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En buenas manos – Un homenaje a los trabajadores tradicionales de Bogotá

Muchos existen todavía a pesar de la extinción general de los oficios clásicos: el carnicero de barrio con su cuchillo afilado, la cortés dama que en un ascensor ancestral lleva a clientes elegantes a la altura correcta. Retratos de un tiempo pasado que sobrevive. 

En muchos lugares del mundo, los oficios tradicionales han tenido que adaptarse a los nuevos tiempos. Los carteros, los lecheros vendiendo de puerta en puerta, los telegrafistas: en Bogotá, casi todos desaparecieron ya hace tiempo. La visita a la carnicería fue reemplazada por el viaje al supermercado, los sombreros son para los abuelos y para muchos, los sastres pertenecen a los cuentos infantiles. Pero en algunas esquinas de la ciudad, en medio del barullo y lejos de los centros comerciales de moda, muchos oficios tradicionales sobreviven. Salimos a buscar algunos y esto fue lo que encontramos. 

  • In guten Händen: Bogotás Handwerker Foto: Jonas Wresch
    La vendedora de flores

    Bertha Cecilia Guauque, de 63 años, trabaja en la “Plaza de las Flores” en la Avenida Caracas desde la inauguración del lugar hace dieciséis años: arregla ramos, arma coronas, vende flores. Su caseta se llama “La petite poupée” – “La pequeña muñeca”.

  • In guten Händen: Bogotás Handwerker Foto: Jonas Wresch
    El marmolero

    Cuando era joven, Luis Octavio Andrade trabajaba en los campos petrolíferos del Caquetá, en el suroriente colombiano. En 1976 la guerrilla intentó obligarlo a trabajar para ella, por lo que Andrade decidió irse a la capital, donde empezó a trabajar como “marmolero”: un picapedrero dedicado al trabajo con mármol y la producción de lápidas. Desde hace 35 años trabaja al lado del Cementerio Central. En casa se aburre; por eso, a sus 75 años, sigue yendo todos los días a trabajar.

  • In guten Händen: Bogotás Handwerker Foto: Jonas Wresch
    El barbero

    Antes de venir del Tolima a Bogotá hace cincuenta años, Cristian Torres Suárez era un campesino sencillo. En la ciudad trabajó primero como obrero, pero pronto encontró un puesto en una peluquería. “El trabajo me parecía un poco menos agotador. Además, aquí uno conoce a gente interesante”. Para él es importante trabajar en un salón con tradición y se siente orgulloso de que muchos de sus clientes sean gente educada. Atiende aproximadamente a seis clientes al día, un corte de cabello cuesta 8,000 pesos. Con 74 años y después de cuarenta como peluquero, Cristian no tiene seguridad social ni una pensión.

  • In guten Händen: Bogotás Handwerker Foto: Jonas Wresch
    El vendedor de muebles

    Juan Moreno, de 66 años, nació en Boyacá pero trabaja desde siempre en Bogotá. Es vendedor en el “Pasaje Rivas”, un tradicional pasaje comercial del centro bogotano que el año pasado celebró su cumpleaños número 120. “Este es un lugar histórico del comercio bogotano”, cuenta Moreno. “Primero eran campesinos los que vendían aquí fruta y verduras, pero después del ‘Bogotazo’ en 1948 empezaron a llegar los vendedores de artesanías y muebles para la casa, y así sigue hasta hoy”.

  • In guten Händen: Bogotás Handwerker Foto: Jonas Wresch
    El sastre

    Guillermo Ortiz, de 54 años, confecciona desde 1984 trajes a la medida para hombres y mujeres. Al comienzo, su esposa y él trabajaban con una sola máquina de coser. Hoy tienen más de veinte empleados y un círculo de clientes al que pertenecen algunas cadenas de televisión conocidas, las cuales visten a sus actores y moderadores en el taller de Ortiz. En las paredes de su amplia tienda se pueden encontrar casi quinientos tipos de telas, entre las cuales Guillermo Ortiz toma las medidas personalmente.

  • In guten Händen: Bogotás Handwerker Foto: Jonas Wresch
    La ascensorista

    Liliana Sanchez tiene 27 años y trabaja en el legendario restaurante “Casa Liz” en el centro de Bogotá. Maneja un ascensor del año 1944, donde transporta a los huéspedes por los cinco pisos del restaurante. Desde hace tres años trabaja aquí medio día. En la noche estudia informática.

  • In guten Händen: Bogotás Handwerker Foto: Jonas Wresch
    La sombrerera

    Luz María Córdoba, de 29 años, trabaja en una de las tiendas de sombreros más tradicionales de la ciudad. Justo al lado de la Plaza de Bolívar, en el centro histórico de Bogotá, se encuentra, llena de sombreros hasta el techo, la tienda “San Francisco”. Antes de empezar a trabajar aquí, Luz María no sabía mucho sobre sombreros, pero muy pronto aprendió no solo cómo atender a los clientes, sino también a darle forma a los sombreros con vapor de agua, a repararlos y limpiarlos.

  • In guten Händen: Bogotás Handwerker Foto: Jonas Wresch
    El panadero

    Héctor Manrique es el fundador de la escuela de panadería “Hagapan”, que ha formado a más de 8,000 panaderos en toda Colombia. Los alumnos de Manrique aprenden una receta por día durante cuatro semanas. Manrique, quien estudió veterinaria, llegó al mundo del panadería gracias a su hermana, y muy pronto la convirtió en su profesión principal. En lo que a pan respecta, Manrique es hoy, en sus propias palabras, “la mayor autoridad en el país”.

  • In guten Händen: Bogotás Handwerker Foto: Jonas Wresch
    El carnicero

    José Vicente Alfaro, de 58 años, trabajó once años como conductor para una familia antes de que ésta se mudara a los Estados Unidos. Pocos días después empezó a trabajar en la carnicería de un familiar. En ese entonces no sabía nada de carne. Pero hoy, él y su esposa son dueños de la pequeña tienda y viven bien de su clientela. Su día empieza a las 2:30 a.m. con una visita al matadero y termina a las 9:30 p.m., siete días a la semana. Un ritmo fatigoso, pero José Vicente se siente orgulloso de que así sus tres hijas puedan ir a la universidad.

  • In guten Händen: Bogotás Handwerker Foto: Jonas Wresch
    El maestro del cuero

    En el revuelo diario bogotano es fácil pasar por alto el pequeño taller de marroquinería de César Giraldo. En la vitrina presenta sus finas carteras de cuero hechas a mano. Antes, Giraldo era un empresario exitoso del mundo de la moda, pero se cansó de su carácter efímero y así abrió, hace quince años, su taller en el elegante barrio La Macarena. “Mis amigos pensaron que me había vuelto loco y que iba a terminar en la calle como un hippie. Pero yo quería hacer algo que me llenara”. Hoy sus carteras se pueden comprar en Atlanta, Barcelona y en “La cartería”, en Stuttgart.