Filosofía  La verdad como función

Dos niños en una colina contemplando una ciudad bombardeada.
Una imagen realista generada por la IA, pero que bien podría ser cierta. © Adobe

Desde el mito de la caverna de Platón, el problema de la verdad tiene en vilo a los filósofos y los obliga sin cesar hacia nuevos horizontes del pensamiento. Estos a veces resultan ser perogrulladas. "La verdad es la totalidad" fue la de Hegel; que la verdad es existir es otra, la de Heidegger; que la afirmación de que la nieve es blanca es verdadera cuando la nieve es blanca fue la que se le ocurrió a Tarski.

A pesar de lo anterior, la pregunta por la verdad de ninguna manera es asunto exclusivo de los amigos de la sutileza: tiene una función orientadora fundamental para todos los seres humanos. Queremos y necesitamos saber qué es verdad y qué no lo es, porque ningún instinto toma las riendas, sino que tenemos que usar la distinción entre lo verdadero y lo falso para intentar orientarnos por nosotros mismos en este mundo confuso y complejo.

La verdad es una cualidad de las afirmaciones, no de las cosas.

Obviamente, la necesidad de hacer esta distinción se presenta con una urgencia variable: el hecho de que Taylor Swift de verdad sepa cantar da un poco igual; que Harvey Weinstein haya tenido un juicio justo, no. Como la verdad tiene esa función orientadora fundamental, queremos saber, por ejemplo, si una fotografía representa la verdad, si es real o falsa. Y eso se vuelve aún más importante cuanto más nos pese algo en el alma, como, por ejemplo, si nos vemos obligados a reconocer en retrospectiva que creíamos en una mentira. Por eso es tan catastrófico que la primera víctima de la guerra sea la verdad. Sin embargo, lo que se puede decir de cierto es lo siguiente: la verdad es una cualidad de las afirmaciones, no de las cosas. Las cosas son reales o irreales, pero no son verdaderas (ni falsas). Eso solo se puede decir de las afirmaciones sobre la realidad de las cosas. Por lo tanto, la verdad es una relación. En el lenguaje elevado de la academia, la fórmula para ello existe desde Tomás de Aquino: adaequatio intellectus ad rem, es decir, la adecuación del intelecto a la cosa o, en otras palabras, que un pensamiento o una afirmación sean verdaderos depende de si están de acuerdo con las cosas. Está claro que esta afirmación, que es una afirmación que indica cuándo son verdaderas las afirmaciones y que genera la pregunta de si existe una verdad más allá del lenguaje, nunca se ha considerado satisfactoria. Sin embargo, aquí no podemos ocuparnos de la maraña de argumentos y contraargumentos al respecto, que llenarían cientos de estanterías en cualquier biblioteca universitaria, pues lo que nos interesa es otra cosa. Esta otra cosa es la verdad y la inteligencia artificial, y la pregunta de si puede haber un concepto funcional de la verdad.

¿Qué problema resuelve la idea de verdad?

En sociología, el funcionalismo opina que la pregunta que siempre debemos hacernos es: ¿Qué función cumple un fenómeno en una sociedad? ¿Qué función cumplen, por ejemplo, el arte, el dinero, el amor, lo digital? O en otras palabras: ¿Qué problema resuelve una cosa? En nuestro contexto: ¿Qué problema resuelve la idea de verdad? Quizá lleguemos entonces a la inquietante revelación de que la verdad es meramente la cualidad de las afirmaciones que la gente considera correctas. En términos de la teoría de sistemas, como por ejemplo en la definición del sociólogo y teórico social alemán Niklas Luhmann, "la verdad existe cuando —y en la medida en que— ambos interlocutores están de acuerdo en que una selección comunicada debe ser tratada como una experiencia por ambas partes, es decir, que debe ser atribuida al mundo".[1]

Luhmann entiende por "selección" un fragmento de la realidad: los interlocutores proponen una porción (selección) de la oferta "realidad" sobre la cual deberán ponerse de acuerdo. Dicen: esto y aquello son así y asado. Entonces, la verdad resuelve los problemas de la reducción de complejidad y de la coordinación de la negociación: cuando los interlocutores están de acuerdo en qué es verdadero y qué no lo es, les es más sencillo tener éxito en su negociación. El mundo se vuelve más sencillo cuando hay consenso sobre qué es verdadero y qué no.

A la mentira le costará trabajo implantarse en el conjunto de la sociedad

Esto ya no representa la concepción tradicional de la verdad: queremos que algo sea verdadero sin importar si es considerado tal por cinco o por cinco millones de personas. Y asusta la idea de que las falsedades —por ejemplo, los Deep Fakes generados con inteligencia artificial— puedan convertirse en verdades, solo porque una cantidad suficiente de personas opine que lo que quiera que circule en las noticias es verdad solo porque otras personas lo consideran verdadero. Esos miedos están muy fundados, y cuando los tomamos en cuenta, la interpretación de la teoría de sistemas —la verdad como función— puede parecer absurda.

Sin embargo, un detallito pequeño pero importante nos puede consolar: Luhmann dice que también la "falsedad segura" es "un éxito".[2] ¿A qué se refiere con "un éxito"? "Éxito" significa que algo funcione. Y funciona porque se acopla de alguna manera al funcionamiento del resto de la sociedad.

Por lo tanto, la distinción entre verdadero y falso tiene éxito cuando se logra sincronizar con otros engranes de la sociedad. A la mentira le costará trabajo implantarse en el conjunto de la sociedad, aunque tenga éxito en uno de sus segmentos. En ese sentido, es un consuelo (y una suerte de seguro para la verdad) que en la sociedad moderna, tan diversa en sus funciones, no haya un principio que la abarque por completo, y por lo tanto la categoría de verdad cobra una nueva relevancia en cada uno de sus subsistemas: es crucial para la ciencia y la justicia, pero tiene una relevancia limitada en la economía y las artes (y ninguna en el mercado de valores...).

Tal revelación también afecta los sistemas democráticos, donde las formas de conocimiento y los contenidos están en competencia, lo que significa que el éxito se concede a quien tenga la contribución evolutiva más valiosa. Los sistemas autocráticos o autoritarios se comportan distinto, pues ellos pueden usar la fuerza para establecer como verdad lo que prefieran. Sin embargo, siendo así las cosas, la inteligencia artificial no las empeora, pues para tergiversar la verdad, uno ya puede repetir como perico las mismas mentiras, secuestrar los medios, bombardear con bobadas en todos los canales de televisión y socavar la división de poderes. Entonces, la pregunta por la relación entre inteligencia artificial y verdad ya es irrelevante.

[1] Niklas Luhmann, Systemtheorie der Gesellschaft, Berlín 2017, p. 489.
[2] Idem, p. 499.
 

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