Crónica de la inauguración
Sueños y pesadillas del mañana
El tiempo de la memoria no es lineal. La idea de que a medida que pasa el tiempo el pasado está cada vez más atrás, más lejos y menos presente, a veces es desmentida en la práctica. El pasado puede ser renuente a pasar, y puede volver y actualizarse.
La lucha contra el olvido no es una batalla en la que se pueda anunciar la victoria definitiva. A pesar de las nubes amenazantes y del viento que sopla con una rabia desatada, no llueve. Ni lloverá. Como un mantra apenas audible, llega el murmullo del río, la liturgia del agua que fluye. Lita Botaino, de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, madre de dos hijos desaparecidos –Miguel Ángel, secuestrado en 1976, y Adriana, en 1977–, toma el micrófono y sonríe. Hay que verla cómo sonríe. Sonríe con las pupilas, con las pestañas, con las cejas, con las mejillas. Hasta los dientes parecen que se ríen.Lita habla en la inauguración de “El futuro de la memoria”, exposición multidisciplinaria que se podrá visitar hasta el 27 de mayo con trabajos de Marcelo Brodsky, Gabriela Golder, Mariano Speratti y el grupo Etcétera, integrado por Loreto Garín Guzmán y Federico Zukerfeld, una iniciativa del Parque de la Memoria y el Goethe-Institut Buenos Aires, con el apoyo del Museo Sitio de Memoria ESMA. Esta muestra forma parte de un proyecto regional homónimo promovido por el Goethe-Institut en Colombia, Brasil, Chile, Perú, Uruguay y Argentina, para reflexionar sobre la memoria de las dictaduras, las violencias y conflictos armados de las últimas décadas.
“Nosotras somos las que protestábamos”, afirma Botaino, al lado de Vera Jarach con su pañuelo blanco, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora, que ya cumplió 90 años. En junio del año pasado, Jarach se reunió con la canciller alemana Angela Merkel, durante la visita que hizo al Parque de la Memoria, y le contó de la muerte de su abuelo en el campo de exterminio de Auschwitz y la desaparición, décadas más tarde, de su hija de 18 años a manos de la represión militar. Franca, la hija de Vera, estuvo detenida en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) y permanece desaparecida. Por testimonios de sobrevivientes, se sabe que fue arrojada al Río de la Plata en los llamados “vuelos de la muerte”.
“A este lugar lo conocemos cuando estaban los pastos así de altos –recuerda Botaino y alza las manos casi a la altura de su hombros–. Yo digo que nos tocaba la parte de protestar porque no siempre tuvimos gente que aceptara esto. Acá están los nombres de muchos y faltan muchos. El arquitecto (Alberto) Varas diseñó 30.000 mil placas de las cuales faltan un montón de nombres. Hay mucha gente que al no haber sido sus hijos tirados al río, se me ocurre, no lo sé, pensaron que este no era el lugar porque pasó por tal campo de concentración. Acá están inclusive los que lucharon en Tucumán; hasta se discutió entre los organismos si hubieran querido los que lucharon por los mismos ideales de nuestros desaparecidos que los llamáramos desaparecidos”.
Nora Hochbaum, directora del Parque de la Memoria, repite una frase-leitmotiv: “Nada sucede a menos que primero sea un sueño”, el título de la muestra que repasa los veinte años de esta institución que impulsó la construcción de un Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado, la confección de una Base de Datos de consulta pública y la vinculación de programas artísticos y educativos que relacionan el pasado con el presente. “Parte de ese sueño de las Madres, de las Abuelas, de los Familiares, de la sociedad, era lo que sucede acá, en El futuro de la memoria, que los artistas se involucren, piensen, hagan metáforas sobre la memoria, se articulen con este proyecto. Entonces es como un homenaje a estos veinte años de trabajo, de perseverancia, de lucha, de todo lo que han hecho estas mujeres y estos hombres. El futuro de la memoria es lo que viene y también lo que pasó, porque este Parque desde sus inicios creyó que el arte era la herramienta para pensar el futuro de la memoria”.
Uwe Mohr, director del Goethe-Institut Buenos Aires, se refiere al corazón de la propuesta. “La idea es aprender del pasado para desarrollar un futuro más democrático, más abierto, más tolerante y más libre para todos nosotros. Este no es un tema sólo de Argentina y de América Latina, es también de Europa. Esta es la idea del proyecto regional de los institutos Goethe en los países de América Latina; es muy importante analizar el pasado para crear un futuro mejor”.
El capitalismo criminal
Al ingresar a la sala PAyS el “Museo del Neoextractivismo” del grupo Etcétera irrumpe con un despliegue irreverente y provocador. Hay un puñado de fotos con los rostros de las víctimas más recientes del “neoextractivismo”, un término instalado hace algunos años por el activista uruguayo Raúl Zibechi, quien define al “neoextractivismo” como “una segunda fase del capitalismo neoliberal”. Berta Cáceres (1971-2016), una líder indígena, lenca, feminista, y activista del medio ambiente hondureña, fue asesinada después de haber denunciado 47 concesiones otorgadas a empresas transnacionales mediante el uso de testaferros o prestanombres hondureños luego del golpe de Estado de 2009, en la que se vendieron tierras, recursos y ríos, mientras las comunidades eran desalojadas de sus territorios ancestrales. Los ríos, la tierra y el aire pasan a ser de las transnacionales.
También se pueden ver los rostros de Santiago Maldonado –quien desapareció el 1° de agosto de 2017, mientras era reprimido junto a otros jóvenes mapuches durante una protesta en Cushamen (Chubut), y cuyo cadáver fue encontrado el 17 de octubre–, Rafael Nahuel, joven mapuche de 22 años asesinado por la espalda durante un operativo de Prefectura Naval el 25 de noviembre del año pasado en Villa Mascardi (Bariloche), y Andrés Carrasco (1946-2014), médico especializado en biología molecular que investigó sobre los efectos nocivos del glifosato en los vertebrados.
