A finales de la década de 1980, el ambiente en Berlín Oriental estaba lleno de nerviosismo. Sin embargo, la apertura de la frontera con Berlín Occidental en la noche del 9 al 10 de noviembre tomó a muchos por sorpresa. En exclusiva para GEGENÜBER, Heidi, una berlinesa de corazón que creció en el lado oriental de la ciudad, comparte cómo vivió la noche en que cayó el Muro.
Traducción: Ricardo Roa
Un artista circense me abrió la puerta al mundo en Berlín Oriental en la década de los ochenta. Cuando tenía alrededor de diez años, leí el cuento “El gran Blondin” que relataba las hazañas del acróbata francés Charles Blondin, quien cruzó las cataratas del Niágara sobre una cuerda. Este funámbulo incluso comenzó a aparecer a mis sueños. Lo que más me fascinaba de esta historia era —además de la emoción de caminar sobre la cuerda— la belleza de la naturaleza descrita alrededor de aquellas enormes cataratas. Soñaba con que algún día podría viajar hasta allí.
Sin embargo, como una pequeña niña de Berlín Oriental a principios de los ochenta, sabía que probablemente tendría que esperar hasta mi jubilación para poder visitar las cataratas del Niágara. Era una gimnasta apasionada y talentosa, pero sólo podía competir en países “no-occidentales”. No podía comprender que el Gobierno de la RDA me prohibiera viajar por el mundo.
Y entonces, en 1989, cuando el clima político comenzó a cambiar, yo estaba en el lugar exacto, en el momento exacto y con la edad adecuada. La gente se reunía en la iglesia y discutían sobre los cambios políticos. Rápidamente, este grupo se volvió más popular, así que pronto todos los asientos en la iglesia estaban ocupados y hasta los pasillos estaban llenos de personas que querían escuchar. En el verano de 1989, cada vez más personas cruzaron la frontera no tan vigilada hacia Alemania Occidental a través de Hungría. Otros saltaron la cerca de la embajada de Alemania Occidental en Praga para marcharse. Se podía respirar el cambio en el aire. En la RDA, ahora era posible solicitar un pasaporte, y aunque debido a las estrictas restricciones de viaje, éste parecía solamente un papel, muchos de mis conocidos llenaron la solicitud. Yo también lo hice. En ese momento tenía 18 años.
Entonces llegó el 9 de noviembre de 1989, ¡y de pronto mi sueño comenzó a volverse realidad! Ese día volví a casa después del entrenamiento junto a mi madre, quien también era mi entrenadora. Vimos las noticias en la televisión y nos sorprendimos: se estaba transmitiendo en vivo una conferencia de prensa en la que se anunciaba que cualquiera con una identificación podría cruzar la frontera entre Berlín Occidental y Oriental. ¿A partir de cuándo? ¡A partir de ese momento!
No podíamos creerlo, pero alrededor de las 11 de la noche decidimos intentarlo. Mi hermano no nos creyó y siguió durmiendo. Nos dirigimos al paso fronterizo Friedrichstraße, también conocido como el “Palacio de las Lágrimas” porque aquí se despedían familiares o amigos que abandonaban Alemania Oriental, ya fuera para una visita o para siempre. No hay palabras para describir el ambiente en el tren hacia Friedrichstraße. Observaba los rostros llenos de emoción a mi alrededor, me preguntaba si realmente se cumpliría nuestro sueño de viajar libremente. Todavía no podíamos entregarnos por completo al sentimiento de felicidad.
Después de hacer fila durante al menos una hora, nos sellaron nuestras identificaciones y cruzamos la frontera. Ya era más de medianoche. El 10 de noviembre de 1989, estábamos en Berlín Occidental.
Lo primero que vi fue la luz azul de la estación de metro y las luces de la gran iglesia cerca de la estación Zoologischer Garten. Tenía una idea de Occidente más brillante y glamorosa. Sin embargo, estaba impresionada por todos los distintos autos. Esa noche, los modelos occidentales ya se mezclaban con los Trabant, Wartburg, Skoda y Moskvich orientales. En todas partes se ofrecía cerveza gratis y personas desconocidas se abrazaban y celebraban juntas. Fue un absoluto e increíble “wow”. ¡Qué noche!
Ese día teníamos clase de ruso en la escuela. Todos en el salón de clases estaban nerviosos y susurraban: “Tenemos que irnos ahora. Van a cerrar la frontera a las 8.” Tan cansada como estaba, respondí que yo ya había hecho mi primer viaje a Berlín Occidental. En nuestro boletín de clase de aquel día se leía: “Sólo tres personas presentes en la apertura de la frontera”.
El día después de la conferencia de prensa, muchas personas no asistieron a la escuela o al trabajo. Un día especial, después de una muy noche especial que cambió la vida de muchos, incluida la mía.
En lugar de estudiar Ciencia del Deporte en Leipzig, como había planeado, me formé como secretaria bilingüe y gané lo suficiente para pasar un año en Estados Unidos como au pair y luego viajar por el mundo. Y sí, fui a las cataratas del Niágara, una experiencia igualmente hermosa e intensa. Estoy muy feliz de haber podido hacer ese viaje antes de jubilarme. Participé con mi grupo de gimnasia en muchas competencias en diferentes países y aún organizamos reuniones en las que nos deleitamos con los recuerdos de aquellas fantásticas épocas.
El 9 de noviembre también es una fecha especial para mí por otros motivos. Es el día en el que, un año después, conocí a mi esposo Sebastian, quien comparte mi pasíon por los deportes y los viajes. Tenemos un hijo, Max, y vivimos algunos años en Phoenix, Arizona, y en Nueva York, después de participar en la lotería para la residencia permanente y ganar. Durante nuestros viajes, conocimos a muchas personas interesantes. Más allá de las fronteras y los océanos, forjamos amistades que realmente durarán una vida.
Estoy profundamente agradecida por el giro histórico de 1989. He cumplido muchos sueños y me emociona seguir descubriendo y aprendiendo a disfrutar de una vida sin las fronteras que alguna vez dividieron a Alemania en dos.