Exposición
Actos de malabarismo & autodeterminación

Actos de malabarismo y autodeterminación
© Goethe-Institut / Allen Ladd

35 años después de la caída del muro

Goethe-Institut Perú

El muro de Berlín y la “Cortina de Hierro” cayeron hace 35 años, pero el trabajo de forjar una ciudadanía en hermandad, tolerancia y solidaridad es de nunca acabar. Un recorrido iconográfico.

Este año, el gobierno alemán ha desarrollado un basto programa cultural para conmemorar este suceso. Desde exposiciones artísticas e históricas, hasta foros de debate, el país hace un recuento y reflexión en torno a los momentos más cruciales de su historia en la segunda mitad del siglo XX. Al otro lado del charco, el Goethe-Institut Perú se une a estas celebraciones y presenta la exposición “Actos de malabarismo y autodeterminación. 35 años después de la caída del muro”.

Sobre la exposición
No es suficiente una sola exposición para conocer todos los detalles de esta historia; y ese tampoco es el propósito de esta. La selección de 23 obras que fueron parte de una muestra itinerante de hace varios anos, más que revisar paso a paso el levantamiento del muro y los años de represión, se enfoca en las pequeñas revoluciones que se alzaron pocos meses antes de su caída, el final del régimen soviético, las reformas y los años de prosperidad que llegaron a Alemania luego de la reunificación en 1990. Así, este texto introductorio ejerce balance, pues sintetiza, de manera muy concreta, los 28 años que el muro permaneció inamovible.

Una imagen vale más que mil palabras, y es a través de ellas que nos podemos acercar una vez más a la emoción y el júbilo expresados en las acciones y gestos de los retratados al vivir los tan anhelados cambios. Acciones y gestos que nos recuerdan que, a pesar de las contrariedades del contexto en el que nos hallamos inmersos, el lograr cambios depende en gran medida de la unión y de nuestra propia autodeterminación; y que será necesario hacer actos de malabarismo para mantenerlos en el tiempo.

Sobre la historia
En 1949, cuatro años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, Alemania se dividió oficialmente en dos territorios: la República Federal de Alemania (RFA), en el Oeste, y la República Democrática de Alemania (RDA), en el Este. Mientras que la RFA contaba con el respaldo de Estados Unidos, Francia e Inglaterra, países de vena liberal, la RDA fue cubierta por la ideología comunista de la Unión Soviética. Con el tiempo, la RFA prosperó y disfrutó del crecimiento económico; la RDA, en cambio, se sumergía poco a poco en una crisis que los ciudadanos no estaban dispuestos a tolerar. Es así que muchos intelectuales comenzaron a migrar al bando occidental del territorio alemán.

El 13 de agosto de 1961, con temor a una extrema fuga de capital humano, la RDA comenzó a levantar un cerco en el límite entre Berlín occidental y Berlín oriental. El sencillo alambrado de púas inicial fue rápidamente convirtiéndose en una gruesa muralla de más de 3 metros de altura, la cual fue resguardada por agentes armados del ejército. Con este acto, se erigió simbólicamente, a lo largo de la frontera entre la RDA y la RFA, la “Cortina de Hierro”, una línea imaginaria igual de armada y peligrosa que el muro. En Berlín, los alemanes occidentales podían cruzar el muro, visitar a amigos o familiares, y luego regresar a casa sin mayores complicaciones. Sin embargo, esto no aplicaba para los alemanes orientales, quienes eran aquejados por las fuertes represiones de la RDA. Con el paso de los años, estas se radicalizaban más y más, tornando insoportable la situación.

Cansados pero conscientes de los riesgos, miles de alemanes orientales, en su desesperación, intentaron actos de todo tipo para escapar: brincar desde elevadas ventanas de edificios en la frontera, ocultarse en maleteras de automóviles, cavar túneles, fabricar globos aerostáticos, entre otros. Algunos casos contaron con el apoyo de agentes de la RFA y resultaron exitosos, pero otros fueron frustrados por agentes de la Stasi –oficina de inteligencia de la RDA– y terminaron en trágicas muertes.

Casi 25 años después de construido el muro, a mediados de los 80, Míjail Gorbachov, entonces Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), introdujo la Glasnost y la Perestroika, reformas en los ámbitos de comunicaciones y economía, respectivamente. La primera dio más libertad a los medios de prensa para abrir el debate en la ciudadanía sobre la administración del PCUS. La segunda, en cambio, apuntó a reestructurar el sistema económico comunista y abrirlo al libre mercado. Aunque las intenciones de Gorbachov buscaban generar mayor aceptación en la población, el fracaso de dichas reformas tuvo el resultado opuesto.

Hacia 1989, grupos revolucionarios derrocaron algunos gobiernos comunistas en Europa del Este. En la RDA, se abrieron las fronteras con Polonia, República Checa y Hungría, y se flexibilizaron los permisos de viaje. Esto posibilitó a muchos alemanes orientales migrar a la RFA, trazando un camino por Varsovia, Praga y Budapest. En noviembre de ese mismo año, las fuertes protestas en varias ciudades –las marchas de los lunes en Leipzig, por ejemplo– forzaron al gobierno comunista a flexibilizar aún más los permisos de viaje. La presión ejercida por los ciudadanos llevó a que la RDA eliminara cualquier restricción de desplazamiento entre Berlín del Este y Berlín del Oeste. Así, por un error cometido por el vocero del gobierno comunista en una emisión radial el 9 de noviembre de 1989, miles de berlineses orientales,sorprendidos por la noticia, se acercaron tímidamente a los puntos de paso del muro –los más importantes eran los de la Puerta de Brandeburgo, el Checkpoint Charlie, y al puente Bösebrücke de la Bornholmer Straße–, y los atravesaron al constatar que los guardias de la RDA no tomarían acción alguna. En cuestión de horas, las masas desbordaron el muro, y se convirtieron en ríos humanos incontenibles. Ese día cayó el muro y el mundo cambió.

Roma no se construyó en un día, y, ciertamente, Alemania tampoco. Las inmediatas reformas políticas que se plantearon tras la caída estuvieron sujetas a la desconfiada mirada de las grandes potencias. El discurso que Helmut Kohl, Canciller de la RFA, ofreció en Dresde, en la RDA, el 19 de diciembre de 1989 llenó de aliento a los alemanes orientales que lo escucharon, y los inundó de un sentimiento familiar que hizo mucho más llevadera su integración. De acuerdo a muchos politólogos, Kohl hizo un acto de malabarismo para encontrar las palabras adecuadas y expresarlas con suma claridad. El más mínimo error retórico habría terminado por iniciar nuevos conflictos. A pesar del alcance de este discurso, no se debe olvidar que fue la autodeterminación del pueblo alemán, cualidad resaltada por el canciller, la que terminó construyendo sólidas bases para la futura unificación.

Jerson Ramirez, Curador.
 

Detalles

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