Inteligencia artificial y arte
¿Cuándo es el arte realmente arte?
Las inteligencias artificiales que crean arte plantean de modo novedoso viejos interrogantes: ¿se trata realmente de arte? ¿Y quién es el artista: la máquina, el programador o la persona con cuyos datos de se alimentó al algoritmo?
Cada vez que el artista berlinés Roman Lipski se pone a trabajar, su asistente ya ha hecho los preparativos. Por ejemplo, cuando Lipski le muestra imágenes de paisajes californianos, su asistente bosqueja para él con anticipación diversos principios de acuerdo a los cuales podría representarse de modo diferente la región entre las Montañas Rocallosas y el Pacífico. A este pintor nacido en Polonia los bosquejos le sirven de inspiración y sobre su base desarrolla una interpretación totalmente propia. Lo mejor de esto es que el asistente de Lipski es tremendamente trabajador. Su ayudante, a quien él llama cariñosamente “mi musa”, nunca se enferma, nunca se toma vacaciones, no sabe qué es un fin de semana y va despachando día y noche sin quejarse cada encargo que su jefe le pone sobre la mesa. La mano derecha de Lipski es una máquina.
El artista mismo habla con euforia de una “verdadera relación entre un pintor y la Inteligencia Artificial”. Lipski descubrió las ventajas de la Inteligencia Artificial (IA) durante un período de crisis en su creación. En esa época conoció al experto informático Florian Dohman de la iniciativa artística YQP, con el que desarrolló en conjunto su asistente artificial. Desde entonces, el asistente analiza las imágenes de Lipski, separa sus componentes y los vuelve a combinar de una forma distinta. Así le sirve al pintor como extensión del brazo y memoria ampliada.
Al igual que Roman Lipski, muchos pintores, compositores y escritores apuestan hoy a herramientas virtuales. Para ellos el aprendizaje automático, Machine Learning (ML), tiene relevancia porque les permite lograr –igual que muchas otras tecnologías– formas de expresión totalmente nuevas. La Inteligencia Artificial colabora activamente y alcanza una eficacia extraordinaria. “Es realmente fascinante que la IA pueda provocar algo tan profundamente humano como el éxtasis”, opina, por ejemplo, la compositora Holly Herndon.
La música y compositora Holly Herndon presentó el álbum Proto, desarrollado junto con una IA, en el Club To Club Festival, Italia, 2019.
| Foto (detalle): © picture alliance/Pacific Press/Alessandro Bosio
En el álbum Proto –el título se entiende como una abreviatura del término “protocolo”– la artista estadounidense residente en Berlín canta junto con Spawn, una Inteligencia Artificial que ella misma programó. Previamente, Herndon alimentó al software con su propia voz y las voces de un pequeño conjunto coral. La Inteligencia Artificial grabó samples de voz que le parecieron adecuados a sus algoritmos y a los que respondieron cantantes humanos. La música humano-maquinal que Spawn y Herndon grabaron juntas le recordó a un crítico de la revista MusikExpress “una especie de música religiosa proveniente de un futuro lejano”.
Componer se puede, tocar no
Hay muchas otras Inteligencias Artificiales que trabajan en arte. En Francia, una red neuronal alimentada por los investigadores con cuarenta y cinco canciones de los Beatles, compuso por sí sola “Daddy’s Car”, una canción al estilo de John Lennon y Paul McCartney, los compositores de la banda. En octubre de 2018, Edmund de Belamy, un cuadro generado por una IA, logró el precio récord de 432.500 dólares en una subasta de la casa neoyorquina Christie. En Tübingen, un equipo dirigido por el neurocientífico Matthias Bethge desarrolló un software de IA que analiza y reproduce las obras de grandes pintores. En la página web de Bethge hoy se puede subir cualquier motivo pictórico que se quiera y transformarlo por 1,99 euros en una obra al estilo del maestro que uno desee. “El arte ante todo tiene que ver con la percepción”, dice el científico, “por eso ese campo es tan emocionante para nosotros”.
¿Qué artista creó esta pintura? En deepart.io, una red neuronal transforma las imágenes subidas por los usuarios en obras de arte al estilo de pintores famosos.
| Foto (detalle): © DeepArt
Sin embargo, los algoritmos también tienen sus puntos débiles. Muchos productos creativos generados por IA resultan casi tan previsibles como esa especie de música de elevador que lo baña a uno en los hoteles de clase media entre la recepción y el corredor de la habitación. La composición de “Daddy’s Car” necesitó de la grabación de músicos humanos, porque la instrumentación puramente maquinal causa una impresión demasiado estática. Y también Matthias Bethe admite que su programa de dibujo actualmente es “más una herramienta artística” que un artista autónomo.
¿Puede la IA hacer arte?
