La ausencia de los otros
Guadalajara, ciudad límite
El presente texto expone de manera sintética cuatro conceptos que son claves para comprender el proceso de limitación urbana de Guadalajara en un tiempo específico como la pandemia: proxémica, silencio, errancia, aburrimiento y absurdo. A partir de estos conceptos la idea de un punto muerto, de un tiempo fantasmagóricamente desacelerado será clave para hablar de Guadalajara como una ciudad límite.
La ciudad de Guadalajara es multifacética y caótica; capital política de Jalisco y ciudad de paso para personas migrantes: es entrada y salida -con probabilidad- única esperanza de personas que son nómadas y errantes por necesidad que transitan del sur al occidente y del occidente al norte con la esperanza de mejorar su condición de vida. Ciudad limite dirigida al decrecimiento demográfico, es urbe de nadie y de todos a la vez, se segmenta y se fragmenta; una ciudad dividida por muros y fronteras imaginaras; ciudad limite que es dos a la vez, ciudad a la que se antepuso mito y realidad: la Guadalajara del Oriente que sostiene un pasado onírico y originario a la Guadalajara del poniente que es cúmulo de capital.
Las modificaciones urbanas que se hicieron en el siglo pasado en la ciudad se adaptaron al uso de los vehículos motorizados, del auto como medio de transporte. Calles ampliadas para los automovilistas pero reducidas para el peatón, el viandante, transeúnte o ciclista. Al final del siglo XX en la ciudad se establecieron sus limites y sus obstáculos; reducción de los espacios de interacción social, de vínculos y articulaciones sociales; la acera se reduce o desaparece. Espacio de liberación y errancia, la acera obstaculizada se sitúa en el plano de despolitización, desaparecida la acera, la posibilidad de caminar o transitar impide la interacción, la palabra, la crítica y el disentimiento de las ideas a partir del diálogo o la conversación. En este punto, se asiste a una percepción del espacio diferenciado por la reducción y la limitación, la experiencia se somete a un cambio urbanístico y arquitectónico. La experiencia del peatón es puesta a examen de la velocidad de los cambios urbanísticos y arquitectónicos: espacio limite y ciudad limite; tomada de Edward T. Hall (1972: 222-231) la proxémica de estos espacios de tránsito de personas, ofrecen una mirada más clara desde la cual el peatón, viandante o transeúnte es quien cede a la experimentación de espacios limite, ajustados, reducidos y obstaculizados. Desde esta perspectiva, la percepción sensorial es posibilidad de resistencia a partir del conocimiento
En la Guadalajara del siglo XXI se ha dejado a un lado el caos y la destrucción del 92; la ciudad es memoria histórica a través de su arquitectura y sus trazos urbanos; olvido de acontecimientos, como si la ciudad sucumbiera a los instantes temporales para luego olvidar cualquier huella: instante y olvido. De alguna manera, la pandemia permitió que las calles, las plazas y las aceras estuvieran vacías: silencios, puntos muertos. Entre distancia y ausencia el viandante dispuso del silencio, del disfrute del aburrimiento. Espacios fantasmagóricos en los que el eco de alguna voz resuena entre arquitecturas y trazos urbanos asimétricos; el silencio aturde y la fantasmagoría de estos lugares son ausentes de miedo. Quizá la mejor manera de describir ese momento sea una imagen poética en la cual soledad y silencio vuelven al enigma del inicio y del fin: de la vida y de la muerte. Volvemos a encontrarnos a nosotros mismos en los lugares cotidianos. Sin voces, sin ruidos o estruendos, el silencio acompaña a la ausencia de los otros. Por fin el silencio en los espacios públicos muestra la posibilidad de saberse en una ciudad como individuo y ser social, es un escape al temor pandémico a través del silencio.
Hacer llevadero el aburrimiento de la pandemia se logró por las estrategias que se hicieron de manera asociativa: Proximidad a través de las redes sociales, errancia en calles, parques o avenidas y la interacción con los otros: amigos, conocidos o familia. Asociaciones tribales que temporalmente se configuraron como una forma de resistencia al encierro. Durante los meses de pandemia una vaga idea del absurdo sucedió entre calles, entre presencias y ausencias de personas, los espacios se asistían solamente de estatuas, una presencia fantasmagórica que expuso la necesidad del ser humano de deambular, caminar, de ser errante en lugares y espacios público.
