El agua pensada como vehículo que establece relaciones entre diferentes tiempos, especies y geografías es un tema presente en el trabajo de las artistas brasileñas Aline Motta y Laís Machado.
Hay algo de arquitectónico en los títulos de los trabajos de la artista brasileña Aline Motta, como si mostraran una estructura que antecede al quiebre súbito del ciclo lineal de lo que veremos a continuación. Las historias se cuentan según órdenes temporales no convencionales y se conectan por medio de lógicas inesperadas. “Estoy embarazada de mi madre. Me llegó el turno de cargarte en mi barriga”, escribe la artista al comienzo del libro de poemas A Água é uma máquina do tempo (El agua es una máquina del tiempo) (2022), que originó el texto de la videoinstalación homónima presentada en la 35a Bienal de São Paulo (2023), leído por ella misma en off.Ya en las primeras escenas, vemos la Bahía de Guanabara y, en el fondo, el puente Río-Niterói. La ciudad fluminense es su lugar natal, donde pasó gran parte de su vida atravesando diariamente con la barca el espacio que la separa de la capital. “El agua fue mi principal medio de transporte por mucho tiempo. Ya vi de todo en esa travesía por el mar”, recuerda la artista.
Fabulación crítica
Sus recuerdos de infancia, de cuando era llevada por el padre a las clases de natación en frente de la playa de Icaraí, se evocan en textos e imágenes de la segunda parte de la película. En uno de los pasajes más bellos, vemos fotos de su archivo personal proyectadas sobre los pilares del puente Rio-Niterói y reflejadas en el agua. El mar es usado también como metáfora para hablar del racismo o, en este caso, del silencio respecto al tema. “Discutir el racismo en mi familia era como entrar en esa parte del mar en la que no se hace pie. Si se lo llamaba por su nombre, el equilibro familiar se quebraría, la corriente nos llevaría a la deriva”, escribe.En Água é uma máquina do tempo, Aline Motta entrelaza las diversas historias de su pasado familiar, sean reales o inventadas. La expresión “fabulación crítica”, usada por la escritora y académica estadounidense Saidiya Hartman, es la principal referencia para su abordaje artístico, que combina materiales de archivo, especialmente periódicos y documentos, con otras prácticas de memoria de esfera personal. Fragmentos del diario de la madre, encontrados después de su muerte, se incorporan a una narrativa que se aproxima al género literario conocido como ficción especulativa. Esa voz, hasta entonces desconocida para la familia, tiene su eco treinta años después en la voz de la hija, y así gana otros sentidos en el presente.
Conexiones atlánticas en torno a la historia familiar
El título de la obra concluye una línea de pensamiento que venía siendo elaborada por la artista en series anteriores, desde Pontes sobre abismo (2017), trabajo cuyo título también evoca una especie de estructura pronta para ser rota y en el que el agua era pensada como un vehículo de conexión temporal espacial. La misma idea aparece en Se o mar tivesse varandas (Si el mar tuviera balcones) (2017), con fotos de sus antepasados, impresas en tejidos y bañadas en aguas de mares y ríos, y en (Outros) Fundamentos ((Otros) Fundamentos), que cierra la trilogía de videoinstalaciones con que la artista hizo incursiones en Lagos (Nigeria) y Cachoeira (Estado de Bahía), además de Río de Janeiro, creando conexiones atlánticas en las investigaciones en torno a su historia familiar. En los tres trabajos también ya estaba en proceso una voz literaria de la artista como escritora, que aparece más consolidada en Água é uma máquina do tempo, su primera intervención oficial en la literatura.En un ensayo sobre esa misma obra publicado en una revista académica, Aline Motta comenta las influencias de cosmologías centroafricanas y afrobrasileñas que ayudaron a formular la idea del agua pensada como un vehículo de comunicación temporal. Una de ellas es un sistema llamado de Cosmograma Bakongo, que asocia los ciclos de la vida a los ciclos de la naturaleza, simbolizados por la duración de un único día. Según esa lógica, nacemos todos los días a las seis de la mañana: al mediodía nos volvemos adultos; a las seis de la tarde envejecemos y por la noche nos volvemos ancestrales. Lo que conecta esos diferentes tiempos es una fina capa de agua llamada kalunga. “En esa forma de ver el mundo, el agua custodia la memoria, el agua es vista como un vehículo, y el agua es una máquina del tiempo. Es una iniciación”, escribe la artista.
Crimen ambiental
Laís Machado es otro nombre de la escena artística actual que también viene investigando sobre el agua a partir de perspectivas ancestrales. Haber nacido en Salvador de Bahía y haber pasado la infancia en la comunidad de Amaralina, donde el abuelo era pescador, fue un factor determinante: “Soy una persona negra y vengo de Bahía, así que siempre tuve una relación muy profunda con el mar. El plan más común durante la infancia era ir a la playa el fin de semana. A medida que me fui volviendo artista, comencé a atribuir más significados a esa dimensión de mi vida, pensando también en otras nociones, nociones políticas y espirituales”, cuenta la artista.Los dos aspectos aparecen en Elegia das filhas das águas (Elegía de las hijas de las aguas) (2019), que fue parte de la muestra Magia Negra, en el Goethe-Institut de Salvador. Haciendo referencia en el título al género poético de tono melancólico, el video muestra un jarro de barro o quartinha –según se lo llama cuando es usado en rituales de religiones de matriz africana, donde representa el vínculo entre el mundo material y espiritual– que se va llenando de un líquido negro. La referencia es un episodio que hoy pocos recuerdan: el crimen ambiental ocurrido en agosto de 2019, cuando manchas de petróleo invadieron más de tres mil kilómetros de la costa brasileña, especialmente del Nordeste.
Inminencia del colapso
Al año siguiente, durante la pandemia, Laís Machado fue invitada a participar del festival digital Latitude, organizado por el Goethe-Institut. Fue cuando surgió Canção das filhas das águas (Canción de las hijas de las aguas) (2020), que se exhibió después en diversas exposiciones y festivales. “Ya entonces estaba tratando de hablar sobre el fin del mundo desde la perspectiva del agua, pensando en las condiciones materiales que nos trajeron a la inminencia del colapso”, comenta la artista, que ahora está terminando un tercer video, con la idea de que la secuencia sea una trilogía.Si bien al iniciar su carrera artística el interés de Laís Machado por las aguas fue adquiriendo contornos más políticos –influida especialmente por autoras como Beatriz Nascimento (1942-1995), al pensar el océano Atlántico como un lugar de libertad y conexión para la Diáspora Africana– resulta imposible escapar a la relación afectiva y personal de quien, como ella, creció rodeada por el mar.
Mientras tanto, en otra región importante para la historia de las rutas afroatlánticas, en el muelle de la Ilha de Gorée, en Senegal, pueden verse desde mayo obras de Aline Motta como parte de un proyecto organizado por la Fundación Dapper. Desde la playa, donde llegan los barcos, es posible leer escritos en una cinta versos de Se o mar tivesse varandas, traducido al francés:
“Si el mar tuviera balcones,
las olas pasarían recogiendo testimonios
y la memoria de una orilla
se transmitiría a la otra
al chocar contra las rocas”.
A fin de cuentas, las conexiones del Atlántico cuentan en el presente otras historias.