Bremerhaven  Una pasarela de muelle y una media rasgada

De cómo la media rasgada de una muchacha transformó la vida de un oficial de la marina estadounidense. Edward Mazurkiewicz habla de las escalas de su vida, de los encuentros culturales y de cómo Bremerhaven se convirtió en “su” puerto.

Soy ciudadano estadounidense y vivo en Geestaland, cerca de la ciudad de Bremerhaven, que para mí es “mi puerto”. Nací el 5 de junio de 1940 en Reading, Pensilvania. He vivido y trabajado en muchos otros lugares, como Brooklyn, (Nueva York), Fort Pierce (Florida) y Washington D.C. en los Estados Unidos y Bremerhaven, Nápoles y Rotterdam en el extranjero. Muchos amigos y conocidos me han preguntado por qué decidí abandonar los Estados Unidos y mudarme a Bremerhaven. Con una sonrisa siempre respondo que me encantan los sándwiches de arenque.
Mapa de Bremerhaven

La ciudad de Bremerhaven se encuentra en el noroeste de Alemania, donde el río Weser desemboca en el Mar del Norte. | Map: OpenStreetMap.org

Aunque no es del todo mentira, muchos otros factores contribuyeron a la elección del lugar al que ahora considero mi hogar, comenzando por Reading. Mis antepasados de lado paterno provenían de Galitzia, Polonia, los del lado materno de Renania-Palatinado. Me crié en la cultura polaca de mi padre, pero en Reading había también zonas de las ciudad que, por lo general organizadas en torno a una iglesia protestante o católica, se destacaban por su población italiana, alemana, irlandesa, rusa o de algún otro país eslavo. Reading está ubicada en el corazón del Pennsylvania Dutch Country, donde todavía se habla un dialecto de Renania-Palatinado. Cuando entré en la escuela, sólo se hablaba inglés y de a poco fui olvidando el polaco, que hablaba de niño. Logré ir a la universidad y en 1962 me recibí en la Universidad Estatal de Pensilvania.

En el mar como oficial de la marina estadounidense
 

Entonces tuve que hacer el servicio militar, como todos los varones mayores de 18 años en aquella época. En lugar del servicio militar común en el ejército, que duraba dos años, entré voluntariamente en la marina para ver el mundo. Con mi título universitario podía asistir a la Escuela de Oficiales y luego incorporarme como oficial. Recuerdo bien esa noche. Estaba en el tren viajando al Centro de Entrenamiento Naval de Newport en el estado de Rhode Island. Era el 16 de octubre de 1962 y el presidente J. F. Kennedy había dado la orden de que se bloqueara navalmente a Cuba. Después de graduarme, me asignaron al USS Neosho, un buque cisterna que proveía de combustible en el mar a barcos de guerra.

Aunque la mayor parte del tiempo estábamos en alta mar y teníamos que trabajar día y noche muchas horas, había tiempo para visitar los puertos, descansar y relajarse. Atracamos en puertos de Curaçao, Cuba, España, Italia, Grecia y Turquía. El episodio más divertido que recuerdo se produjo en Barcelona. Como era la costumbre, nuestro capitán realizó una visita diplomática al consulado estadounidense. Cuando volvió, anunció que un integrante femenino de la familia real española quería conocer a algún oficial de marina estadounidense. Por supuesto, todos los oficiales casados dijeron que no se contara con ellos y pusieron cara de desagrado pensando en encontrarse con una española que nunca habían visto. Yo tenía entonces 23 años, era soltero y el menor de todos los oficiales a bordo. Fue por eso que se me encargó la “misión” de acompañar una noche a la dama. Al final, sin embargo, resultó que mi cita no era con una vieja solterona, sino con una mujer joven, agradable, que había estudiado en la UCLA de California. Por supuesto, me sentí intimidado, sobreexigido y probablemente debo haber sido un aburrido embajador de mi país y de mi barco. Comimos en un restaurante de fondue que ella eligió y por suerte no me costó el salario mensual.

En 1965 me destinaron al USNS General William O. Darby, un transportador de tropas y barco de pasajeros, que trasladaba a los soldados y a su familia, incluidos mujeres y niños, entre Brooklyn y Bremerhaven. Era una especie de servicio continuo entre Brooklyn y Bremerhaven. El tiempo de espera en cada puerto era de 56 horas. El cruce en dirección al este con mar de popa duraba diez días y el regreso a los Estados Unidos, desde doce hasta quince días, con olas hinchadas y pasajeros enfermos. Durante algunas de estas travesías pude observar a parejas de jóvenes recién casados, a esposas alemanas esperanzadas y animadas en su camino a una nueva vida en los Estados Unidos o mujeres alemanas solas, resueltas, algunas con niños, que regresaban a su patria.

Llegada a Bremerhaven
 

La primera vez que pisé suelo alemán fue cuando llegué a Bremerhaven. De algún modo había esperado que fuera una ciudad vieja que todavía se encontraba en reconstrucción después de la guerra. ¡Cómo me sorprendí! Bremerhaven resplandecía con nuevo brillo, y las calles estaban llenas de personas que iban al trabajo, a su casa o estaban de compras. En las tiendas del centro de la ciudad, las personas llevaban siempre su mejor ropa, como si fuera domingo. Los hombres se quitaban el sombrero cuando se cruzaban con mujeres en la acera. Eso fue lo que realmente más me impresionó. Y en Bremerhaven había, como en mi ciudad natal Reading, traqueteo de tranvías, un teatro y cines, y amplios paseos de compras con bares y restaurantes, y pequeñas tiendas como antaño y el bar de la esquina que vendía cerveza y bretzels. Todo lo que veía me recordaba a la Reading de veinte años atrás, a la Reading de mi infancia. ¡Me sentí como en casa! Creo que mis primeras palabras alemanas fueron: Ich möchte ein Bier und eine Bratwurst (Quisiera una cerveza y una salchicha).
 
