Sentirse parte de una sociedad y ser reconocido como tal por los otros integrantes no es algo que suceda naturalmente. La presencia física o la afiliación legal son ciertamente prerrequisitos básicos para pertenecer, pero el verdadero sentimiento de pertenencia abarca complejas dimensiones emocionales, sociales y culturales.
Esta teoría describe un lugar en el que las parejas opuestas tradicionales, tales como el hogar y el extranjero, lo propio y lo otro, pueden superarse y en el que, en cambio, el carácter híbrido y fluido abren la posibilidad de que surjan nuevas identidades. Fue desarrollada en 1996 por el geógrafo y urbanista estadounidense, Edward Soja, quien retoma la idea previa del sociólogo, Ray Oldenburg, quien a su vez acuñó el término “tercer lugar” en su libro The Great Good Place (1989) para describir los espacios públicos —tales como librerías o bares— como distintos al hogar (el primer lugar) y al trabajo (el segundo lugar). Posteriormente fue desarrollado por otros autores, en particular por el teórico indio Homi K. Bhabha.
Tres lugares
La teoría contempla tres espacios urbanos: el primer lugar es el entorno físico, construido, que puede ubicarse en un mapa, medirse y ser “visto” en el mundo real. Es el producto de leyes de planeación, decisiones políticas y cambios urbanos a lo largo del tiempo. El segundo lugar es conceptual, es decir, la forma en que lo conciben las personas que lo habitan. Éste es producto de decisiones mercadotécnicas, la (re)invención y las normas sociales que determinan cómo las personas interactúan o se comportan en este espacio. El tercer lugar es el espacio “real e imaginado”, el espacio vivido, la forma en que las personas realmente viven y experimentan este espacio.
Los entornos en los que se encuentran diferentes culturas e identidades pueden crear nuevos significados y relaciones sociales, de acuerdo con esta teoría. Existen profundas implicaciones para entender cómo el espacio puede influir en la identidad, la pertenencia y la integración social. Soja enfatiza que el tercer lugar no sólo es físico, sino que es (de manera simultánea) un espacio conceptual en el que los individuos se reúnen para negociar identidades y co-crear significados que se sitúan fuera de las normas establecidas: comparten una idea, una meta, una motivación o un sueño, o tienen curiosidad por las ideas de otros.
Ejemplos de terceros lugares en los que ambas definiciones se unen son, por mencionar algunos ejemplos, centros comunitarios, festivales culturales, parques públicos o cafeterías locales; lugares en los que diferentes grupos pueden interactuar de manera significativa. Estos espacios desafían la dicotomía tradicional de “nosotros” y “ellos” y promueven una atmósfera de inclusión, entendimiento y colaboración.
Pero la sociedad debe quererlos
A menudo, el viaje de los inmigrantes y los refugiados para sentirse en casa está plagado de desafíos como el aislamiento, la alienación cultural y dolorosos procesos de asimilación. Particularmente para quienes huyen de conflictos, es muy importante llegar a entornos seguros y acogedores sin miedo a ser juzgados o discriminados. En lugares apropiados, los recién llegados pueden conservar partes de su identidad cultural al compartir sus tradiciones e historias, mientras se integran a un nuevo tejido social. Multiculturalismo en el mejor sentido de la palabra.
En Alemania, por ejemplo, la necesidad de actuar es evidente: con casi dos millones de inmigrantes en tan sólo un año (2023, Statista), una tasa actual de desempleo entre inmigrantes en torno al 15% (2024, Statista) y una salida de más de un millón de inmigrantes al año (2023, Statista), rápidamente queda claro lo mucho que queda por hacer. Conexiones positivas y recíprocas crean nuevos ciudadanos que quieran quedarse y ayudar a dar formar a una narrativa social inclusiva y de matices.
La situación actual lo deja todo muy claro: una sociedad que promueve los primeros dos lugares (los de piedra y de reglas) y no los de una realidad vívida, está destinada al fracaso.