En la serie “Imágenes de la memoria”, lugares con un significado especial son recordados por diversos autores. El escritor bogotano Ricardo Silva Romero cuenta sobre los cines de barrio que visitaba cuando era niño.
No era fácil conseguir boletas para cine cuando era niño.
Trato de ir a todas las películas que puedo y, aunque no sé si extrañe lo complejo que era ir al cine en Bogotá antes, definitivamente hoy es otra experiencia. Imagínate: en los años setenta, ochenta y noventa, las puertas de los cines daban a las calles; eran “de barrio”. Y claro, todavía quedan de esos en la ciudad, pero hace treinta años, los cines de la calle 67 con carreras 11 y 13 vivían llenos, rellenos de personas. Tanto que había que hacer fila para ver si acaso uno conseguía una boleta para la película que querías ver. ¡Podías perder toda una hora en la fila porque las boletas se acababan rápido!
Uno encontraba en Bogotá cualquier cantidad de teatros. Las boletas no eran numeradas. Eso significaba hacer otra fila porque había que pelearse por el mejor puesto posible. Era toda una experiencia. Todo era tan grandilocuente, de alguna forma. Las pantallas, gigantes. Los espacios, como para mil personas. Creería que en un teatro como el Astor Plaza (calle 67, entre carreras 11 y 13) cabrían cerca de dos mil.
Hoy es común llamar por teléfono, tener una boleta, no hacer fila, en fin, llegar y tener tu silla numerada sin ninguna complicación. Creo que hoy no hay rito.
Como no hay que hacer filas, la expectativa está un poco muerta en ese sentido; son diferencias muy importantes que hacen que hoy ir cine se parezca mucho más a la experiencia de estar en tu casa. No tienes que relacionarte con ningún desconocido, algo que también tenía su gracia.
Mira, era un poco como ir al estadio de fútbol. Tenía casi esa adrenalina, esa… magia. Como en un estadio, la experiencia en los cines de barrio era sobrecogedora y conmovedora: después de pasar horas en fila, conseguir un puesto medianamente decente, ver la película en una pantalla gigante era el premio ideal. Además, ir al cine de alguna forma también era “hacer lobby”, porque en ese momento la única forma de enterarse de que llegaba una película, ¡era si veías que estaba en cartelera!
Había muy pocas publicaciones sobre cine, salvo una revista muy precaria que se llamaba Toma Siete. No había celulares, no había internet, pero ahora hasta mis hijos pequeños pueden saber qué viene a carteleras dentro de un año y tienen aliens tridimensionales en sus pantallitas.
En fin; era muy emocionante llegar a ese lobby y ver los afiches porque daban cuenta de lo que había. Una película con efectos especiales era muy, muy sorprendente. Hoy uno ve un reguero de películas de Marvel (que me encantan). En el año 81 u 82, esperar la próxima película de Star Wars era increíble; no podías creer que alguien fuera capaz de hacer una película de semejante producción, que hubieran filmado el espacio exterior. ¿Cómo podía E.T. o Los cazadores del Arca ser posibles? El cine mostraba un conocimiento del público, un respeto muy grande por él; me parece que el de ahora es distinto.
Nunca voy a olvidar cuando vi El Imperio Contrataca. Todo sale mal, muy mal en la trama: le cortan la mano a uno y a otro lo congelan, los malos se toman el mundo y para saber qué pasaba tenía que esperar tres años… Pero no solo eso: en la casa, en la televisión, solo había tres canales cuya programación era en buena parte noticieros sesgados de familias políticas como los Pastrana o los López. No podíamos escapar.
Colombia en esa época era similar a la del presente: estaba en un proceso de paz con las Farc, estaba peleando contra el narcotráfico, los políticos eran los mismos, era un lugar como es hoy políticamente… Esas películas sí representaban en ese momento una especie de alivio de todo eso.
Pero entonces se hizo mediados de los noventa y los cines se fueron a los centros comerciales. En los últimos cinco años he visto películas allí que me marcaron mucho. Manchester junto al mar y Spotlight son dos de ellas. A diferencia de Star Wars, que tiene un mundo paralelo en el que quedas inmerso, estas dos películas hablan hacia la introspección, son más reflexivas… tienen menos sorpresas, pero siguen siendo impactantes, sobrecogedoras, buenísimas. Son películas sobre este mundo, sobre lo que nos toca enfrentar todos los días.
No me muero de la nostalgia por lo difícil que era ir al cine antes. Pero era otra cosa. Aunque hoy, de alguna forma, aunque puedes escapar sin salir de tu casa, hay películas que tampoco nos dejan escapar.
Ricardo Silva Romero es escritor y columnista del periódico El Tiempo (Colombia) y El País (España), medios en los que es de los escritores más leídos. Ha publicado novelas como Historia oficial del amor (2016) y tiene una maestría en cine de la Universidad Autónoma de Barcelona.