Edward Mazurkiewicz, 1966

Edward Mazurkiewicz, 1966 | Photo: privado

En un inolvidable viaje de agosto de 1965, regresando a Brooklyn, el capitán recibió el mensaje confidencial de que hasta nueva orden se suspendían todos los viajes a Alemania. Nuestro barco debía llevar compañías enteras de soldados a Quy Nhon, Vietnam. Después de que las tropas militares embarcaron en Charleston, Carolina del Sur, el barco siguió rumbo al oeste, hacia Vietnam por el Canal de Panamá. Dejamos a los soldados en Quy Nhon y después el barco continuó viaje en dirección a occidente, a través del océano Índico, por el Canal de Suez, hasta Bremerhaven, donde recibimos nuevos soldados y pasajeros. Fue una vuelta al mundo en 72 días. Y ese fue el momento en que me encontré con mi futura esposa.

Una media rasgada y amor a primera vista
 

Estábamos con amigos en el centro buscando un lugar de salchichas y cerveza, cuando nos llamaron la atención dos mujeres jóvenes que les hablaban a los peatones y parecían desesperadas. Nos acercamos a ellas y les preguntamos si necesitaban ayuda. Resultó que a una de ellas se le había rasgado una media. Todas las tiendas habían cerrado y necesitaba monedas para un expendedor automático de medias que había delante de un comercio de ropa. Mis amigos y yo teníamos suficiente sencillo y pudimos ayudarla. Y luego ocurrió: nuestras miradas se encontraron… y fue amor a primera vista. Su nombre es Waltraud y todavía hoy seguimos felizmente casados. A continuación intercambiamos direcciones, nos escribimos cartas e intentamos encontrarnos cada vez que mi barco atracaba en Bremerhaven.

Un año después terminó el período por el que me había comprometido a servir. Entonces decidí que la vida en la marina, con sus misiones frecuentes, no era apropiada para tener una relación y una familia. Presenté la dimisión como oficial y regresé a Bremerhaven como civil. Primero encontré un puesto de agente de transporte en el puerto y más tarde en la base de la marina de los Estados Unidos. Waltraud y yo nos casamos en agosto de 1968 en la Gran Iglesia de Bremerhaven.
 
Matrimonio – agosto de 1968 frente a la oficina de registro civil en Bremerhaven

Matrimonio – agosto de 1968 frente a la oficina de registro civil en Bremerhaven | Photo: privado

Ir y venir por el Atlántic

Un nuevo puesto en el Ministerio de Defensa exigía que yo volviera a los Estados Unidos con mi joven familia, porque, de otro modo, perdería el trabajo. Fue un momento muy crítico de mi vida: quedarse, perder el trabajo y empezar desde cero o volver a los Estados Unidos. En los ojos de Waltraud pude leer cómo la agobiaba esta última opción. Entonces le prometí que si partíamos, haría todo lo posible para regresar a Bremerhaven. Las autoridades de logística de la marina me volvieron a contratar en Washington. Allí toda mi esperanza era que me trasladaran al otro lado del océano para poder estar más cerca de Bremerhaven. Cuando me volvieron a admitir en el servicio en el extranjero, asumí la dirección del centro de carga de la marina de los Estados Unidos en Nápoles. Yo había subestimado un poco la distancia entre Bremerhaven y Nápoles, que era de unos 2000 kilómetros, pero todas las vacaciones de verano hacíamos ese viaje en familia. Después de trabajar seis años me llamaron de regreso a Washington. Finalmente se dio la oportunidad de volver a Bremerhaven, lo que hicimos en octubre de 1985. Cuando se llevó a cabo una reducción de las fuerzas estadounidenses estacionadas en Alemania y se cerraron bases militares, esto es en 1995, me trasladaron a Rotterdam. Esa vez nos mudamos mi mujer y yo sin los hijos, que ya habían crecido y habían fundado familias en Estados Unidos y Alemania.
Nápoles – La familia Mazurkiewicz en un restaurante

Nápoles – La familia Mazurkiewicz en un restaurante | Photo: privado

Después de haber ido y venido durante sesenta años por el Atlántico, Waltraud y yo tenemos la sensación de haber tomado en la vida las decisiones correctas. Por supuesto, no podemos volver el tiempo atrás, y hoy “mi puerto”, Bremerhaven, es un lugar muy distinto. También Reading se ha transformado. Las dos ciudades, que tienen aproximadamente ciento veinte mil habitantes, luchan con las dificultades económicas, el saneamiento de sus centros y problemas culturales debidos a la gran inmigración. Nuestra familia está compuesta por tres hijos, siete nietos y dos bisnietos, de los cuales algunos viven en Colorado. Waltraud y yo somos felices aquí. Y la vida continúa.

Posdata:. ¡Sí me gusta el arenque!
 
Edward Mazurkiewicz con su esposa Waltraud

Edward Mazurkiewicz con su esposa Waltraud | Foto: Manja Herrmann