El tequio, un trabajo colectivo y gratuito para el bien común  La solidaridad, un valor esencial entre los pueblos originarios de México

Dos manos estrechándose delante de un fondo azul oscuro © Ricardo Roa

El trabajo colectivo, que en México es cotidiano entre algunos pueblos indígenas y no indígenas, puede considerarse un valioso impulso para la construcción de una comunidad funcional. Por un lado, se fortalece el bienestar común; por otro, se lleva a cabo una resistencia activa contra un sistema capitalista cuyos discursos sobre solidaridad y comunidad están siempre socavados por intereses individuales. La comprensión de otras formas de solidaridad, que han perdurado durante siglos, conduce al reconocimiento de que ese nuevo mundo que tanto anhelamos es, en efecto, posible.

México es el quinto en el mundo en biodiversidad y culturalmente cuenta con 68 idiomas. El estado de Oaxaca, por su parte, es el de mayor biodiversidad en la República Mexicana y el que mayor cantidad de idiomas y grupos étnicos tiene en el país. Suponemos que la diversidad biológica tiene que ver también con la riqueza cultural.

Dentro de esta última, existe una institución social ejemplar y de hondas raíces prehispánicas de la cual abordaremos su origen, características y ejemplos. Dicha institución ha permitido la cohesión de muchas comunidades indígenas de México además de su evolución social y económica hasta nuestros días: El Tequio.

Esta institución o práctica social puede definirse según sus características distintivas como “la práctica colectiva de trabajo o de colaboración gratuita entre los miembros de algunos pueblos indígenas y que tiene como objetivo un beneficio común”. La palabra tequio proviene de la raíz náhuatl tequitl que significa “trabajo” o “tributo”.

El tequio como forma de participación colectiva de nuestros pueblos, es una tradición anterior a la llegada de los españoles y se sabe que fue aprovechado por estos para sus proyectos de colonización, ya que se requería mano de obra para los trabajos de urbanización y para sus diversas actividades económicas. Para ello se valieron de la ayuda de los tlatoanis o gobernantes de los pueblos prehispánicos que ejercían autoridad sobre sus pueblos. Más tarde los españoles usaron el tequio (que era una forma de trabajo colectivo público) para sus actividades privadas, lo que generó una sobreexplotación y las consecuentes quejas de los “indios”, como eran llamados por los colonizadores. Ante ello, los españoles optaron por remunerar dicho trabajo pero con salarios muy exiguos. Prueba de esta explotación fueron las encomiendas, el peonaje y el obraje.

La encomienda fuero la primera forma de explotación colonial y consistió en prestación de trabajo no remunerado a un grupo de personas por parte de un español llamado “encomendero” a cambio de recibir la doctrina católica, así como la protección de su “amo”. El peonaje por su parte se llamó al trabajo asalariado en las minas, a cuyos trabajadores se les llamó peones. El obraje fue el trabajo que desempeñaban los nativos en pequeñas fábricas textiles a cambio de salarios igualmente míseros. No es raro entonces, que la Real Academia definiera al Tequio como un trabajo personal que se imponía como tributo a los indios. Con el abuso del Tequio, los españoles trastocaron esta costumbre social que, de ser una experiencia prehispánica de trabajo colectivo gratuito y gratificante, pasó a convertirse en una actividad de explotación laboral y económica.

Las grandes ciudades prehispánicas, sus sistemas agrícolas, sus admirables obras de irrigación y desagüe en el Valle de México, no se explican sin el concurso colectivo y solidario de nuestros antepasados. Y no obstante el embate de sistemas de explotación como el colonialismo y el capitalismo, el tequio sobrevive y sigue siendo una forma de resistencia, así como una muestra palpable del espíritu solidario de nuestros pueblos originarios.

De entre todas las instituciones sociales, tal vez el Tequio es la más importante de nuestros pueblos indígenas toda vez que comprende su vida pública además de que es la más generalizada en el país. Sin embargo, no es la única, ya que hay otras menos conocidas y algunas de carácter privado que tienen varias de sus características, principalmente la solidaridad.

Podemos citar entre otras a la Guelaguetza, practicada por los pueblos zapotecos de Oaxaca y que consiste en la ayuda de los vecinos a quien realiza una fiesta o un acontecimiento social de índole familiar. Esta ayuda es recíproca y proporcional cuando a cada uno de ellos le toque en turno un compromiso social (boda, quince años, bautizos, funerales etc.).

