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Franz Kafka
¿Un agrimensor literario?

De derecha a izquierda: Kafka; su secretaria Julie Kaiser, que le visitó en noviembre de 1917; su hermana Ottla; su prima Irma; Mařenka, una ayudante del pueblo de Siřem (Zürau). Noviembre de 1917
Kafka en la granja de Ottla en Zürau (Siřem) | © Archiv Klaus Wagenbach

La vida rural y sus múltiples facetas eran para Franz Kafka –el empleado de oficina y el convaleciente, el escritor y la persona– un mundo que conocía bien en todas sus formas. En su obra aparecen por doquier imágenes y relatos de la vida de aldea y la vida rural. Siendo así, ¿qué lectura puede sacarse de ello y en qué relación se hallan con el pensamiento contemporáneo y una modernidad que aceleraba a ritmo vertiginoso?

De Marc Weiland

¿Escenas campestres idílicas?

Se puede afirmar sin temor a equivocarse que Kafka estaba familiarizado por experiencia propia con las distintas facetas de la vida rural –que en la época moderna iban diferenciándose cada vez más entre sí–: los espacios rurales para los que se buscaba un uso turístico o, también, tecnológico industrial, y asimismo las granjas remotas gestionadas con duro trabajo. Y también Praga, a la que entonces muchos aún consideraban provinciana, tenía por su situación y en sí misma algo decididamente rural: ya solo la gran cantidad de población que había emigrado allí desde el campo aseguraba la presencia de experiencias rurales. Lo rural en la ciudad es un tema que también, en cada caso a su manera, Kafka incorpora en sus textos narrativos. Basta con recordar el célebre “hombre del campo” de Ante la ley o el tío de El proceso, a quien se denomina expresamente un “espíritu rural”.

Kafka conocía la heterogeneidad del mundo rural por sus propias excursiones y viajes, por sus veraneos y sus estancias en centros terapéuticos, pero también por sus viajes de trabajo a las provincias industrializadas del norte de Bohemia, donde actuaba como empleado de la aseguradora Arbeiter-Versicherungs-Anstalt, a lo que hay que añadir asimismo, y de ello habla por ejemplo la célebre Carta al padre, la relevancia de los recuerdos familiares de la vida rural en Wosek, el pequeño pueblo del que procedían los Kafka.  

Por esta razón, en sus textos las imágenes y las narraciones del campo no ofrecen la misma claridad tajante con la que las que solemos imaginarlas (incluido Kafka) en la vida cotidiana: no encontraremos aquí ni simplicidad ni transparencia, ni, por descontado, tampoco escenas idílicas de intención romántica, esos contrapuntos para compensar la imagen del “Moloch urbano”. Así es como, al mismo tiempo, los textos de Kafka crean y transmiten una visión alternativa de los espacios rurales, una visión, además, que –entonces y hoy– se aparta de las percepciones acostumbradas en materia de historia cultural y de los hábitos culturales de cara a elegir referencias, de esa manera de mirar que tiende a ver en el campo contrapropuestas a la modernidad. Ya en los relatos de la primera época Descripción de una lucha y Preparativos para una boda en el campo –de ambos se conservan solo fragmentos y en varias versiones distintas–, el autor se encara tanto expresa como implícitamente contra la manera ya clásica de representarse una vida rural romántica.

En la Descripción, el narrador anónimo en primera persona escapa de una velada urbana y pasea con un conocido por las calles de Praga (se trata, por lo demás, de uno de los escasísimos textos en que Kafka menciona expresamente su ciudad natal). Recorren la calle Ferdinand (hoy avenida National), dejan a un lado el muelle del Emperador Francisco a orillas del Moldava, dan un pequeño rodeo por la Karlsgasse y terminan regresando a la colina de Laurenziberg/Petřín cruzando el puente Karlsbrücke. En este momento comienza en el texto una segunda lucha, que para el narrador, y probablemente también para el autor, se suma a la que da título al relato. Es una lucha entre las ideas y aspiraciones de las maneras “realista” y “romántica” de percibir y describir el mundo. El incidente lo propicia, no por casualidad, un lugar señalado, como es la transición del espacio urbano al entorno rural, que trae consigo simultáneamente una nueva vivencia del mundo. De repente, en efecto, el narrador se encuentra en un espacio que obedece a su propia capacidad creativa poética, permitiéndole desplegarlo según su imagen personal. Le gustan las cuestas de los caminos; quiere que sean aun más pedregosas y empinadas. El trajín al anochecer es saludable, así que el autor hace que aparezca un fuerte viento de cara. Ama los bosques de abetos rojos, así que ahora anda por bosques de abetos rojos. El espacio rural se pone a disposición del narrador y bajo su control. Pero esta situación dura poco.

Así sucede también en los Preparativos para una boda, que relatan igualmente un viaje (esta vez hecho muy a disgusto) desde la ciudad al campo, no solo añadiéndole una sabrosa sátira de la ensoñación romántica, sino aludiendo a la vez también a intentos de apropiación y control en los aspectos técnico, económico e infraestructural. De hecho, el texto envía de viaje al campo en el ferrocarril –que es el vehículo de la modernidad– a todo un elenco de profesionales del comercio, cuyo comportamiento en el angosto ámbito del vagón los lectores pueden observar mediante descripciones que podríamos considerar etnográficas. En cualquier caso, tampoco aquí tardan en aparecer las señales que anuncian a dónde se dirige este trayecto. A saber: sin más preparación, pero de manera casi imperceptible, Kafka va poniendo del revés paulatinamente –en el aspecto social, en el económico, en el técnico y en lo personal– las relaciones de poder usuales entre centro y periferia, entre ciudad y campo. Aquí, en efecto, el campo, puesto a disposición general, un ámbito que usualmente obedece a las coerciones planteadas desde la ciudad y que en la modernidad se ve reducido a algunas de sus escasas funciones, como son el suministro de nutrientes, descanso y materias primas, va desenmascarando progresivamente su respuesta refractaria a todo ello. El campo se escapa a los intentos de acapararlo, apropiárselo y controlarlo; deja de ser transparente, comprensible, controlable, algo de lo que se dispone. 

