Nueva Delhi
Romila Thapar, Historiadora
De Romila Thapar
Nunca pensé que lo que yo consideraba mi vida normal de pronto enfrentara un desafío tan intenso. Hasta tuve que preguntarme qué había entendido yo hasta este momento por vida normal. Pertenezco a una generación que siempre partió de la base de que las grandes cesuras de nuestra cotidianidad podían ser analizadas, comprendidas y, si era necesario, incluso ser detenidas. De este modo, el saber y el pensar servían a un propósito que valía la pena y podían orientarse a la protección de la vida humana. Distinto sería si fueran los poderosos los que provocaran intencionalmente esa cesura. En tal caso, si la mayoría de la sociedad rechazara a esas personas, se podría poner límites a sus ambiciones.
Hoy me pregunto por qué fuimos tan ingenuos. ¿A quién se le habría permitido reconocer y denunciar una cesura así? El médico chino que quiso advertir al mundo sobre el virus fue obligado a callar. Y, sin embargo, algunos pocos hablaron sobre lo que él había descubierto. También sorprende que haya alcanzado a una ciudad como Wuhan, que uno podría llamar supermoderna. Las fotos de Wuhan me recuerdan las representaciones de las ciudades del futuro en la ciencia ficción. Pero incluso en la ciencia ficción sería imposible controlar un virus como este, que propaga una enfermedad mortal. En algún momento me pregunté si esto sería una especie de guerra biológica. Un virus liberado secretamente en un pequeño rincón del mundo para que la enfermedad desencadenada se expandiera confiadamente por el mundo entero. Se sabe que los virus no conocen fronteras.
En los siglos pasados las epidemias no eran tan frecuentes. La literatura asiática contiene menos epidemias devastadoras que la europea. En Europa la catástrofe más grande fue la epidemia de peste bubónica, la Muerte Negra, que se produjo en el siglo XIV. Algunos afirman que el origen de la peste estaba en Asia Central o China y que la enfermedad hizo su viaje por la Ruta de la Seda, posiblemente con los ejércitos mongoles en sus campañas de conquistas contra Europa y en los barcos de los comerciantes de Génova, que hacían negocios con Oriente. De modo curioso, en Asia no se expandió pero sí lo hizo a toda velocidad en Europa para luego propagarse en el mundo islámico. Sería una ironía de la historia que la Ruta de la Seda, que trajo tanto bienestar económico, hubiera causado también semejante catástrofe entre los actores más ricos de ese sistema económico. En aquella época, los viajes y la comunicación eran muy lentos y, sin embargo, la enfermedad pudo asolar amplios territorios.
Esto tuvo muchas consecuencias. Fue diezmada la mitad de la población de Europa y esto afectó principalmente a los que vivían bajo condiciones inhumanas en las zonas urbanas densamente pobladas. Otras enfermedades se propagaron. La muerte de parientes cercanos tuvo efectos traumáticos en la vida familiar. En muchos países se produjeron turbulencias económicas y solo después de décadas pudo volverse a la estabilidad. Aumentaron el fanatismo religioso, la astrología, y las supersticiones de toda clase. Hubo ataques a grupos específicos de la población, por ejemplo, contra los judíos, que fueron estigmatizados como responsables. Al mismo tiempo, surgieron algunos relatos agudos como los de la antología El Decamerón, de Boccaccio. Los creadores de estas historias eran personas que habían huido de la Florencia castigada por la peste. Visto así, todo aparece como muy familiar y tiene el halo de un déjà-vu.
En nuestro mundo globalizado, donde los seres humanos están cada vez más interconectados, debe suponerse que una enfermedad puede propagarse rápidamente más allá de las fronteras. La globalización hizo que las sociedades estrecharan vínculos para un mutuo provecho económico, al punto que una de las enfermedades más terribles pudo conquistar sin problemas el mundo como una tormenta y provocar el descalabro de nuestras economías.
¿No se suponía que la globalización estaba orientada a mejorar nuestra calidad de vida, eliminar la pobreza, garantizar la salud y la educación para todos y asegurar la igualdad social? ¿Qué sucedió? ¿Podremos sostener en el futuro la globalización? Nuestras esperanzas se convierten en cenizas todos los días y nos preparamos para la destrucción del mundo.