La Gozona es otra costumbre colectiva que se practica entre los pueblos zapotecos de la Sierra Norte de Oaxaca y que también es un apoyo recíproco en especie cuando se celebra una boda.

La Córima o Kórima es una bella costumbre de la etnia Rarámuri o Tarahumara del Estado de Chihuahua que consiste básicamente en compartir todo sin esperar nada a cambio. Es una filosofía envidiable de esta etnia que comparte alegría y tristezas, pero también pobrezas y riquezas. Es su regla básica de supervivencia.
 
Arco tradicional de algunos pueblos de Oaxaca realizado con plantas y flores locales.

Arco tradicional de algunos pueblos de Oaxaca realizado con plantas y flores locales para celebrar alguna festividad importante como el día de Todos los Santos o las fiestas patronales. | © Ciro Velásquez

El tequio en San Mateo Río Hondo

Mis paisanos practican el tequio más como una actitud ética, como un comportamiento atávico ancestral, como un afán de preservar sus tradiciones y por la muy válida razón de que el tequio es también una forma de convivencia colectiva.
Ciro Velásquez
Hablaré de manera específica de la práctica del tequio en San Mateo Rio Hondo, una comunidad ubicada en la Sierra Sur del estado de Oaxaca, que es a la que pertenezco y puedo dar testimonio.

Este pueblo tiene una característica peculiar: es uno de los dos o tres pueblos del Estado de Oaxaca en que existe sólo el régimen de propiedad privada de la tierra. Eso le da características singulares para la práctica del tequio. Aquí, aunque existe una autoridad municipal que es la que convoca a su realización, su cumplimiento se da en un clima de libertad y espontaneidad. No hay sanciones para quien desacata el llamado y tampoco hay un control de quienes asisten y quienes no lo hacen, pues no existen acuerdos ni leyes que lo regulen. Eso le da más autenticidad, con el inconveniente de que, al no haber una organización rigurosa del mismo, corre el peligro de desaparecer.

Mis paisanos practican el tequio más como una actitud ética, como un comportamiento atávico ancestral, como un afán de preservar sus tradiciones y por la muy válida razón de que el tequio es también una forma de convivencia colectiva.

Porque participar de una actividad grupal para ellos tan escasos de momentos festivos (salvo los que proporcionan las fiestas religiosas) el tequio es una oportunidad de generosa convivencia.

Y qué satisfactorio y conmovedor resulta ver llegar a mis paisanos a las convocatorias sin una ley, sin una obligatoriedad, sin una sanción de por medio y solo porque les nace hacerlo, porque tienen espíritu solidario por no defraudar el ejemplo y el legado de sus antepasados (aquellos viejecitos que a principios del siglo pasado en condiciones adversas y a punta de pico y pala, de callos y ampollas, realizaron grandes obras y entre ellas su participación para abrir la carretera que aun comunica a la capital de Estado con las costas del pacífico).

Más allá de eso, me queda claro que asisten también porque ven en el tequio una posibilidad de alegrarse y convivir mientras trabajan en beneficio de todos. En nuestro tequio, además del trabajo, hay una fiesta implícita donde se comparten e intercambian esfuerzos, tiempo, palabras y risas, además de alimentos y bebidas. Un trabajo excepcional en el que se requiere del concurso de todos porque en él se realizan actividades disímbolas que requieren competencias diversas como: trabajo, fuerza, habilidad, talento, creatividad, simpatía, valor y en ocasiones hasta heroísmo.
 
Conjuntos de hojas de pino y un machete para cortarlas.

Tequio en San Mateo para la creación de adornos para el Festival del Hongo en San Mateo Río Hondo, 2023. | © Goethe-Institut Mexiko / Diana Hurtado


Dentro de las actividades que comprende el tequio en el pueblo están:

 
  • La construcción de escuelas o edificios públicos
  • La introducción de servicios como el agua potable o electrificación
  • La construcción, reparación o limpieza de caminos
  • La limpieza u ornamentación de sus edificios públicos, calles o plazas y el templo o el panteón
  • La gente aporta su tequio en trabajos pesados como obras públicas en las que participan generalmente los hombres. Otras veces se realizan actividades previas a las fiestas cívicas o religiosas.

