En la serie “Imágenes de la memoria”, lugares con un significado especial son recordados por diversos autores. La poeta y novelista colombiana Gloria Susana Esquivel reflexiona sobre el tradicional barrio La Soledad, en Bogotá.
Vivir puede dar claustrofobia. Los espacios que habitamos son cada vez más pequeños. En el siglo XX, Bogotá, la ciudad en que nací, seguía teniendo barrios tradicionales con casas estilo inglés, con antejardines. Dentro de ellas vivían familias como la mía: grupos de diez personas que convivirían allí hasta nuevo aviso. Y, desde que me fui de uno de esos barrios, cada nuevo lugar en que vivo me parece cada vez más… pequeño. Literalmente.
La casa más grande en la que he vivido es que la habité con mis papás, mis abuelos, con mis tíos, cuando era niña. Estaba (y sigue estando) en el barrio La Soledad, un barrio tradicional de Bogotá, entre las calles 26 y 45 y las carreras 30 y 19. Me crié allí hasta el 1991. Pero durante aquel tiempo no sé si sentí la casa siquiera como un hogar; y es que Bogotá es una ciudad que te pone a prueba todo el tiempo. Y ni se diga cómo es, en general, para los niños.
Recuerdo La Soledad como un barrio un poco extraño para un niño, porque no tenía muchos espacios infantiles. Hoy está el Park Way, la avenida 24: un gran jardín urbano que es una zona muy verde, sí, pero no es un sitio con juegos infantiles. A lo más, es un lugar para pensar… y pensar lo que piensan los niños es algo sobre lo que escribo hoy. Aunque La Soledad era un barrio tranquilo, no alcancé a vivir su auge “barrial”, por decirlo de alguna forma. Por el contrario, mi mamá y mis tías, que también vivieron allí en su infancia, sí: su experiencia social empezó en su cuadra, en las calles que las rodeaban, en una pluralidad que separaba La Soledad de otros barrios.
Tiempo después, entré a la universidad. El barrio, mi barrio, se convirtió en un ambiente buenísimo porque estaba lleno de cafés, de jóvenes universitarios, de cine-bares, teatro… ¡Todo estaba a la vuelta de la esquina! Ahí sí fue un sitio inspirador para crecer. En cambio hoy, cuando voy a La Soledad, siento mucho la nostalgia de algo que ya no me pertenece. En Bogotá, donde no se suele cuidar mucho el patrimonio arquitectónico, La Soledad se sigue destacando por sus casas de estilo inglés y sus residencias de inicios y mediados del siglo XX. Por fuera, se ven como recuerdo de niña. Pero por dentro… ahora tienen call centers, mercados, cafés, bares, oficinas, sedes políticas. Al lado de la casa donde crecí pusieron un estudio de pole dance. Veo que las casas de mi infancia se mantienen pero que adentro mutaron. Son como cangrejos que cambian de caparazón, dejándolo atrás para que se convierta en la cueva de otro animal distinto.
El ambiente de La Soledad sigue siendo tranquilo, pero el barrio ya tampoco es tan residencial como antes. Es un equilibrio extraño. Los vecinos ahora son oficinistas, por lo que la vida de barrio termina temprano. A las seis de la tarde todos están volviendo a sus casas. Y queda todo un poco… solo.
Siempre voy a escribir sobre esas casas y esas calles; me cambiaron mucho la perspectiva espacial. Haber vivido en una casa tan grande o haber estado en un lugar tan urbano desde tan niña me hizo entender la ciudad también desde otro punto de vista. Siempre estoy explorando esas estructuras, esas atmósferas que estaban en esa casa, esos espacios que siento que se achican cada vez más sobre nosotros. Ahora, estar “perdido” en una casa con una arquitectura antigua y enorme, de tres o cuatro pisos, es algo que no sucede con frecuencia. Ahora hay apartamentos cada vez más funcionales y pequeños. Y mucho más caros. Estoy en una ciudad en la que siempre se están creando nuevas formas de habitarla: reconoces los edificios de ladrillo, que son de finales de los años 90; y los edificios de vidrio con su “toque Miami” de finales de los 2000.
Y La Soledad es una orilla que solo puedo tantear cuando la describo.
Gloria Susana Esquivel es una escritora colombiana nacida en Bogotá. Fue editora web de la Revista Arcadia, cursó la maestría en Escrituras creativas de la Universidad de Nueva York (NYU) y es autora del poemario ‘El lado salvaje’ (2016) y la novela ‘Animales del fin del mundo’ (2017).