La pandemia de coronavirus nos demostró algo con insistencia: en un mundo en el que la pobreza y la riqueza existen a la vez y hay una gran desigualdad en la cantidad de posesiones, trabajo e ingresos de cada quien, las crisis no nos afectan a todos por igual. El mero ideal de la igualdad de todas las personas parece no bastar para garantizar la igualdad real en la práctica. ¿Acaso el universalismo, como hazaña de la Modernidad, sigue siendo relevante? ¿Y puede existir acaso la igualdad en un mundo desigual?
La igualdad de todas las personas, como medida ética de los derechos humanos universales, parece seguir siendo una meta muy alejada. Su postulación en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en la Francia de 1798 es considerada el punto culmen de la emancipación en la historia de Europa. La Ilustración europea provocó que se sustituyeran las explicaciones religiosas de los derechos humanos por principios racionales y universales. Para ello fue esencial Immanuel Kant, quien en su Metafísica de las costumbres definió el imperativo categórico como base de la moral. Este afirma que cada acto solo es correcto en sentido moral si podría convertirse en una ley universal aplicada a todos por igual. Como fundamento del concepto moderno de dignidad humana, el universalismo kantiano está imbricado en muchos documentos de derechos humanos, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la onu. Sin embargo, para Kant, los derechos humanos no solo eran exigencias legales, sino la expresión de un orden moral más alto, basado en el cuidado de la dignidad de cada individuo.No obstante, si se pone en tela de juicio la protección de los derechos humanos, nos enfrentamos a un paisaje sombrío. En México, donde el crimen organizado y uno de los índices más altos de violencia de género del mundo amenazan la integridad de las personas, las víctimas y sus seres queridos terminan enfrentándose a un sistema judicial insuficiente, que no lleva a los criminales ante la justicia. Y también al otro lado del Atlántico, en Alemania, los crímenes de odio y el racismo sistemático e institucional están creciendo. El aumento en las medidas de vigilancia se contrapone al derecho a la privacidad; las condiciones mínimas de supervivencia de los solicitantes de asilo no están garantizadas; y las fuerzas conservadoras de derecha en el parlamento cada vez las amenazan más.
En tiempos de crisis, suelen limitarse los derechos humanos por razones de seguridad. Un ejemplo de ello es la política de deportaciones en masa anunciada por Donald Trump, hace poco reelecto presidente de Estados Unidos. Ante la supuesta "crisis en las fronteras de Estados Unidos", planea expulsar de su país a una multitud de migrantes y solicitantes de asilo en cuanto tome posesión. Al parecer, los derechos humanos solo aplican a grupos específicos y en contextos delimitados. Sin duda alguna, las aspiraciones revolucionarias del siglo xviii y el ideal de derechos humanos resultante provocaron un cambio social fundamental. Sin embargo, si analizamos con más detalle la historia subsiguiente —las sufragistas, el movimiento por los derechos civiles, Stonewall—, nos queda claro que en ese entonces, al igual que ahora, algunas personas tienen que luchar primero por que sus derechos fueran reconocidos.
El universalismo en contradicción con el capitalismo
Cuando el universalismo no representa ningún principio que valga para todos, es contradictorio. Eso se debe a la forma de la sociedad en la que existe. En las relaciones capitalistas, hay grupos de propietarios y de no propietarios; estos últimos trabajan para los primeros para ganarse la vida, mientras que la propiedad de los primeros sigue creciendo gracias al trabajo de los últimos. Junto con el derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad, siempre se defiende sobre todo el derecho a la propiedad. Si bien el universalismo subraya que todas las personas deben tener los mismos derechos, en la práctica, el capitalismo puede limitarlos, pues se concentra en la competencia y el lucro.Así, la hazaña de la Ilustración —haber liberado al pensamiento de las tradiciones dogmáticas y autoritarias— degeneró en un instrumento de los poderosos que llevó a nuevas formas de dominación. Ese conflicto, el que una idea progresista pueda generar nuevos problemas y desigualdades, ya fue atestado por Theodor Adorno y Max Horkheimer en su Dialéctica de la Ilustración, de 1974. Ahí subrayaron que el universalismo ilustrado fracasó en su propio ideal, pues su idea filosófica y su realidad social se contradicen.