La pregunta de si la IA puede crear verdadero arte es sumamente polémica y la respuesta depende de la perspectiva que se toma. ¿Ha de observarse quién es el o los propietarios de los derechos? ¿O las piezas de arte deben evaluarse según el efecto que con capaces de crear? El especialista en prospectiva Bernd Flessner valora el arte de la Inteligencia Artificial en relación con el público. “Si para los receptores que observan un cuadro, escuchan una pieza musical o leen un libro, si para ellos la obra dice algo, entonces es arte sin importar en absoluto cómo surgió”, piensa el científico de Erlangen. En consecuencia, un algoritmo podría operar de modo tan creador como un ser humano.
También para el neurocientífico Bethge las máquinas ya cumplen hoy con los criterios clásicos de la creatividad humana. “La forma moderna de la IA acumula experiencias, analiza estructuras, se separa del pasado y sobre esa base crea algo nuevo, sorprendente. El hombre creador no hace otra cosa”.
Exactamente eso hizo un software de IA llamado AlphaGo en una memorable competencia en 2016. En la partida final contra el entonces mejor jugador humano del juego de estrategia chino go, la IA artificial realizó una jugada que según los especialistas jamás habría elegido ningún jugador humano. Lo que los espectadores que seguían en vivo por Youtube la partida hombre vs. máquina juzgaron a primera vista como una importante equivocación se reveló pronto como una jugada genial que decidió el encuentro claramente en favor de la máquina y que sorprendió completamente a los espectadores.
Uno de ellos era el matemático Marcus du Sautoy. “En ese momento me di cuenta de que había asistido a un cambio de fase que tendría consecuencias en mi propio mundo creador”, dice el científico, que enseña en la Universidad de Oxford y escribió el libro The Creativity Code sobre la IA y la creatividad. Allí Du Sautoy plantea cómo el arte, la literatura y la música generados por IA pueden abrir nuevas dimensiones, porque pueden captar los datos, procesarlos y combinarlos en una formación nueva de modo más rápido e integral que un ser humano. Curiosamente, el Aprendizaje Automático puede usarse incluso para hacer que artefactos maquinales causen una impresión más humana. Así, el colectivo francés Obvious, que estuvo detrás del retrato del ficticio Edmund de Belamy, puso a trabajar dos algoritmos uno contra el otro: uno, llamado Generator, fue cargado con quince mil retratos del siglo XIV al siglo XX, a partir de los cuales se generaban permanentemente nuevos retratos; el otro, llamado Discriminator, tenía la tarea de rechazar aquellos retratos que parecían haber sido generados por una máquina. En el caso de Edmund de Belamy, Generator superó en astucia a su oponente, Discriminator no reconoció la pintura generada artificialmente.
La cuestión de la propiedad intelectual
Aunque el software está cada vez más cerca de los artistas en el plano de la realización, le falta, sin embargo, toda consciencia de los factores sociales, emocionales o interpersonales y así un impulso principal del quehacer creativo. Visto desde un punto de vista sociológico, el software es una especie de cruce entre espejo ciego y especialista con anteojeras. Pues por más impresionante que sea su capacidad de llevar en muy poco tiempo hasta sus límites a cualquier disciplina digitalizada, el software es ingenuo respecto a todo lo que ocurre a su alrededor.
Por el momemto, opina Du Sautoy, ese es todavía uno de los grilletes creativos de la IA artística: “Los seres humanos podemos remitirnos a tesoros de datos visuales, acústicos y escritos y combinarlos de manera sorprendente. La IA se basa en cantidades de datos muy limitadas:” En otras palabras: si bien las máquinas pueden analizar y procesar cantidades gigantescas de datos y procesarlos, su fantasía nunca irá más lejos que el set de datos con que se las haya cargado. No establece relaciones transversales con otros ámbitos de la vida y la experiencia.
Así se plantea la pregunta de quién es el autor del arte generado por IA: ¿el software, los programadores o los codificadores que lo alimentaron con datos y le dieron una tarea? ¿Y qué pasa con los autores de la música, los dibujos o las novelas con las que se alimentó a la máquina?
Después del precio récord que alcanzo Edmond de Belamy esta cuestión se volvió muy concreta. Pues toda la ganancia fue a parar a manos del colectivo Obvious, que quería que su trabajo fuera reconocido como un señalamiento “de los paralelismos que hay entre la programación de un algoritmo y la pericia que define el trabajo y el estilo de un artista”. Esto produjo el enojo de Robbie Barat, el artista y desarrollador estadounidense que había puesto en la red el algoritmo como código abierto, es decir para su uso libre, y que no obtuvo nada por Edmond de Belamy al igual que los miles de dibujantes y pintores cuyas obras fueron el sustrato que se había vertido en el Generador de Edmond de Belamy.
En este caso, la IA demuestra ser una hendija a través de la cual la luz ilumina el concepto humano de arte. Pues la pregunta de quién realmente ha creado una canción exitosa, un cuadro valioso o un bestseller tiene la misma validez para los artistas humanos. Y así el arte respaldado o generado por IA es relevante porque plantea de modo novedoso la antiquísima controversia de quién o qué es artista. Puede que la IA sea un espejo ciego pero es uno en el que nos reconocemos un poco mejor y eso ya es arte.