En octubre de 1999 asumí la Dirección del Goethe-Institut Buenos Aires como sucesor de Ulrich Merkel. Mi primera impresión de la ciudad se diferenció mucho de las de mis destinos anteriores en el extranjero, localizados todos en el sur y el sudeste de Asia. Allí todo -tanto el aspecto de las personas, como su cultura y mentalidad- parece ser muy distinto de Europa, pero paulatinamente puede apreciarse que más allá de las diferencias hay numerosas semejanzas. Buenos Aires, sin embargo, se percibe a primera vista como muy europea, con aires de París, y en muchos aspectos lo es, pero con el correr del tiempo uno nota que a lo largo de los 500 años de historia del país, 300 de los cuales transcurrieron como colonia española y 200 como Estado independiente, se ha ido construyendo una identidad propia. Un buen ejemplo: durante un simposio sobre las relaciones germano-argentinas, un argentino conocedor de ambos países advirtió sobre lo que él denominaba una diferencia típica entre ellos: “En Alemania -afirmó- se percibe el derecho como un límite al propio accionar, en Argentina, por el contrario, como un desafío”. Recordemos a los comerciantes de Buenos Aires durante la época colonial, a quienes la madre patria les tenía prohibido comerciar con el exterior, frente a lo cual éstos reaccionaron con un floreciente contrabando.
El instituto contaba con personal extraordinario y altamente competente en todas las áreas, de modo que el trabajo era pura gratificación. De los programas más importantes dentro de mi ámbito de competencia directo en el área de cooperación cultural, quisiera destacar principalmente dos:
Un gran proyecto artístico titulado “Ex Argentina”, que pudimos llevar a cabo con fondos de la Fundación Federal de Cultura Alemana, en el cual artistas provenientes de Alemania, Argentina y otros países (Andreas Siekmann, Alice Creischer, Sonia Abian, Eduardo Molinari, entre otros), destacados por su particular sensibilidad respecto de su entorno social y económico, cooperaron y debatieron durante un tiempo prolongado. Los resultados de dicho trabajo fueron expuestos, en primer lugar, en el Museo Ludwig de la ciudad de Colonia (Alemania) y posteriormente en el Palais de Glace, en Buenos Aires. Esa fue una de las raras oportunidades en las cuales no solamente exhibimos localmente contenidos culturales de Alemania, sino, por el contrario, también la Argentina pudo presentarse ante Alemania de manera prominente.
Uno de los momentos más estremecedores lo experimenté en una ceremonia conmemorativa del aniversario de la “Noche de los cristales rotos” junto con el Dr. Andreas Nachama, director de la Fundación Topografía del Terror y ex director de la comunidad judía de Berlín. En esa conmemoración tuve el honor de poder pronunciar unas palabras por invitación del Museo del Holocausto de Buenos Aires. Al concluir los discursos, se me acercó un espectador que se presentó como sobreviviente de Auschwitz, me mostró el número de prisionero tatuado en su antebrazo, estrechó mi mano y me felicitó por el trabajo del Goethe-Institut. Nunca antes ni después había tenido ni tuve tan claro cuán necesaria y útil es nuestra tarea.
En julio de 2005 cedí mi lugar en el instituto a mi sucesor y amigo Harmut Becher, permaneciendo, sin embargo, con mi familia en Buenos Aires. Pues más allá de lo caótica que puede ser la Argentina, es un país muy querible, en el cual vale la pena vivir. De esta manera puedo seguir de cerca las actividades del instituto y sentirme gratificado observando el rol que aún desempeña en la vida cultural de Buenos Aires.