Allí cada quien aportan lo que puede: su creatividad e ingenio en la elaboración de bellos adornos hechos a base de plantas vegetales, de hojas, arbustos, de musgo, totomoxtle, papel o flores. Algunos cumplen labores de aseo, de transporte, acarreo de utensilios o de instalación de escenarios. Los hay quienes por no poder asistir cooperan con generosas o humildes cantidades de dinero o con productos en especie para solventar las necesidades materiales (adornos, música, cohetes, alimentos, bebidas, premios, bailes y espectáculos). Hay quienes participan en la elaboración y ofrecimiento de los banquetes y fungen como cocineras o meseros, otros se encargan del transporte y compra de enseres.

Pero hay algunos que aportan de manera muy diferente a la mayoría. Son los que se enfundan entusiastamente un disfraz o traje, cuando cargan una marmota o una canasta florida. Los más osados cargan un torito o queman los cohetes tan necesarios para una comparsa, calenda o fiesta y que son actividades que no realiza cualquiera. Ellos también aportan su tequio sui generis para redondear el éxito de las actividades.
 
Mujeres sirviendo bebidas a la población y visitantes durante el recorrido inaugural.

Mujeres sirviendo bebidas a la población y visitantes durante el recorrido inaugural (nombrado por los pueblos de Oaxaca como "calenda") del Festival del Hongo en San Mateo Río Hondo, 2023. | © Goethe-Institut Mexiko / Diana Hurtado


En San Mateo Río Hondo se practican además otras formas de trabajo colectivo. En un acontecimiento social familiar como una boda, bautizo o velorio, los miembros de la comunidad acuden a socorrer al del compromiso con ayuda, dinero o apoyos en especie para suavizar la carga. Esta actitud no precisa la reciprocidad como en la llamada Guelaguetza, porque es espontánea y libre.

En casos de siniestros (como los incendios forestales tan comunes en la región) mis paisanos concurren en su auxilio. Equipados con herramientas elementales pero eficaces (como palas, machetes, picos, hachas y recipientes de agua) todos concurren con una actitud encomiable a pesar de que la ayuda no sea para el bien común, sino para el bien y ayuda de quien sufrió el incendio. Los anima tal vez la conciencia de que mañana ellos también requerirán de la ayuda de todos.
 
Cuando uno ingenuamente les pregunta que de dónde les nace ese sentimiento de ayuda mutua, nosotros nos damos cuenta de que en su práctica comunitaria y en su ética milenaria, nuestros pueblos tienen claro que compartir una pena es aligerarla y compartir una alegría es multiplicarla.
Hay que haber vivido una catástrofe de este tipo para saber que se requiere valor, destreza, resistencia, experiencia y hasta cierto grado de heroicidad para participar en ella: lo complicado que es ascender cerros, sentir el calor infernal de las llamas, las molestias del humo que dificultan la respiración y la idea de que, de un momento a otro, uno puede quedar cercado por el fuego. Resulta entonces conmovedor ver a estos hombres exponerse para ayudar al paisano en desgracia, para cuidar sus bosques sin más recompensa que la satisfacción del deber cumplido, la gratitud del afectado y de cuando en cuando, la admiración silenciosa de mujeres y niños.

Subsisten aunadas a las anteriores, otras formas de solidaridad colectiva como la que se da en el momento de las cosechas de maíz, frijol y antiguamente el trigo. En ellas, a petición del que cosecha o por decisión espontánea, sus vecinos o amigos asisten a ayudar en las labores propias de la cosecha o partición cuando la tierra se trabaja a medias o al partido. Se apoya en el trabajo sin más remuneración que una grata convivencia final alrededor del montón de mazorcas o costales en que se improvisa una grata comilona a base de mole, caldo de res o una suculenta barbacoa que se acompaña con tortillas y se complementa con cervezas, mezcal o tepache. Allí, sudorosos y satisfechos, comparten y agradecen a los dioses por la buena cosecha.

Conocer el Tequio y otras formas de solidaridad colectiva de los pueblos mexicanos nos hace pensar que no todo está perdido y que nuestro mundo cada vez más deshumanizado e inconsciente tiene remedio. Cuantas enseñanzas nos deja esa humilde filosofía, esa ética elemental. Cuando uno ingenuamente les pregunta que de dónde les nace ese sentimiento de ayuda mutua, nosotros nos damos cuenta de que en su práctica comunitaria y en su ética milenaria, nuestros pueblos tienen claro que compartir una pena es aligerarla y compartir una alegría es multiplicarla.


 

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