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Escritora
Cornelia Funke

Cornelia Funke
© Foto: Michael Orth

Cornelia Funke es hoy una de las autoras más destacadas de la literatura fantástica alemana contemporánea. ​Admiradora de la fantasía, estudiosa de los cuentos tradicionales y populares, fiel lectora de Dickens y de Twain, Funke cree en la magia de las palabras y de los libros.

De Zully Pardo

En la ciudad de Dorsten, Westfalia, existe un lugar que una niña llamaba “La Casita del Árbol”: una biblioteca pública, con una escalera en forma de caracol, a donde se dirigía, una vez a la semana, ella, la pequeña Cornelia, de la mano de su padre. A lo largo de la caminata, él le contaba historias. Quizá esas narraciones en voz alta, los libros de la biblioteca y los cuentos inventados por su abuela Ana hicieron que esa niña que soñaba con ser astronauta se convirtiera en visitante frecuente y narradora inigualable de universos de fantasía.

Cornelia Funke es hoy una de las autoras más destacadas de la literatura fantástica alemana contemporánea. A sus 63 años sus obras han superado los 20 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo y han sido traducidas a 37 lenguas. Además, muchas de ellas han sido llevadas al cine, entre ellas El jinete del dragón, Corazón de tinta, Cuando papá Noel cayó del cielo y El príncipe de los ladrones, entre otras.

Tejedora, filántropa y emprendedora, se considera a sí misma una espía de l*s niñ*s en el mundo de los adultos: “Nunca perdí el asombro por el mundo, aún me sorprende su belleza y terror”, dice. Y aunque no ha creado su obra exclusivamente pensando en un público infantil, buena parte es una invitación para que l*s más jóvenes se acerquen a la literatura desde diversas aristas: las series de personajes, como Las gallinas locas, El capitán Barbaspín, Hugo y los cazafantasmas; las sagas fantásticas de El mundo del espejo, El mundo de tinta, El jinete del dragón, e incluso los álbumes ilustrados para primer*s lectores. Y es que Funke estableció relación con l*s más pequeñ*s desde la época en la que se dedicó a la pedagogía infantil, cuando pudo escucharles, conectar con ell*s y entender qué tipos de relatos llamaban más su atención.

Sus obras han superado los 20 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo y han sido traducidas a 37 lenguas.

Posteriormente, se dedicó a la ilustración editorial, pero, como dice, se aburría tanto ilustrando libros ajenos que decidió empezar a escribir. Aunque hay quien se refiere a Funke como “escritora tardía” –pues publicó su primer libro, El jinete del dragón, pasados los 35 años–, no cabe duda de que la edad no importa cuando se trata de crear historias. Su experiencia con jóvenes lector*s y su trayecto por el mundo de la ilustración abonaron el terreno para la creación de obras auténticas, en las que las imágenes literarias son tan fuertes, como si hubiesen sido dibujadas.

En la narrativa de Funke hay una forma de magia envolvente que invita a habitar esos mundos imaginarios, como por ejemplo la trilogía de El mundo de tinta (Corazón de tinta, Sangre de tinta, y Muerte de tinta), donde “el poder creador de las palabras reside no en quien las escribe, sino en quien las pronuncia”, como dice la traductora de literatura infantil y juvenil Cristina Rodríguez, en un artículo de la revista Babar. En Corazón de tinta conocemos a Lengua de Brujo, un mago de la narración que descubre que tiene el poder de sacar personajes u objetos de los libros que lee en voz alta. Pero nada ni nadie sale del libro sin que, a cambio y de manera azarosa, entre a él alguien de este mundo. Dice Lengua de Brujo: “Saborea cada palabra, deja que se deshaga en tu lengua. ¿No saboreas los colores? ¿No saboreas el viento y la noche? ¿El miedo, la alegría y el amor? Saboréalas, y todo despertará a la vida…”.

El Mundo de tinta evoca de alguna manera el poder creador de la oralidad, de la narración a viva voz, esa misma voz que envolvía a Cornelia cuando era niña e iba de la mano de su padre a la biblioteca, o la voz creadora de historias de la abuela Anna. Pero no es una voz que se borre con lo efímero del tiempo ni con la memoria, sino una que crea en la escritura.  Por su parte, la lectura, mediada por un lector mágico, permite entrar a un universo paralelo. Algo muy similar a lo que ocurre cuando un* adult* lee en voz alta a un* niñ*: abre la puerta de un mundo desconocido, le permite habitar allí y algo de es* pequeñ* cambia durante la lectura.

“Saborea cada palabra, deja que se deshaga en tu lengua. ¿No saboreas los colores? ¿No saboreas el viento y la noche? ¿El miedo, la alegría y el amor? Saboréalas, y todo despertará a la vida…”.

Corazón de tinta

La fascinación por las historias fantásticas es otra de las constantes de la obra de Funke. “La fantasía expresa la verdadera naturaleza de nuestra vida”, dijo en una entrevista. Para ella, escribir sobre los miedos, desde lo fantástico, puede tener un efecto más fuerte que simplemente hablar de ellos.

Admiradora de la fantasía, estudiosa de los cuentos tradicionales y populares, fiel lectora de Dickens y de Twain, Funke cree en la magia de las palabras y de los libros; es, además, una fanática de las libretas, al punto que afirma que si uno quiere escribir una historia debe antes redactarla a mano, en una libreta particular para ella, pues los personajes, a su manera, cobran vida y necesitan espacio para existir. Esa es la misma pequeña de La casita en el árbol, la que no se convirtió en astronauta, pero es capaz de llevarnos a visitar otros mundos con cada una de sus obras.

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