Para comprender el fenómeno postpandémico de la escasez de mano de obra, suele preguntarse por el paradero de los trabajadores faltantes. Pero también se puede plantear la pregunta de otra manera.
Cada persona que siga un poco las noticias habrá visto que los defensores de los empleadores, los economistas ortodoxos y otros amantes del capitalismo tienen la tendencia a presentar fenómenos económicos específicos como catástrofes naturales que podrían azotar a la sociedad entera: "Sin aumento a la productividad, el país se va a empobrecer", "La falta de inversión en innovación mermará el crecimiento", "El envejecimiento de la población afectará la capacidad de competencia de nuestra empresa"... todas esas son advertencias que suelen presentarse sin explicaciones. Desde hace algunos años, la escasez de mano de obra entró en la lista de cataclismos que parecen amenazar la estructura de nuestra sociedad.Pero ¿a qué se refieren en realidad con "escasez de mano de obra"? ¿Cuáles son sus causas? ¿A quién afecta? Al intentar contestar estas preguntas no tarda en quedar claro que tras la escasez de mano de obra se esconde una tragedia distinta a la que mencionan la mayoría de los políticos y economistas hegemónicos cuando se quejan en público del creciente número de puestos vacíos. En primer lugar, hay que separar los hechos científicos de los mitos que los rodean:
La supuesta escasez de mano de obra
En primer lugar, solo se debe hablar de "escasez" cuando se trata de puestos especializados para los que no hay los suficientes trabajadores calificados disponibles. Como no se puede formar a un juez, un informático o una ingeniera en seis meses, una verdadera escasez de mano de obra sería cuando las organizaciones no logran reclutar a nadie en estas profesiones durante un periodo largo. Hay que hacer hincapié en que se trata de un periodo largo.Lo que se ha observado en los últimos años en Quebec y Canadá es un aumento en los puestos libres en empleos que por lo general exigen pocas o ninguna habilidad ni experiencia, y que además están mal pagados. Mesera, personal de limpieza, estibador, cajera, etc. Esos son los puestos que conforman una gran parte de la supuesta escasez. Por eso, en estos casos no se debe hablar de escasez de mano de obra, pues en la población sí hay personas que disponen de las habilidades necesarias para estos empleos. Más bien podría formularse de otra manera, como que las empresas tienen dificultades para la contratación y retención de personal.
Si los trabajadores pueden darse el lujo de rechazar esos puestos, es porque la economía va bien y el desempleo está en un mínimo histórico. Además, el envejecimiento de la población y, con él, el aumento de los jubilados, y también la disminución de la migración [en Canadá, nota de la redacción], que consiste en personas en promedio más jóvenes que las nacidas en el país, influyen en la curva demográfica y el conjunto de la mano de obra disponible. Eso provoca que los trabajadores de ramas como la hotelería y la gastronomía o la venta minorista, que ofrecen malas condiciones laborales, cambien de profesión, un fenómeno que en Estados Unidos se conoce como the Great Resignation (la Gran Renuncia). Hay quienes cambian de perspectiva y hablan de una escasez de buenos puestos de trabajo para describir esta situación en el mercado laboral. Sin embargo, eso no significa que todos esos empleos no sean útiles para la sociedad, sino todo lo contrario. Pero más tarde llegaremos a eso.
Hay quienes argumentan que este "desequilibrio" entre fuerza laboral y puestos vacíos es algo bueno, pues desplaza la relación de fuerzas hacia los trabajadores. Incluso el primer ministro de Quebec, François Legault, normalmente conservador, declaró en mayo de 2022 que la situación era una "noticia cabrona" para el país (une mosusse de bonne nouvelle pour le Quebec), pues debería generar presión ascendente sobre los salarios. Eso es cierto, y en tiempos de mayor desempleo sucede justo lo contrario: cuando hay sobreoferta de mano de obra, los empleadores no tienen ningún interés en ofrecer mejores condiciones laborales.
¿Entonces la "escasez" de mano de obra es buena? Para coincidir con eso, habría que ignorar el hecho de que el problema siempre recurrente de la contratación y retención de personal también afecta profesiones importantísimas para la sociedad, como, por ejemplo, maestras, trabajadores sociales, cuidadoras de curso de verano, escribanas, inhaloterapeutas, educadoras en guarderías, empleados del ayuntamiento, etc. En esos casos sí se puede hablar de una catástrofe, pues lo que está en juego no son ganancias, sino vidas: la vida de las personas mayores, de los enfermos, de los niños con necesidades especiales y, por supuesto, la de quienes tienen por labor "encargarse" de ellos (sobre todo la suya), casi siempre sin pensar en sus condiciones laborales. Horas extras, horas de trabajo irregulares, carga psicológica y altas exigencias físicas... es común que esas profesiones se ejerzan en condiciones extremas y que no reciban el reconocimiento social que en realidad merecen.
