En pleno centro histórico de la capital colombiana, un colegio progresista busca alternativas a la educación tradicional.
Hace ocho años, Giovanny Araque inició el proceso de sacar a su hijo del nido. Ya era hora de encontrar un colegio para Juan Manuel en Bogotá. Sin embargo, cuando el niño terminó su proceso de admisión en un colegio bogotano, la profesora de le dijo a Giovanny: “El niño tiene problemas de escritura, afianzamiento y concentración. Todo eso hay que cambiaron”.
Govanny y su esposa salieron asustados. Su hijo no había empezado a estudiar y ya estaba mal. ¿Respecto a qué? Nadie sabe, Giovanny aún no lo entiende. Decidió probar en el Centro Educativo Libertad (CEL), y según cuenta, “Sandra, la rectora, nos habló sobre las capacidades y potencialidades del niño”. En esa ocasión, al salir de la primera cita en CEL, Juan Manuel –hoy de doce años– le dijo a su padre: “Papi, entonces yo puedo hacer muchas cosas. ¿Verdad?”.
Hoy Giovanny dice: “Que reconozcan tu potencialidad y no únicamente tus debilidades, es una idea de educación que irradia emoción y no decepción”. Por este motivo, Juan Manuel ha estudiado toda su vida en el CEL.
Del rejo al diálogo
El Centro Educativo Libertad nació a inicios de los años noventa de la idea de la profesora Patricia Torres de crear una escuela distinta a la que ella misma visitó. Es que años atrás, en Colombia, los maestros enseñaban a leer a golpes. Las abuelas cuentan que eran castigadas por horas en el rincón con una torre de libros sostenida en las manos.
Sandra Rocío Ramírez, egresada de la Universidad Pedagógica en Bogotá y rectora del CEL desde hace once años, no padeció castigos físicos, pero sí creció en el modelo tradicional de educación –aún vigente– en el que el estudiante debe ser “competente”. Esas competencias están pensadas justamente para que el niño “sea capaz” de hacer cosas y asuma como errores lo que no puede lograr.
En el CEL no hay competencias. Tampoco uniformes o castigos, ni siquiera grados escolares. No existen los niños de cuarto y quinto primaria. Existen los “delfines”, los “pandas”, los “leones” o los “piratas”. Cada curso escoge el nombre que llevarán durante el año, luego de un proceso en el que exponen, indagan y argumentan cuál será la mejor manera de nombrarse para construir una identidad de grupo.
“Siento que en otros colegios el objetivo es prepararte para una prueba y se dejan de lado muchas cosas igual de importantes”, dice Manuela Lamprea, estudiante de quince años. Tan importantes, dice, como aprender cuál es su propia voz en el mundo.
Desde sus inicios, cuenta Sandra Rocío Ramírez, “el CEL se preocupa por saber cómo los sujetos conocemos, qué procesos ocurren en los actores, no solo en los estudiantes sino también en sus docentes”. Así, el maestro no es, como en otros colegios tradicionales, un jerarca imperturbable.
Estudiar para Bogotá
Según cifras del Ministerio de Educación, en Bogotá hay 668 colegios privados. El CEL es uno de ellos. Está ubicado en el centro histórico de la capital, en el barrio Belén, a un par de cuadras de La Candelaria, un barrio cargado de tradición. El colegio tiene su sede en una casa antigua típica de la zona, donde plantas aún adornan la fachada y los patios. Entrar a la casa del CEL es cambiar de época. Cambiar los pulmones por unos que respiran mejor y que no están agitados por los afanes diarios.
Aunque es un oasis y una forma de aislarse de la ley del más fuerte que reina en las calles de la capital, el colegio forma a sus estudiantes, curiosamente, para vivir en la ciudad. “Nuestra propuesta quiere formar ciudadanos que se identifiquen con Bogotá, que la cuiden, la vivan y la reconozcan”, dice Sandra Rocío. Nadie tiene que “hacer tareas”, “portarse bien” o estar “bien presentado”. No hay normas estrictas. Por lo demás, parecería que hay mucho más caos en dónde sí las hay –por ejemplo, en las calles, donde nadie cumple las normas de tránsito– que en este colegio sin esquemas.
Según Carolina Obregón, madre de la estudiante Manuela, llevar a su hija al CEL fue un de acto de rebeldía. “Una forma de decirle al mundo que no todas las normas se aplican para definir si alguien es bueno o malo. Es una forma de reiterar que más allá de las clases sociales, de vestir o comportarse de determinada forma, se es bueno e inteligente. Una forma de reiterar que la libertad empieza por el respeto”, asegura.
Desde preescolar hasta los grados superiores, los chicos son evaluados permanentemente a través de herramientas cualitativas y descriptivas: la observación directa, la interacción, el diálogo, las reflexiones, el debate, las argumentaciones, los ejercicios de escritura, el trabajo en grupo y también algunos formatos cercanos a las pruebas les permiten a los profesores construir un diagnóstico del estudiante.
¿Quiénes son los “rebeldes”?
La mayoría de los estudiantes provienen de familias de clase media. Muchos son hijos de maestros y artistas. Muchos de los alumnos se interesan por el arte y las humanidades, bien por su formación familiar, o por la sensibilidad que sus maestros han despertado. Es el caso de Liliana Urbina, profesora de lenguaje, y su esposo, un psicoanalista. Su hija, Ana María Vélez, estudia en el CEL desde el 2009 y para ella, las salidas pedagógicas y el llamado “Carnaval” han sido especialmente valiosos.
Año tras año, el colegio organiza esta gran fiesta en la que los niños y sus familias se toman La Candelaria. Desde los más pequeños hasta los adolescentes se disfrazan luchar contra al frío y la neblina, a través de bailes y canciones. Las salidas pedagógicas también son ritual anual. El programa “Viajando ando”, permite que los estudiantes salgan de la ciudad con sus maestros. Seleccionan un lugar que les ofrezca condiciones para recorrer y conocer su contexto.
No obstante, según Giovanny Araque “hay algunos padres que participan en el proyecto y se decepcionan, en parte porque a veces creemos que el proceso de transformación cultural que requiere un tránsito hacia una mejor educación y un mejor país, es solo responsabilidad de la escuela. A menudo, cuando los sujetos hablan de la transformación de las instituciones, parecieran olvidar que las instituciones son los propios sujetos”. Eso no significa, necesariamente, que todos los que se retiran del colegio tengan razones injustificadas. En Bogotá y otras ciudades del país, están surgiendo nuevos espacios de educación alternativa y cada una tiene su propia manera de ser. Los padres y sus hijos determinan cuál se adapta mejor a sus necesidades.
Las dudas son recurrentes, cuenta Sandra Rocío, y desarrollar confianza en el colegio ha sido el principal reto: “¿Será que mi hijo sí va a aprender en medio de tanta libertad?” “En una ciudad en la que debemos saber hacer, ser útiles, ¿está bien pensar primero en la construcción de mi identidad?” “Si no soy el mejor, si no paso por el encima del otro, ¿podré sobrevivir?”, se preguntan muchos padres. En el Centro Educativo Libertad, muchos creen que sí.