El tercer largometraje de la directora alemana combina ciencia ficción, distopía y comedia romántica con dos sensacionales actuaciones de Dan Stevens y Maren Eggert.
De Miguel Muñoz Garnica
Con su escena de apertura en un elegantísimo restaurante, I’m Your Man expone claramente lo que quiere construir como película: una danza con la pareja más inesperada. Sus mejores cartas quedan ya sobre la mesa con un dúo de actores principales que, antes de mediar palabra, son plenamente expresivos en su corporalidad. Dan Stevens (Tom) como el perfecto seductor romántico, Maren Eggert (Alma) como la perfecta workaholic sin tiempo ni disposición para el amor. Su baile al comienzo enuncia un duelo entre el galanteo irresistible y la fría resistencia que, al poco, queda reformulado con un glitch repentino. A Tom se le escapa un movimiento de cuello antinatural y una frase en bucle que nos desvela que, efectivamente, era demasiado perfecto. Tom resulta ser un robot con un algoritmo adaptado a la personalidad de Alma, diseñado para enamorarla perdidamente. Alma, una escéptica testadora del «producto», en pruebas antes de ser lanzado al mercado.
Un baile inesperado
Así pues, la idea del baile inesperado alcanza también a la mixtura genérica del tercer largometraje de Schrader, que transita con soltura la ciencia ficción, la distopía y la comedia romántica. Esta última determina el tono: su cariz fantástico se limita a la presentación de la premisa —y de paso, a una escena memorable de Maren Eggert bailando sobre hologramas— y confía el peso del desarrollo a las capacidades de sus dos actores. Stevens no necesita efectos visuales para darle a su caracterización de hombre perfecto una artificialidad muy marcada, contrastada con la mezcla entre opacidad y rotundidad que hace tan fascinante el mirar a Eggert. Una extraña pareja que da un enorme juego al ser expuesta a cualquier situación cotidiana.
Fotograma de “I’m Your Man”, Maria Schrader, 2021 | © Christine Fenzl, Maria Schrader
El amor y el otro
Más allá de sus adscripciones genéricas y su tono juguetón, I’m Your Man se presta inevitablemente a lecturas reflexivas. Sobre todo, Schrader señala a la naturaleza egoísta del amor. Contrariando su aparente frialdad inicial, descubrimos que Alma se resiste a Tom no porque rechace el amor, sino precisamente porque cree en él. Porque parte de la convicción de que un algoritmo hecho a medida de las preferencias y expectativas del usuario, por muy perfecta que sea su imitación de la forma humana, es justamente lo contrario al amor: un encierro en uno mismo en lugar de una apertura al otro. Ahora bien, el contacto prolongado con Tom, y he aquí la pirueta final del filme, hace que su discurso moral, en choque con sus acciones, se acerque al cortocircuito. Todo se reduce, desliza la cineasta, a que la realización plena de nuestros deseos es a la vez irresistible y temible. A que el problema pueda no ser la soledad, sino que aún estemos por perfeccionarla.
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