Bullshit jobs
La solución de muchas empresas es contratar trabajadores cada vez más jóvenes para los empleos no calificados. Y al otro extremo del espectro, la discusión sobre la vuelta a la vida laboral de los jubilados cada vez gana más popularidad. La importancia del descanso o el hecho de que los jóvenes e inexperimentados representan un mayor riesgo a la salud y la seguridad en ciertos puestos no les pasa por la cabeza a las filas de empleadores y de los ideólogos de la derecha.Otra propuesta indica que deberíamos adaptar el mundo laboral a las exigencias de los jóvenes, a sus valores y aspiraciones, que son distintos a los de sus padres, los babyboomers y la generación X. También podríamos ofrecer más flexibilidad, para facilitarles la vuelta al trabajo a los jubilados... pero cuando uno se concentra en lo que resulta problemático para los trabajadores (por ejemplo, su ética laboral o su estado de salud), se pasa por alto muy fácil que parte del problema yace en la suposición de que absolutamente todos los puestos deben quedar ocupados. Los defensores del supuesto libre mercado no lo quieren admitir, pero las sociedades capitalistas generan, junto a una multitud de puestos dañinos, toda una caterva de empleos inútiles. Esa tesis fue presentada por el difunto antropólogo estadounidense David Graeber en su artículo de 2013 On the Phenomenon of Bullshit Jobs. No se trata de los ya mencionados "malos" trabajos no calificados —aunque algunos de ellos sí entren en la clasificación—, sino de los empleos cuya utilidad social es nula o que para la compañía misma no tienen ninguna función, o que a pesar de una alta remuneración no hacen ninguna contribución positiva a la sociedad. Sin duda, los trabajadores no siempre son intercambiables. Sin embargo, en teoría, se puede decir que quienes ejercen esos bullshit jobs no están disponibles para realizar labores más nobles y, por lo tanto, desde un punto de vista meramente personal, más satisfactorias. Estas labores más nobles son trabajos importantes, en los que la falta de personal se resiente de forma dolorosa.
Además, la actividad económica capitalista perjudica la salud de los trabajadores, de la población en general y del medio ambiente. Muchas empresas contaminan el aire, empobrecen los suelos y los platos y debilitan las relaciones interpersonales, lo que genera dolores generalizados en el corazón, el estómago y la cabeza. En resumen, las sociedades capitalistas generan problemas que ya no pueden resolver. Los desafíos a los que se enfrentan los trabajadores de cuidados quizá sean la trágica otra cara de la moneda de este exceso de empleos parasitarios y de la importancia que se les atribuye... y que revela los valores tergiversados del capitalismo.
Lo que es un problema a los ojos de la razón capitalista no es necesariamente un problema para todos.
Esa perspectiva es un punto de partida interesante para abordar la difícil pregunta del cómo: ¿Cómo deshacernos de esos empleos superfluos? Obviamente, podrían suprimirse algunos puestos sin que se vieran afectadas nuestras necesidades básicas. Desde ese punto de vista, esta solución parece muy realista, pero difícil de aplicar, al menos sin que la élite económica blanda sus armas (de ser necesario, las ideológicas, financieras y demás). Damos por sentado que hay muchas dificultades que complicarían la implementación de tal programa.
Sin embargo, ya en el pasado ha sucedido que las empresas se reconfiguren para satisfacer necesidades urgentes, como sucedió, por ejemplo, al inicio de la pandemia para producir más equipo de protección sanitaria. Lo mismo ocurrió al inicio y al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando las industrias se transformaron para satisfacer necesidades que en ese momento se consideraban más urgentes. Lo que se cree impensable puede volverse obvio en circunstancias extraordinarias. No obstante, la forma dominante de las empresas en el capitalismo también dificulta que suceda tal reconfiguración. La mayoría de los negocios privados, impulsados por las ganancias, son organizaciones autoritarias en las que la toma de decisiones está concentrada en las manos de la gerencia, cuya labor es mantener la rentabilidad de la empresa. Para reconfigurar la economía, habría que crear organizaciones basadas en principios democráticos, en las que los trabajadores tuvieran voz para decidir las metas de su trabajo y las condiciones en las que lo realizan.
En los hospitales, escuelas, kínders y campos de Quebec y muchos otros países donde rige la lógica del capital, la escasez de mano de obra no pasa desapercibida. Suceden tragedias que sería insensato ignorar. Por esa razón y muchas otras más, una de las labores más importantes de nuestros tiempos es poner a la economía al servicio de una buena vida para todos, y no al de la búsqueda irracional del crecimiento sin fin de unos cuantos.
septiembre 2023