América, Rusia, China, y Spindlermühle

Los paisajes rurales resultan aquí inasibles para los personajes; se evaden a su mirada y se evaden al proceso de su aprovechamiento. Es como si vivieran una vida propia. Y, en estos textos, cobran una lógica literaria propia, conforme a la cual los mundos de la aldea y de las pequeñas poblaciones objeto de la narración aparecen en la misma medida ajenos y cercanos a la vez. En ocasiones aparecen impulsos de cariz biográfico incorporados a los textos o que han inspirado su confección: así, una estancia invernal en un sanatorio (El castillo), un tío que ejercía de médico rural (Un médico rural) o, tal como se conjetura hoy, un amorío en alguna zona rural del que no se tienen noticias (Preparativos para una boda en el campo). En ocasiones también, sin embargo, los acontecimientos y sus lógicas propias son tan traumáticos, que parecen escapar a cualquier realismo y quien lo lee –de modo semejante a como hace la pareja de caballos con el médico rural–  se ve así transportado raudamente fuera de este mundo. Una lógica literaria propia de lo rural hay que localizarla en las inmensidades de América (por ejemplo en El desaparecido, en el capítulo “Una casa rural cerca de Nueva York” y en el denominado “Gran Teatro Natural de Oklahoma”), de Rusia (así en los Recuerdos del tren de Kalda) y de China (así en Durante la construcción de la muralla china o en El rechazo). Y esta lógica es a la vez, y de manera totalmente propia, carente de tiempo y de espacio, puesto que en casi todos los casos renuncia tanto a una topografía ubicable en términos geográficos concretos, como a dialectos y sociolectos en la caracterización de personajes y a trasfondos históricos en el marco de la acción.

Es en su mezcla de realidad y sueño como las experiencias rurales de Kafka resultan esenciales para su obra, en la que la imagen literaria va vinculada inextricablemente con la imagen del mundo vivido personalmente. Esta lógica literaria propia podemos encontrarla también en Spindlermühle, donde Kafka residió la primavera de 1922 para tratarse su enfermedad y comenzó su último gran proyecto de novela, El castillo. Tras un primer estímulo casual –y también embelleciendo y aguzando esa casualidad (en el hotel registran a Kafka con el nombre Joseph Kafka, lo cual a él por su parte lo remite a su protagonista de El proceso, Joseph K.)–, vuelven a entretejerse aquí de nuevo literatura y vida, ficción y realidad; y lo hacen en el marco de una historia sobre una pequeña población. En dicha historia van a entremezclarse lo premoderno (como es la comunidad de los habitantes, presa de la tradición y homogénea) y la modernidad (como son el sistema burocrático del Castillo y su eminente falta de transparencia), fundiéndose al mismo tiempo los dos ámbitos en un enmarañamiento extremo. La pequeña población, como afirma Peter-André Alt en su biografía de Kafka publicada en 2005, se vuelve un “espacio de ordenación hermético”, y tal circunstancia no es ninguna casualidad desde el punto de vista de la historia de la literatura y de la cultura.
En efecto, desde como muy tarde mediados del siglo XIX, cuando se inventó y en seguida ganó popularidad el género narrativo de la literatura de aldea, pequeñas poblaciones imaginarias venían funcionando como modelos para la ficción que, en un espacio transparente, generaban un microcosmos limitado y lo convertían así en posible objeto de reflexión. Con este telón de fondo, la población de El castillo –entre otras cosas– ofrece un modelo con múltiples capas acerca de cómo funcionan las sociedades: cómo circula en ellas y qué efectos tiene el saber (y/o los rumores), cómo se genera y se ejerce el poder, cómo se trata con personas foráneas, o cómo se las convierte primero en “foráneas”, y un largo etcétera. De ahí que las pequeñas poblaciones literarias haya que entenderlas como pequeños laboratorios en los cuales y mediante los cuales autoras y autores relacionan experiencias y expectativas de transformaciones sociales, históricas y tecnológicas –tal como aparecen en tropel en la modernidad– con puntos de vista y teorías filosóficos y antropológicos y/o vinculados a cosmovisiones, utilizando ese contexto supuestamente más transparente y más manejable para experimentar y llevar hasta el final lo que sucede cuando todos esos elementos se dan a la vez. Ahora bien, si este espacio de ordenación modélico que el K. protagonista recorre y mide en todas sus dimensiones se escapa a cualesquiera intentos de tomar control sobre él, eso es uno de los impulsos productivos que se desprenden de la obra de Franz Kafka, impulsos que, a la vez, no han dejado nunca ni dejarán de llevar a nuevos intentos de ordenación. Por ello, quizá haya que dejar constancia también de esto: las labores de agrimensura llevan largo tiempo inacabadas.

Con ocasión del 100º aniversario de la muerte de Franz Kafka se publicará el libro Landvermessungen – Franz Kafka und das Landleben (i.e.: Operaciones de agrimensura: Franz Kafka y la vida rural) en la colección Rurale Topografien (i.e.: Topografías rurales, editorial Transcript-Verlag).
 

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