Sociedad moderna
Libertad
El límite de mi libertad es la libertad del otro, ¿qué significa esto para nuestra sociedad moderna y compleja, especialmente hoy en día? Armin Nassehi escribe sobre el concepto de libertad en un mundo sacudido por cada vez más crisis.
De Armin Nassehi
Bajo el sobrecogedor efecto de la guerra de agresión rusa contra Ucrania, no es fácil escribir sobre la libertad, pero quizás sea más necesario hacerlo precisamente en este contexto. Tal vez la definición política más impresionante de libertad provenga del liberal John Stuart Mill. Según el llamado “límite de Mill”, “la única razón por la que la humanidad, individualmente o en su conjunto, es competente para interferir en la libertad de acción de cualquiera de sus miembros es para protegerse a sí misma. El único fin por el que puede ejercerse legalmente la coacción contra la voluntad de cualquier miembro de una sociedad civilizada es evitar el perjuicio de otros”. Esta famosa sentencia del escrito de Mill, de 1859, intitulado On Liberty (Sobre la libertad), resume el desafío intelectual de la idea de libertad: que la libertad del individuo se tropieza con la libertad de los demás. Esto puede sonar abstracto, pero la libertad no es una simple arbitrariedad, ni una simple falta de relaciones, sino una forma y una expectativa social. Si los límites de mi libertad son la libertad de los demás, entonces la libertad no se disuelve en un individualismo arbitrario.
La idea de la libertad es la expresión de una sociedad en la que no todo lo que ocurre está determinado de antemano. Es cierto que el curso de la vida sigue dependiendo en gran medida del origen, la clase, el poder económico, el acceso a los recursos y la educación, el género o los prejuicios sociales o las estructuras de reconocimiento. Pero la sociedad moderna, por lo menos en condiciones políticas en cierta medida pluralistas, no tiene una determinación unívoca del curso y las oportunidades de vida. Y en una compleja sociedad moderna, la posibilidad de las formas políticas, económicas, jurídicas, artísticas, mediáticas y científicas dependen también del grado de libertad existente. De lo contrario, no es posible discutir democráticamente, llevar a cabo investigaciones científicas, impartir justicia, tener creatividad artística, ni siquiera actuar dentro de la economía. Cuanto más compleja es una sociedad, más grande es el espacio que deja para un mayor grado de libertad.
La modernidad depende de la renuncia al control total
Ahora bien, se podría objetar a esta descripción que es demasiado idealista, que está formulada de manera demasiado eufemística y que no tiene en cuenta el repudio permanente de la gradación de la libertad y de las oportunidades de libre desarrollo. Pero eso contradiría esta descripción. Por el contrario, es precisamente allí donde la libertad está restringida —en la vida cotidiana, política, jurídica y culturalmente— donde hay que ser más activos. Hay que imponer condiciones políticas no libres. El control dictatorial de una sociedad, la imposición autoritaria de las pretensiones de poder, la supresión de formas de vida diversas y plurales, la opresión de las minorías, el control de la libre comunicación, la contención forzosa de las críticas, etcétera, todo ello requiere mucho trabajo en las sociedades complejas. Una sociedad moderna y compleja no puede establecerse de forma centralizada sin el uso de la violencia. El hecho de que los regímenes autoritarios suelan llegar al límite de la capacidad de control de su propia sociedad es una indicación de que la falta de determinación de lo social resulta ser bastante estable. Se pueden prohibir las emisoras de radio, encarcelar a personas, privar a los científicos de su financiación, intimidar a los artistas y mucho más.Pero probablemente esa no sea la forma correcta de decirlo: hay que hacer todo esto porque es la única manera de contener el grado de libertad en una sociedad compleja; y el gran consumo de energía al hacerlo es un indicio de cuán fuertes son los requerimientos de la libertad y de que su posibilidad es inherente a una estructura social que tiene que prescindir del control total de todos sus procesos. Esto era posible en las sociedades anteriores, que nada rehuían tanto como los desarrollos que no se pueden calcular; la modernidad, en cambio, depende inevitablemente de la renuncia al control total.
Esto nos lleva a una conclusión casi dialéctica: El autoritarismo, el populismo, el antipluralismo, etcétera, se dan a lo largo y ancho del mundo; la modernidad prácticamente se ha caracterizado por ellos desde el siglo XIX, en oleadas que surgen una y otra vez. Sin embargo, también es un indicio de la intensidad con la que fuerzas incontrolables moldean la sociedad. Esta es la condición social para los distintos grados de libertad y su eventual interrupción. La agresión militar de la política exterior rusa contra la Ucrania soberana tiene, en general, precisamente el propósito político interno de esta interrupción de libertades en el interior. Sin embargo, cada vez hay más indicios de que esta estrategia puede conseguir lo contrario, aunque a un precio elevado.
La libertad no es simplemente un valor
Algunos tienden a pensar en la libertad en términos de valores occidentales como un concepto europeo u occidental. Lo cierto es únicamente que muchos de los conceptos de libertad se originaron en Europa, al menos los que aquí se discuten. Pero la protesta contra los regímenes autoritarios en todo el mundo, y, sobre todo, el alto consumo de energía para controlar la dinámica social y la pluralización cultural muestran que ninguna cultura y ninguna región del mundo puede evitar la experiencia de la falta de capacidad para controlar la sociedad en su conjunto y la gradación de libertad en la toma de decisiones. Pensemos en los procesos de democratización en todo el mundo, y en los correspondientes retrocesos. No puede ser un concepto europeo u occidental si se piensa en las catástrofes totalitarias del siglo XX, pero también en los retrocesos actuales de Estados Unidos, donde pudo gobernar una persona que evidentemente no era demócrata, o en los miembros orientales de la Unión Europea y hasta en Rusia, cuyo liderazgo pretende equilibrar su salud ante la pluralización interna y la pérdida de control social con la peligrosa política exterior de una manera realmente clásica. Debemos tener la esperanza de que sea una incapacidad para controlar la sociedad la que pueda eliminar esos regímenes. No se puede suprimir por completo el germen de pensamientos alternativos y el rechazo a dejarse alinear, aunque sólo sea porque la gente tiene que hablar y el lenguaje es una excelente manera de asumir una postura negativa.La libertad no es simplemente un valor, y enfatizar el concepto con vigor y gran brío no sirve de nada. Lo que puede hacernos más optimistas es que la complejidad de la sociedad mundial moderna contiene el germen de una pérdida total de control, que también es el germen de aquello que llamamos “libertad”, el cual, hay que reconocerlo, no necesariamente se desarrolla.