En el marco del proyecto internacional “El futuro de la memoria”, del Goethe-Institut, se realiza en Colombia una serie de programas radiales con comunidades locales. Y sin importar dónde y cuándo se realizan, los participantes siempre parecen coincidir: ¿Qué somos sin memoria? Absolutamente nada.
Bogotá es una capital sostenida por una meseta y rodeada por una sabana que se inunda a menudo durante lo que los bogotanos llaman “invierno”, es decir la temporada de lluvias, que muchas veces son muy intensas.
“Me llamo Jeison y soy de Ciudad Bolívar. Tranquilos, no voy a robarlos, solo voy a cantar para poder pagar el arriendo de esta noche”, dice uno de los jóvenes que canta en el bus público de la capital colombiana mientras voy de extremo a extremo de la ciudad. La mayoría de quienes que realizan estas actividades de comercio informal en Bogotá viven en el sur de la ciudad, una zona estigmatizada por la pobreza de sus habitantes y la supuesta delincuencia imperante.
Hasta allí, a los cerros que enmarcan Bogotá, llegó “La casa de la frontera”, una iniciativa del artista y docente de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, Óscar Moreno, apoyada por el Goethe-Institut Bogotá. Este proyecto hace parte de “El futuro de la memoria”, una propuesta internacional que busca acercar a la población hacia la construcción de identidad y recuperación de memoria histórica. A través de exposiciones, instalaciones y diversas manifestaciones culturales, los artistas que hacen parte del proyecto proponen ejercicios de reflexión en siete ciudades de diferentes países latinoamericanos.
Territorios de vida
El sábado 28 de octubre de 2017 parecía normal para los habitantes de Usme, una de las comunidades de las faldas de las montañas cercanas a Bogotá. Desde la carretera que conduce al lugar se pueden ver por las ventanillas del bus los frailejones y la niebla que cubrirá el horizonte durante el resto del día. Aún es temprano, las tiendas comienzan a abrir sus puertas con olor a pan fresco y tinto, el café negro que se toma en Colombia desde el amanecer hasta el anochecer.
En la Plaza Fundacional del pueblo comienza a levantarse una estructura de madera. “Ya están buscando las tejas para armar el techo”, dice Óscar Moreno. “Para diseñarla me inspiré en la situación de las familias desplazadas por la guerra, que viven en los sectores más pobres de la capital. Trabajé durante un tiempo con algunas de ellas y como resultado realicé una exposición en el Cementerio Central, en la que se mostraban las casas de los sueños de esas familias a pequeña escala”, cuenta Moreno mientras martillos golpean con fuerza unas tejas grises.
Esa pequeña casa de madera de pino, como me haría saber después uno de sus armadores, es la sede de Radio Conversa, una serie de 4 programas radiales grabados en diferentes comunidades y lugares de Colombia. De tinto en tinto fueron llegando las sillas, mesas y cables necesarios. Por supuesto, también los invitados: Jaime Beltrán y Harold Villay, líderes sociales locales, la artista María Buenaventura y la representante del Centro Nacional de Memoria Histórica, Sofía González.
“Nosotros somos uzmecas”, dice entre risas Villay, co-creador de la Mesa de Patrimonio, un grupo local dedicado a investigar la tradición indígena y los rastros muiscas desde todas las facetas posibles. “En realidad nuestro gentilicio es 'usmeño' aunque quisimos renombrarnos así. El interés por nuestro pasado indígena y cultural se afianzó luego del descubrimiento del cementerio muisca”, explicó antes de comenzar las pruebas de sonido.
Villay se refería al hallazgo de un yacimiento indígena ubicado en la hacienda El Carmen en el año 2008, y que se convirtió en un símbolo de resistencia y unidad cuando los campesinos de Usme se opusieron a la construcción de viviendas sobre ese terreno, eje central del programa.
Entretanto, niños y curiosos se acercaban a la casa, los más valientes tomaron asiento. Ese día desde las 2:00 p.m. hasta las 4:00 p.m. se realizó “Territorios de vida”, un programa que rescató la identidad cultural del pueblo con una conversación acerca de la memoria cultural campesina e indígena, las preguntas que surgieron en los habitantes con el descubrimiento del cementerio indígena y el afianzamiento de la cultura campesina que gira en torno a la tierra y el agua.
Foto: Susana Rico
Culturas de la memoria de todo un país
Ciudad Bolívar, la localidad más grande de Bogotá, es color ladrillo. La infinidad de casas naranja contrastan con el color grisáceo del horizonte. La gente transita sin miedo por las calles, sonríe y no teme. Después de todo, son ellos los que se burlan de cualquier estigma. En el Puente del Indio, un lugar tradicional para los habitantes de la zona, se armó nuevamente “La casa de la frontera”, frente a una cancha de fútbol, vendedores de ropa usada y puestos clandestinos de alimentos. Al contrario de Usme, el sol salió durante varias horas lo que dinamizó el armado de la casa.
El tercer programa de Radio Conversa, “Culturas de la memoria” contó con más invitados y experiencias en torno al crecimiento de la colonización de haciendas y terrenos en los años 30 del siglo XX, que se ubicaban a lo largo y ancho de lo que hoy se conoce como Ciudad Bolívar. “Este lugar tiene historias de Tolima, Boyacá, Santander… todo Colombia, mejor dicho. ¿No ve que aquí llegaron los desplazados de zonas muy difíciles del país?, cuenta una de las invitadas.
En “Culturas de la memoria” se narraron mitos y leyendas propios de la zona, recopilados en más de cincuenta libros publicados por la Secretaria de Cultura Distrital. “La casa está construida en madera de pino repujado. Aquí cabe una cocina pequeña, un baño y una cama grande, los elementos que necesita una familia desplazada. Tiene ventanas y no tiene suelo para que pueda desarmarse y transportarse con facilidad”, dice uno de los armadores, proveniente de la Costa Pacífica y residente desde hace más de tres décadas en Soacha.
En ambos programas de Radio Conversa, los diálogos duraron un poco más de la hora convenida, pero a nadie le importó. Cuando las historias afloran, es difícil cortar las voces para callarlas. El eco se quedará en las paredes de la casa, la cual viajará después a la ciudad de Buenaventura, en el departamento colombiano Valle del Cauca, a hacer la última transmisión y quién sabe si para quedarse.
* Fragmentos de este texto fueron publicados originalmente en
Revista Arcadia .