Las catástrofes ecológicas son, entre otras cosas, el resultado de un despilfarro en el manejo de los recursos de nuestro planeta. Pero los ricos países industrializados se benefician también de la explotación de los países en vías de desarrollo.
De Petra Schönhöfer
En agosto de 2019, la opinión pública mundial miró con horror hacia Brasil: la selva tropical amazónica, de gran importancia para el sistema climático global y para la diversidad global de las especies, ardía en llamas. Las columnas de humo llegaron hasta São Paulo, el centro financiero brasileño, donde oscurecieron el cielo. Científicos, políticos y celebridades de todo el mundo se sintieron obligados a actuar de algún modo. Pero casi siempre se pasa por alto el hecho de que el comportamiento de los estados industriales y las empresas multinacionales que éstos apoyan podrían ser los principales responsables de las miserias ecológicas y humanitarias en la Amazonía y en muchas partes del mundo. Y, no obstante, la persistente explotación de materias primas, posibles gracias a acuerdos económico-políticos restrictivos entre el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización Mundial de Comercio (OMC) y la Unión Europea (UE), es una realidad en muchas de las antiguas colonias.
Día de la sobrecapacidad de la Tierra: cada año, más pronto
Y eso que cada año se nos hace, de nuevo, la apremiante advertencia: la organización Global Footprint calcula año con año el día de la sobrecapacidad de la Tierra, también conocido como “Earth Overshoot Day”: el día en el que se calcula que se han utilizado los recursos que la naturaleza podría volver a generar en el curso de un año. A partir de ese día, la humanidad vive el resto del año por encima de sus posibilidades. Porque nuestros recursos son finitos: la biocapacidad anual de la Tierra es de 1.7 hectáreas globales por persona. Sin embargo, en promedio cada persona usa por año 3.3 hectáreas globales. Actualmente, la población mundial vive como si tuviera a su disposición 1.75 planetas Tierra. Esto tiene diversas consecuencias para el medio ambiente, como el cambio climático y la extinción de las especies. En el año de 2019, el día de la sobrecapacidad de la Tierra fue el 29 de julio, la fecha más temprana desde la primera medición, en 1961. Australia, Estados Unidos, Rusia y Alemania son los países cuya huella ecológica es la más alta a nivel mundial. Si toda la población mundial tuviera el nivel de vida de la población alemana, incluso tendríamos que disponer de tres planetas Tierra.
La guerra por las materias primas
Según el Ministerio del Medio Ambiente alemán, en Alemania se usaron en 2018 aproximadamente 1.4 miles de millones de toneladas de combustibles fósiles, minerales, metales y biomasa: para la construcción de maquinaria, automóviles y aparatos electrónicos. Entre los metales se encuentran el hierro, cobre, cobalto y níquel, litio, platino, wolframio, indio, galio y tierras raras. El consumo en Alemania está 10 por ciento por encima del consumo europeo, e incluso 100 por ciento por encima del promedio global. Debido a que se está extendiendo este estilo de vida que consume tantos recursos, aumenta la demanda. Con consecuencias catastróficas: la Organización de las Naciones Unidas (ONU) calcula que más de 40 por ciento de todos los conflictos mundiales en los últimos años estuvieron relacionados con la explotación y el comercio de materias primas. Y mientras que muchos países del Sur global, sobre todo en el África Subsahariana, América Latina y el Caribe, siguen dependiendo cada vez más de la exportación de materias primas, la mayor parte del valor agregado se queda en los países del Norte global.
El colonialismo del clima como una nueva estructura de dominio
Estas cifras ponen rápidamente de manifiesto que Alemania –y otros países industrializados– viven, a nivel ecológico, a costa de otros. Por eso, desde hace algunos años se está difundiendo el concepto de colonialismo climático. “Detrás de esto se encuentra un modelo de desarrollo que produjo prosperidad en los países industrializados. Pero ésta sólo es posible explotando países menos desarrollados. Los países ricos están tercerizando sus lastres en países con huellas ecológicas más pequeñas”, explica el biólogo molecular y filósofo Christoph Rehmann-Sutter en su ensayo Stoppt den Klima-Kolonialismus (Detengan el colonialismo climático). El colonialismo, afirma, está vinculado con una estructura imperial de dominio: se establecieron asentamientos humanos en áreas remotas, para poder llevar los bienes y los productos al propio país. Si se considera cuán unilateralmente está distribuido el poder económico, esta definición también vale para los temas sobre el clima. “Cuando hablo del colonialismo climático, lo hago con la reserva de que en esta forma de la relocalización espacial y temporal de áreas productivas resulta más difícil reconocer las estructuras imperiales con las que los países dominan a los habitantes de los otros países. Aunque, sin duda, siguen existiendo estructuras de dominio entre los ricos países industriales y los territorios antes colonizados por ellos, sobre todo en el plano económico.”
Vivir por encima de las posibilidades de otros
O como lo expresa el sociólogo Stephan Lessenich en su libro Neben uns die Sintflut (Junto a nosotros, el diluvio): “No vivimos por encima de nuestras posibilidades. Vivimos por encima de las posibilidades de otros.” También él estudia los efectos secundarios de la prosperidad occidental y llega a la misma conclusión. Sea que la agricultura hightech viva del destructivo cultivo de soya en Argentina, o que la erosión de los manglares de Tailandia nos provea con camarones a precio de dumping. Sea que la importancia de la arena para la industria de la construcción erosione las costas de África, o que nuestra basura plástica se arremoline en el Pacífico Norte: los países emergentes y en vías de desarrollo proveen las materias primas para el crecimiento de los países industrializados… y, al mismo tiempo, les sirven de basureros. Pero este crecimiento irrefrenable provoca catástrofes climáticas, y la inequidad ecológica provoca migración.