Río de Janeiro, Brasil  “Uno insulta, otro insulta, pero todo en armonía”

Marcos Lopes, o Frigideira
Marcos Lopes, o Frigideira Foto: © Ariel Cavotti

Marcos Lopes, más conocido como Frigideira, ha vivido desde niño en la zona portuaria de Río de Janeiro. En el recuerdo: el fútbol, el Carnaval y el legado de la Pequeña África. Y como escenario una ciudad que fue transformándose a lo largo de las últimas décadas hasta que un día los almacenes dejaron de servir a la actividad portuaria para convertirse en sedes de eventos.

Nací en 1958. A los siete años vine a vivir aquí, al Morro da Conceição. Antes vivía en Caxias, muy precariamente, con mi madre y mis dos hermanos. Mi padre era estibador. Mi madre se enfermó de gravedad, y entonces vine a pasar un mes con mi tía aquí. Llegué y me pusieron en la escuela, me dieron vacunas, mejor alimentación… Entonces me quedé. Cuando tenía nueve años, mi madre falleció y una tía me adoptó como hijo. Mi mundo fue aquí, viví 58 años en el Morro da Conceição.

Mi familia era muy festiva. Fiestas juninas, paseos, fútbol. Por cierto, hace veinte años que tengo una escuelita de fútbol aquí. Y hasta hice un torneo de chicas, en 2012 o 2013. Fue un éxito. Una cosa que no había en la época de mi padre, cuando yo era niño. También estaba el Carnaval. En 1974, cuando ya tenía quince o dieciséis, vino la Banda da Conceição. Allí yo ayudaba a cargar hielo, ayudaba con la comida en los ensayos, esas cosas. La Banda se fundó el 18 de diciembre de 1973. En 1974 salió con una fuerza tremenda y fue así hasta 1978. En esa época todos aquí empezaron a asistir al Carnaval en la Região dos Lagos, y la banda dejó de tocar. Estuvo treinta años sin tocar. Entonces, en 2008, cuando el Carnaval de la calle volvió a tener éxito, llamé a los muchachos y les pregunté: “¿Volvemos con la Banda da Conceição?”.

Pero también debíamos encontrar formas de divertirnos más allá del Carnaval. No había ningún club cerca. Desde aquí hasta Copacabana no es lejos, pero allí todo es caro. Y los otros barrios más baratos quedaban lejos, la solución de los jóvenes de 18 o 19 años del Morro da Conceição era frecuentar la Praça Mauá, las discotecas. Había discotecas a montones. En todos los países la región del puerto tiene esa característica de prostitución, ¿no? En la discoteca nos sentíamos como en casa. Yo conocía a los mozos, al dueño, al portero. Discotecas como la Flórida tenían todo lo que había en una discoteca de la Zona Sur. Iluminación, sonido... Y sólo había que bajar el morro. Y había mujeres bonita de todo Brasil. Algunos de nosotros teníamos con alguna de ellas una relación, sabíamos que después el barco zarpaba. Mi generación lo vivió, y la generación anterior a la mía también, y la de antes... Nunca le dije “puta” a ninguna de ellas. Yo llegué a ser novio de una, que después, se casó, se fue para España y se quedó allí unos veinte años. Hasta hoy nos hablamos. Muchas veces ellas les pedían a los extranjeros que nos pagaran cervezas a nosotros, decían que éramos sus hermanos o primos. Pero cuando la situación de ellas era mala, éramos nosotros los que pagábamos la cerveza.

Cuando empecé a trabajar en el puerto, ya tenía más o menos treinta años. La mayoría de la gente de aquí trabajaba en el puerto. Un día uno me invitó, y fui. Yo era supervisor de una montadora: el barco llegaba, y eran dos mil automóviles que salían. Y nosotros supervisábamos: “Está abollado”, “está rayado”. Hoy, en la calle, con solo mirar sé si un auto tiene problemas en el chasis. También trabajé con contenedores que venían al free shop del aeropuerto. Mucho whisky, mucho walkman, mucho perfume. Un contenedor de aquellos valía dos, tres millones. A veces los guardas portuarios venían y me decían: “Marquinhos, danos un contenedor de esos, por favor”. “¿Estás loco, hombre?”. Tenía que tener mucho cuidado. Cuando ya tenía el contenedor le decía al conductor que se pegara marcha atrás contra los pilares del puente, para que nadie me robara. Pero incluso así me robaban. Y también estaban los que llamábamos “piratas”, que subían al barco, abrían los contenedores sin saber qué había dentro y se llevaban lo que podía. Pero hoy el puerto ha cambiado mucho, tanto que muchos depósitos ya no tienen nada que ver con la actividad portuaria y se los usa para eventos.

Cuando era más joven, a los quince años más o menos, mi tía no me dejaba ir al puerto. Pero yo tenía esa inclinación porque mi padre era estibador y mi tía supervisora. Ella me decía: “No vayas al puerto, no, porque ahí hay muchos pillos”. Y era verdad que los había. No voy a mentir. Cuando digo “pillo” es en el buen sentido, un tipo que trabaja para sostener a la familia. Ahí en el puerto, había una libertad tremenda. Todos se la pasaban parloteando, uno insultaba, el otro insultaba pero todo en armonía. Yo no aprendí a ser pillo en el puerto. Ya sabía, porque la Praça Mauá, el ambiente de la prostitución fue mi escuela. Y así uno ya sabe con quién se puede meter. Por ejemplo, yo ya sabía identificar por los guantes en el bolso quién era estibador y quiénes eran los tipos más bravos. Cuando llegué al puerto ya tenía ese conocimiento, ya sabía dónde me estaba metiendo, dónde entrar, con quién hablar, cómo hablar. Los pillos tampoco trataban de engañarme, porque me conocían mucho por el fútbol. Mi sobrenombre ayudó mucho porque Marcos o Paulo o João hay un montón, ¡pero Frigideira hay uno solo!

La Praça Mauá era un lugar de prostitutas, y hoy se ven familias sentadas allí en el Flórida. Ahora están los museos [Museu do Amanhã y Museu de Arte do Rio]. Y alrededor está la Bhering [fábrica abandonada que hoy alberga eventos y talleres], está el Bar do Omar. A la región portuaria se la conoció con el nombre de Pequeña África, porque era donde llegaban los esclavizados, y después de la Abolición siguió siendo una zona muy poblada por los negros. Y se convirtió en la cuna del samba. En los últimos años, esa historia viene siendo revalorizada. Cuando yo era un muchachito, casi no pasaba por la Pedra do Sal porque el lugar estaba abandonado. Había un barcito de un viejo, y muy poca gente. Hoy en día se habla mucho de la Pedra do Sal, es famosa, es del samba. Y el Largo da Prainha, también, está lleno de bares, hasta salió en la prensa internacional.

Pero esas personas que hoy frecuentan la zona portuaria no tienen idea de qué es un puerto, creen que sólo es cosa de transatlánticos. No saben cómo es la operación de un barco. Yo conozco mucho el puerto pero en barco viajé sólo una vez. Tenía cinco años. Fui con mi madre y mis hermanos a Maceió. Viajamos en un carguero.

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