El Museo tiene un triste ránking de defensores de la tierra y el medio ambiente asesinados en 2016. Brasil encabeza la lista con 49 asesinatos, continúa Colombia, con 37, Filipinas con 28, Honduras con 14 y Nicaragua con 11. Un niño de unos cinco años le pide al padre que le saque una foto con los espantapájaros –uno grande y otro chiquito– vestidos con trajes negros. Muchos se detienen a ver el video de la ocupación a la planta de Monsanto, encabezada por Sofía Gatica (Córdoba, 1967), cofundadora de las Madres de Ituzaingó, cuya hija murió tres días después de su nacimiento debido a una insuficiencia renal relacionada con la exposición a pesticidas.
El mundo simbólico
En “Los archivos del CELS” (Centro de Estudios Legales y Sociales), el trabajo fotográfico de Marcelo Brodsky es una selección exhaustiva y abrumadora de una documentación “que habla” a través de fichas, cuadernos, microfichas y expedientes. En una de las páginas de un cuaderno Gloria, donde los trabajadores del CELS anotaban a mano los nombres y apellidos de los detenidos-desaparecidos, se puede leer: “controlar si son de La Plata o Mar del Plata”, Álvarez Lidia B. de Sadet y Sadet Adalberto Ismael, militantes de la Juventud Peronista secuestrados el 29 de septiembre de 1976 en Mar del Plata.
“Lo que el pasado deja son huellas, en las ruinas y marcas materiales, en documentos y papeles, en las trazas mnémicas, en la dinámica psíquica de las personas, en el mundo simbólico. Esas huellas, en sí, no constituyen ‘memoria’, a menos que sean evocadas y ubicadas en un marco que les otorgue sentido”, plantea la socióloga Elizabeth Jelin en La lucha por el pasado. Cómo construimos la memoria social.
Saltar de esa página a la foto “El expediente Nando” –la documentación sobre su hermano Fernando Brodsky, secuestrado el 14 de agosto de 1979 a los 22 años– o al listado de estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires pone de relieve un dato que a veces se pierde de vista: la juventud de los detenidos-desaparecidos. Magdalena Gallardo, militante de la Juventud Guevarista y estudiante de ese emblemático colegio, tenía 15 años cuando fue secuestrada, el 8 de julio de 1976.
“El silencio existe”
En la videoinstalación “Cartas”, de Gabriela Golder, la voz de una niña lee la primera de las cartas, escritas desde diversas cárceles del país, el exilio o la clandestinidad durante la dictadura cívico-militar. “Yo lo que quiero es que no se preocupen por mi salud. Una huelga de hambre en un organismo sano lo único que hace es rebajar el peso que después en diez días vuelve automáticamente a recuperarse (…) Lo único piola de estar acá es haber descubierto que el silencio existe y es posible”.
La siguiente, leída por un niño, es del 20 de septiembre de 1976, del padre de Elena Itatí Risso: “Estamos superando, lenta, dolorosamente, el estado de caos e inseguridad en que nos habíamos sumergido. Se siente en las calles, se palpa en la gente, un optimismo que hacía tiempo que no experimentábamos. Un renovado y sólido concepto moral parece haberse instalado aún allí donde la decadencia espiritual amenazaba con desmoronar hasta el respeto por nosotros mismo como pueblo. La justicia ha recuperado sus vendas, condenando o absolviendo a quien fuera con total imparcialidad. Solo parece haberse olvidado de mi hija, Elena Itatí. Ella ha sido detenida hace ya siete meses, sin que su actividad justificase semejante medida. (…) Siete meses que resultan incomprensibles a la luz de las declaraciones del general Videla referidas al respeto por los derechos humanos en nuestro país”.
“Vigilar es defender”
“Habeas sonus”, la video instalación del actor Mariano Speratti, impacta por las resonancias discursivas con el presente político. En este montaje futurista, unos niños encargados de la Oficina de la Memoria, en el centenario de la dictadura cívico-militar, excavan la tierra y encuentran una caja con unos archivos sonoros espeluznantes sobre “un problema especialmente importante y siempre actual: el cuidado de nuestras fronteras”. “Un país puede compararse con un organismo vivo; el cuerpo extraño puede multiplicarse y atacar hasta causar un inevitable mal. Los recursos para la defensa llegan, pero tarde (…) Vigilar es defender”. La seguidilla de propagandas de la dictadura cívico-militar continúa. “Las cosas han cambiado; ahora se respira, se trabaja, se pasea, se habla con tranquilidad, hay seguridad. Aprendimos que la libertad da derechos, pero también crea obligaciones. Que la solidaridad es un valor esencial para la comunidad, retornamos al estilo de vida argentino, a nuestro estilo”.
El tiempo de la memoria no es lineal. La idea de que a medida que pasa el tiempo el pasado está cada vez más atrás, más lejos y menos presente, a veces es desmentida en la práctica. El pasado puede ser renuente a pasar, y puede volver y actualizarse. Botaino advierte que la pelea por levantar el Parque de la Memoria no fue fácil. “El presidente (Mauricio) Macri no lo quiso y no lo quiere”, subraya la dirigente de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. “Además de honrar a todas y a todos, este es un lugar de mucha energía. Hoy puede ser que venga la tormenta. Pero hasta con lluvia da energía”, agrega Botaino y su voz se quiebra por la emoción. Pero no se rompe. “Cada cosa de este espacio es un pedazo de nuestros hijos y nuestros familiares. Como decía el director del Goethe, primero hay que tener memoria. Y saber lo que pasó para que no se repita”.