En la serie “Imágenes de la memoria”, lugares con un significado especial son recordados por diversos autores. El escritor colombiano Adolfo Zableh Durán cuenta sobre su ciudad, Barranquilla.
A los diez años, con 30 grados centígrados alrededor, montaba el bus descalzo. Y solo.
Alrededor todavía no surgían los conjuntos ni los rascacielos que hoy son tan distintivos de Barranquilla. El edificio más grande de la ciudad quizás tenía veinte pisos, pero yo era un “pelao” (como llamamos a los niños en el Caribe colombiano), que en cinco o diez minutos llegaba a cualquier parte de la ciudad en bus. ¿Quién se puede imaginar hoy a un niño andando solo en las calles de Barranquilla, sin un adulto que lo acompañe? En un lugar como Bogotá, donde vivo ahora, es imposible. Y en la Barranquilla de hoy… casi que tampoco.
Casi que una hora y media por día puede hoy permanecer una persona en su carro en Barranquilla. ¡Y supongo que con zapatos!
Crecí y los edificios también lo hicieron. Hoy son rascacielos: astas en medio de un lugar que, aunque casi siempre fue la ciudad más importante de la región costera de Colombia por su industria y comercio, siempre tuvo una vida casi que de pueblo, diría yo.
Nací en los años setenta. En mi barrio, todas las puertas vecinas llevaban a tu casa. Claro, los vecinos te recibían como a sus hijos, y el papá de uno podía ser el de todos. Es raro: ¡nunca supe lo que era un apartamento hasta que vine a Bogotá! Eso fue en 1991, el año en que las puertas cambiaron.
Los que vivimos en apartamentos en un mismo edificio no hablamos unos con los otros. Pienso que por ese tipo de actitudes no es tan cierto aquello de que hoy vivamos en la “inmediatez”. Antes lo hacíamos más y la Barranquilla que recuerdo era prueba de eso: de esa espontaneidad.
Tenía 16 años, ¡era un pelao!, pero sí creo que desde el momento en que pisé Bogotá, supe que me enfrentaba a otra cosa. Es que entre más desarrollada esté una ciudad, entre más vías, más instituciones y protocolos tenga, la facilidad para socializar va disminuyendo.
También las fiestas en los lugares fríos y los cálidos son muy distintas. Pasaron casi 25 años hasta que decidí vivir un Carnaval de Barranquilla de nuevo, a pesar de haber pasado allí toda mi infancia. Fue en el 2016: volví, no sin antes tener tiquetes reservados; volví, pero con anticipaciones. Ya no era la fiesta que recordaba a la que solamente ibas sin pensarlo, sin esperarlo siquiera. El Carnaval de Barranquilla hoy es mucho más grande, organizado, complicado que cuando era adolescente. El Carnaval pasó también de la frescura a la formalidad.
Es posible que vivamos y consumamos hoy lo inmediato. Pero ya no reaccionamos inmediatamente a los instantes. En gran medida, Barranquilla sigue teniendo esa frescura: puedes hablar con cualquier persona en la calle con una calidez particular. Pero algo se fue. Antes uno apelaba a la amistad, al buen vecino o lo que fuera para resolver lo que necesitara de la vida cotidiana: un trámite bancario, una compra en el mercado, una ida a la playa. Ahora no es tan fácil.
Adolfo Zableh Durán (1975) es escritor y periodista nacido en Barranquilla, pero vive desde los 16 años en Bogotá. Es uno de los columnistas más leídos de Colombia; publica en el periódico El Tiempo y colabora con diversos medios colombianos. Autor del libro Todos tenemos una historia que olvidar (2016).