Edith como con la sádica tratante de esclavos que abusó de ella.

También le gustaron otras películas mudas del momento. Se trataba ante todo de documentales de aquella primera época en los que aparecía la metrópolis checa y sus cien torres. Merece mencionarse la encantadora película de dos minutos Viaje en tranvía por Praga del año 1908, dirigida por Jan Kříženecký, cámara, fotógrafo y pionero del cine checo. La cámara, colocada en un principio en la parte delantera del tranvía (líneas 3 y 7), nos transmite en sus tomas imágenes que muestran la atmósfera de la Praga hoy desaparecida: el embarcadero, los puentes, la colina de Letná, las vistas del Castillo y el barrio judío en la época de la remodelación, el entorno en que vivía Kafka.

Kafka se entusiasmó también con el documental italiano Primera competición internacional de aeronaves (Primo Circuito Aereo Internazionale Di Aeroplane In Brescia, 1909, dirección: Adolfo Croce), una pieza técnicamente muy curiosa hecha para registrar el prestigioso evento del Gran Premio. En la película se ven los preparativos de los aviones antes de comenzar la prueba y su despegue. Contemplamos así el trajín de los mecánicos, percibimos la alegría con que aguardan el comienzo los 50.000 espectadores y la pasión sincera que sienten por las aeronaves sus diseñadores y quienes hacen la película. Además, la película celebra la victoria de Glenn Curtiss en la carrera aérea del 9 de septiembre de 1909. Kafka, que en ese momento estaba de vacaciones en el noreste italiano, había presenciado el acontecimiento en compañía de Max Brod y refirió en un escrito su experiencia llena de emoción: Los aeroplanos de Brescia. Su texto se publicó en el diario praguense Bohemia: “El poste de señalización indica al mismo tiempo que Curtiss va a volar para luchar por el gran premio de Brescia. (...) Tan pronto como queda claro, ya atruena el motor de Curtiss; tan pronto como podemos verlo, ya se está alejando de nosotros por el aire, sobrevolando el llano que se engrandece ante él, en dirección a esos bosques lejanos que parecen haber esperado hasta ahora para elevarse allí”.

En cualquier caso, Kafka no viajaba solamente en sentido geográfico, sino también con la ayuda del cine. Aquí se debe citar las películas italianas Peschiera, Lago Maggiore, Liguria, Il corse de Mirafiori (1907-1913, dirección colegiada), que también fueron exhibidas en Praga coloreadas, es decir: se aplicaba a lo filmado tonalidades en verde, azul, amarillo, sepia, marrón... El estilo meditativo de los documentales producidos en Italia les daba una atmósfera vacacional, y el público, incluido en este caso Franz Kafka, los disfrutaba dejándose llevar por las olas marinas o la belleza de los lagos, las cuevas y los monumentos de la Antigüedad. Para terminar, había también imágenes de las célebres carreras hípicas, que servían para mostrar a la gente famosa y la moda del momento –damas con sombrero–.

Una obra pictórica desaparecida y la búsqueda de la tierra natal

¿Había también comedia? Aquí no se podría pasar por alto la producción francesa Nick Winter y el robo de la Gioconda (Nick Winter et le vol de la Joconde, 1911, dirección: Paul Garbagni y Gérard Bourgeois), una divertida película de diez minutos rodada por Charles Pathé, el primer productor cinematográfico de la historia. La historia estaba basada en un incidente real ocurrido en el Louvre: el robo de la Gioconda el 21 de agosto de 1911 y la subsiguiente investigación policial, que no obtuvo ningún resultado. La pintura apareció de manera más o menos fortuita en Italia dos años después.

Curiosamente, la cifra de visitantes del Louvre no se resintió tras el robo, sino que, muy al contrario, millares de personas se apresuraron a acudir al museo para contemplar el hueco en la pared, y entre ellos estuvieron Franz Kafka y Max Brod.

Durante un tiempo, Kafka se declaró sionista convencido. En esa época escribió para la revista sionista Selbstwehr (i.e.: Autodefensa) y aprendió hebrero, aunque sus conocimientos del idioma no pasaron del nivel elemental. El idioma de Kafka era, sin asomo de duda, el alemán, aunque también hablaba con fluidez checo y francés. Por sus diarios se sabe que incluso llegó a jugar con la idea de emigrar a Palestina, no solo por razones de salud –el clima de la zona habría podido aliviar su tuberculosis–, sino también por sus amistades, que le habrían apoyado económicamente. Pero ¿qué tiene esto que ver con el cine? En 1921, Kafka anotaba en su diario: “Por la tarde, película sobre Palestina”. Sabemos que se trataba de la película Regreso a Sión (Shivat Zion, 1921), que vio en el cine Bio Lido de la calle Havlíčkova de Praga. En la obra se describía la nueva vida y la construcción económica de Palestina, incluida la abigarrada mezcla de pueblos y las necesarias puntualizaciones políticas. La película, rodada por encargo de Jerusalén, estaba hecha con la idea de que los judíos conocieran la realidad de Palestina. En qué medida Kafka tomaba en serio su decisión de abandonar Europa y cómo influyó en él esta singular experiencia cinematográfica son datos que nunca sabremos. Para Kafka, Palestina siguió siendo un paraje inalcanzable, inaccesible, cercano y lejano a la vez: un espacio imaginario, una película.

Entonces, ¿qué importancia tenía para Kafka el cine? Sobre la cuestión, asimismo, no podemos hacer más que conjeturas. Algo está claro en cualquier caso: el cine fascinaba al célebre escritor, que se sabía de corrido las programaciones cinematográficas semanales. Para él el cine significaba belleza y alegría, pero también sufrimiento. Parece muy posible que las películas fueran para Kafka una forma de huir de su soledad y de una vida personal más bien ordinaria como la suya. Kafka, que había estudiado Derecho, empezó a trabajar en 1908 como empleado de la Aseguradora de Accidentes Laborales de Praga –situada a pocos pasos del cine Lucerna–, pero su trabajo no le satisfacía: “Hace su trabajo a conciencia, pero se aburre terriblemente. Su tiempo libre lo reparte entre sus obligaciones en el negocio de su padre, una persona muy estricta, salidas con su creciente círculo de amistades –para ir al café, al cine, al cabaret, al prostíbulo– y experimentos literarios que se están volviendo cada vez más importantes”. Como escribe Hanns Zischler: “Varias veces al año, Kafka se refugia en el cine, en busca de algo que lo aturda. Va al cine para olvidar. No hay ningún lugar más apropiado en que se pueda lograr ese objetivo y a la vez disfrutar”.

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