¿Habrá, cuando todo haya pasado, personas suficientemente prudentes para plantear un nuevo comienzo? ¿Y por dónde comenzarán? ¿En qué concentrarán sus fuerzas? ¿Podrán reconstruir lo que queremos ver reconstruido: sociedades éticas educadas de modo humano? ¿O los ávidos de normas, tan activos en la historia más reciente (porque se lo permitimos), seguirán extorsionándonos y nos impedirán concebir el orden social según los criterios que querramos? ¿Alguna vez desaparecerá por completo nuestro miedo a lo invisible y nuestra incertidumbre sobre que lo pueda suceder mañana?
La crisis actual se piensa únicamente en relación con la epidemia. Nos contentamos con saber que podemos protegernos. Eso es legítimo. Pero esta crisis no sólo involucra la epidemia. También hay una crisis en cuanto a la actuación del ser humano ante situaciones extremas. Esto se verá bien con cada día que pase y el levantamiento del aislamiento esté más lejos. El aislamiento oculta muchos problemas para los que no hay solución. Con la paralización de actividades, las personas que tienen un salario y un ingreso fijo sentirán sólo un déficit. Pero aquellos que dependen de un ingreso diario no tendrán dinero para comprar comida. ¿Son necesarias revueltas de hambrientos para que reciban algo que comer? ¿Dónde se producirán esas revueltas? ¿En las zonas marginales urbanas, en los congestionados centros de las ciudades, en las rutas por las que los trabajadores migrantes intentan de modo desesperado regresar caminando a sus pueblos y escapar así a la inanición? La escasez de alimentos podría generar hambruna y un mercado negro de alimentos. Esto lo superarán los que tienen un ingreso. Todos los demás sucumbirán.
Para millones de personas no habrá ningún trabajo, y las economías que no puedan librarse por sí mismas de la depresión colapsarán. Todas las personas que tienen un salario desearán volver a la normalidad, pero no podrá haber normalidad sin trabajo remunerado. Los políticos usarán los aislamientos como solución política para asegurar su poder, aun cuando este poder no sea digno de un aseguramiento. Tendrán su apogeo diferentes versiones del totalitarismo. En las canciones de contenido social sólo se hablará de sufrimiento.
¿Qué aspecto podrá tener la normalidad? Los sobrevivientes deberán aprender de nuevo qué caracteriza a una muerte digna, más allá de las horribles condiciones en que ocurra. Esperemos que no mueran tantas personas que no puedan ser enterradas individualmente. Si nos esforzamos por tener una vida digna, también debemos preocuparnos por una muerte digna. La crisis nos puso en una encrucijada en la que debemos cuestionar nuestra convicción de que viviríamos mejor y vidas mejores.
En realidad, vivimos nuestras vidas sin esperanzas y al borde del abismo. La normalidad se establecerá cuando nos decidamos por otro tipo de vida. La globalización será cosa del pasado. El objetivo principal consistirá en la independencia de los países, si no de comunidades específica. Esto presupone una descentralización general del conocimiento, de los servicios y de los modelos de vida. Deberemos preguntarnos si la supuesta seguridad de la comunicación y contacto digital no es en realidad una ilusión. Habrá una un retorno a los contactos personales. Acaso primero deba disolverse la solidaridad global para que quede libre el camino de una solidaridad local.
Las exigencias de mayor distancia social serán cada vez más intensas. Paradójicamente, algunas sociedades, como la india, ya tienen incorporada la distancia social mediante el sistema de castas. ¿Se profundizará esto dada la situación actual? El uso de tecnologías y máquinas anónimas para actividades humanas crecerá y seremos más dependientes de la inteligencia artificial. El ser humano será excluido en un grado máximo.
El virus Covid-19, por supuesto, no desaparecerá, pero a través de las décadas y en diversas etapas será refrenado y se convertirá en una de las tantas enfermedades que se propagan por el mundo. De vez en cuando mostrará su rostro horrible. ¿Reconoceremos que esta pandemia representa una cesura histórica que nos obliga a revisar nuestras ideas acerca de la civilización humana, tanto como expresión de lo humano como en su relación con la tierra en la que vivimos? ¿Y no deberíamos, en el transcurso de estas reflexiones, plantear la aspiración de volver más humana la naturaleza humana?
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