Por lo tanto, la pregunta de si la idea de la igualdad de todas las personas es siquiera factible en una sociedad desigual no es nueva. Y la crítica de que, a pesar de la validez de los derechos humanos, no todas las personas son consideradas ni tratadas con dignidad es legítima. En todo caso, con este análisis nos movemos por varios niveles que suelen tener metodologías diferentes. Los derechos humanos pueden ser entendidos como principios del entendimiento que fueron incrustados institucionalmente en las leyes tras su recepción. Recordemos que para Kant, por el contrario, la igualdad de todas las personas era más bien una idea fundamental, una suerte de hilo conductor de la moral. Así, el ideal y su aplicación provienen de esferas morales diferentes. En vez de rechazar el universalismo como tal, como hicieron Adorno y Horkheimer, deberíamos esforzarnos por generar un universalismo crítico que tome en cuenta la indisociable relación entre ideal y realidad.
Por un universalismo desde abajo
Jule Govrin, profesore de filosofía de la Universidad de Hildesheim, hace precisamente ese esfuerzo con su concepto de un "universalismo desde abajo". Govrin apela a una forma de universalismo que reconozca lo particular, es decir, las necesidades específicas de distintos grupos sociales, y así fomente valores básicos como la libertad y la igualdad. Un universalismo desde abajo se distancia del intento abstracto de teorizar principios universalmente válidos, separados de las relaciones sociales concretas. En vez de una contemplación abstracta, hay que aproximarse a las realidades concretas.Para ello, Govrin se acerca a una de las formas de expresión más concretas de lo humano: el cuerpo. Poner el foco en el cuerpo es crucial. En última instancia, argumenta Govrin, si algo compartimos todos es la necesidad de protección y de cuidados de nuestro cuerpo. Así, el cuidado doméstico de niños y parientes es una práctica de ayuda mutua de la que todas las personas dependen en algún punto de sus vidas: una experiencia genuinamente universal. Al poner en el centro la vulnerabilidad del cuerpo y la interdependencia de las personas que se le sigue, varios aspectos de los cuidados y la solidaridad se convierten en el punto de partida de las reflexiones universalistas, pues son precisamente las prácticas, casi siempre locales, de ayuda mutua, las que en realidad encarnan el principio de igualdad. Un ejemplo son la iniciativas como "Care Revolution" en Alemania. Ella apuesta por un cuidado comunitario organizado. Los cuidadores voluntarios o los miembros de un vecindario se encargan de los cuidados y la asistencia a las personas mayores o enfermas, sin poner en primer plano el sistema de lucro ni las instituciones de cuidados comerciales. Así, un universalismo desde abajo se concentra menos en fundamentar los derechos universales y más en aplicarlos. Como Govrin pone en el centro la vulnerabilidad de las personas, se vuelve concebible un universalismo orientado a las necesidades reales de la convivencia humana. Distanciarse de un ideal universalista —es decir, de un orden moral superior— permite reconocer que las estructuras y prácticas de ayuda solidaria son modelos dignos de replicarse, pues nos muestran cómo lograr una convivencia más justa y sustentable por medio de la acción colectiva.
Un universalismo desde abajo plantea una respuesta necesaria a las contradicciones y desigualdades de un universalismo abstracto y desapegado de la realidad. Al concentrarse en prácticas de ayuda mutua concretas y locales para reconocer la vulnerabilidad común del cuerpo humano, se vuelve posible un universalismo que no solo esté basado en conceptos ideales, sino en la solidaridad práctica y en la acción colectiva. Este planteamiento deja sitio para una aplicación genuina de la igualdad y la justicia que no solo exista en documentos abstractos de derechos humanos, sino en la vida diaria, en la ayuda y en la convivencia. Si aprendemos de las estructuras solidarias existentes, podremos construir una sociedad más justa y sustentable que reconozca y proteja las necesidades de todos. El libro de Jule Govrin, Universalismus von unten. Eine Theorie radikaler Gleichheit (Universalismo desde abajo. Una teoría de la igualdad radical) se publicará en enero de 2025 por la editorial Suhrkamp.
Fuentes
- https://www.bundestag.de/presse/hib/kurzmeldungen-953164
- Care Revolution – Her mit dem guten Leben! Für alle Weltweit!
- Govrin, Jule (2022): Politische Körper. Von Sorge und Solidarität. Berlín: Matthes & Seitz.
- Horkheimer, Max y Adorno, Theodor (1998[1947]). Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos. Madrid: Trotta.
- Kant, Immanuel (1996[1785]). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Barcelona: Ariel.
- Wallerstein, Immanuel (2007[2006]). Universalismo europeo. El discurso del poder. México: Siglo xxi Editores.