Novelas y cuentos
Magela Baudoin
De Magela Baudoin
Escritora y periodista boliviana, nacida en Caracvas (1973). Autora del libro de entrevistas Mujeres de Costado (Plural 2010); de la novela El sonido de la H (Premio Nacional de Novela 2014, Santillana-Bolivia); y del libro de cuentos La composición de la sal (Plural 2014, Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, 2015) , traducido al inglés y al portugués y editado en Colombia, México, Bolivia, Argentina, Perú, Chile, Ecuador, España, Brasil y Estados Unidos. Actualmente, se prepara la traducción al árabe, con la editorial Al Arabi. Es directora de la revista anual de literatura boliviana El Ansia y dirige junto a la escritora Giovanna Rivero la colección editorial Mantis, que difunde el trabajo literario de escritoras de Hispanoamérica. Es fundadora y coordinadora del Programa de Escritura Creativa de la Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra (UPSA), en donde también enseña.
He estado reflexionando mucho respecto del proceso de escritura, especialmente cuando se trata de aprender/enseñar a escribir. Se suele decir que la escritura es un oficio y que –para usar la metáfora del taller- se hace con las manos, lo cual nos lleva de inmediato a la cuestión de la técnica, de los procedimientos y del virtuosismo o la voz propia que surge de la emulación y la réplica. Por supuesto, lo digo siempre en mis clases de escritura, hay bastante de eso en el proceso de escritura: mucho de leer y querer calcar un estilo, una manera de hacer (digamos la adjetivación extraordinaria de Borges o la sensualidad de Marosa Di Giorgio). Sin embargo, la escritura no es solo una cuestión “manual”, de técnicas, de formas, de géneros. Es también un asunto que se hace con el pensamiento y con las emociones. Es decir, algo que se trabaja con el intelecto y con el corazón (o la memoria, que es la sustancia del corazón); algo que se busca, que se conceptualiza, que se reflexiona y que, al mismo tiempo, se siente y no tiene explicación. Por eso la técnica no es suficiente. Por eso, concebir una escritura exclusivamente desde la perspectiva de un género termina siendo algo muy mecánico.
Y no estoy menospreciando la riqueza de los géneros. Pienso ahora mismo en el policial o en la ciencia ficción, como dos géneros populares tremendamente políticos, que han sido capaces de problematizar la realidad y de criticar, como decía Piglia, el capitalismo. Sin embargo, no creo —al menos en mi caso— que el género sea el origen sino una consecuencia de la pulsión creativa.
¿Cómo quisieras que te consideren en relación con las corrientes o modos de escritura actuales?
Es difícil verse uno mismo. Me parece que —por contemporaneidad— soy parte de una generación de escritores y, sobre todo escritoras, que están experimentando intensamente con la escritura, incorporando en ella un hondo proceso de reflexión y de sensibilidad. Que están contando mundos y cuerpos desajustados, esperpénticos, significativos cuyo resultado es poético y, por supuesto, político. Se trata de voces muy distintas que tal vez tengan eso en común: la hibridez, el mestizaje, el atrevimiento de narrar lo pequeño y prescindir de las ambiciones totalizantes. Voces a las que no les interesa ser catalogadas, un poco díscolas, que solo están escribiendo. ¡Eso! Me gustaría que se piense en mi como solo eso: como alguien que escribe.
¿Qué esperas del lector que se enfrenta a tu literatura?
Voy a responder primero como lectora porque uno escribe, de algún modo, para el tipo de lector que una es. Así que me gustan los escritores que retan; que te dicen que te están contando una cosa, pero en verdad te están contando otra; que te ofrecen una escena aparentemente insignificante o inconclusa, pero que vuelta a leer está narrando un submundo mucho más intrincado y controvertido, casi invisible. Cuando lees como “escritor”, vas desarmando los textos, cosechando de esa lectura lo que se aviene con tu propia escritura. Por eso, admiro mucho a los escritores que te convierten otra vez en un lector desprevenido, que desmontan tu sistema inmunológico, que bajan tus defensas y desconectan tus sistemas conscientes de aprendizaje. Creo que me he ido un poco por las ramas pero el punto al que quiero llegar es que cuando escribo me propongo mover al lector, desplazarlo de su lugar de comodidad y ojalá en esta peripecia artística logre desarmarlo al punto de que vuelva a la edad de la inocencia.