Las modificaciones urbanas que se hicieron en el siglo pasado en la ciudad se adaptaron al uso de los vehículos motorizados, del auto como medio de transporte. Calles ampliadas para los automovilistas pero reducidas para el peatón, el viandante, transeúnte o ciclista. Al final del siglo XX en la ciudad se establecieron sus limites y sus obstáculos; reducción de los espacios de interacción social, de vínculos y articulaciones sociales; la acera se reduce o desaparece. Espacio de liberación y errancia, la acera obstaculizada se sitúa en el plano de despolitización, desaparecida la acera, la posibilidad de caminar o transitar impide la interacción, la palabra, la crítica y el disentimiento de las ideas a partir del diálogo o la conversación. En este punto, se asiste a una percepción del espacio diferenciado por la reducción y la limitación, la experiencia se somete a un cambio urbanístico y arquitectónico. La experiencia del peatón es puesta a examen de la velocidad de los cambios urbanísticos y arquitectónicos: espacio limite y ciudad limite; tomada de Edward T. Hall (1972: 222-231) la proxémica de estos espacios de tránsito de personas, ofrecen una mirada más clara desde la cual el peatón, viandante o transeúnte es quien cede a la experimentación de espacios limite, ajustados, reducidos y obstaculizados. Desde esta perspectiva, la percepción sensorial es posibilidad de resistencia a partir del conocimiento
Un año de espacios fantasmagóricos
Durante el año 2020 la pandemia provocó un giro a la dinámica social en los espacios públicos y privados de la ciudad. La percepción sensorial se modificó durante este tiempo: los espacios públicos estaban solos: calles vacías, parques sin personas, aceras sin peatones, viandantes o transeúntes. A partir de la declaración de la pandemia, la presencia de personas en los espacios públicos era casi nula. Sin la experiencia en estos espacios, disminuyó la probabilidad de interacción social, por lo que caminar, conversar o andar en bicicleta era poco probable. El año 2020 fue un año de espacios fantasmagóricos que a la posibilidad de salir a la calle seguía una ausencia de los otros. No había espacios proxémicos, como consecuencia anulación temporal de las interacciones sociales de la vida cotidiana y de las experiencias sensoriales. Con la pandemia, se instaura una distancia con la finalidad de prevenir el riesgo de contagio; una proxémica ajustada, formalizada y oficial que según las circunstancias sanitarias fue necesario implementar. La ciudad sometida a una contradicción entre disminución de los espacios proxémicos de la vida cotidiana antes de la pandemia y la formalización de una distancia en cualquier espacio público de interacción social.En la Guadalajara del siglo XXI se ha dejado a un lado el caos y la destrucción del 92; la ciudad es memoria histórica a través de su arquitectura y sus trazos urbanos; olvido de acontecimientos, como si la ciudad sucumbiera a los instantes temporales para luego olvidar cualquier huella: instante y olvido. De alguna manera, la pandemia permitió que las calles, las plazas y las aceras estuvieran vacías: silencios, puntos muertos. Entre distancia y ausencia el viandante dispuso del silencio, del disfrute del aburrimiento. Espacios fantasmagóricos en los que el eco de alguna voz resuena entre arquitecturas y trazos urbanos asimétricos; el silencio aturde y la fantasmagoría de estos lugares son ausentes de miedo. Quizá la mejor manera de describir ese momento sea una imagen poética en la cual soledad y silencio vuelven al enigma del inicio y del fin: de la vida y de la muerte. Volvemos a encontrarnos a nosotros mismos en los lugares cotidianos. Sin voces, sin ruidos o estruendos, el silencio acompaña a la ausencia de los otros. Por fin el silencio en los espacios públicos muestra la posibilidad de saberse en una ciudad como individuo y ser social, es un escape al temor pandémico a través del silencio.
Una forma de resistencia al encierro
La convulsa reacción a formas alternativas de identidad de una sociedad qué transita de la modernidad a la posmodernidad se muestra en la desvalorización de la errancia. Lo que no es estable y lo que no se detiene es desechado como posibilidad reflexiva y libertaria. Una errancia limitada indica el precedente de los lugares destinados para caminar que han ido desapareciendo. Caminar no solo era una acción sino también un ritual de reflexividad y pensamiento de ideas que a partir del uso del motor ha ido en detrimento, quizá en este punto el efecto de la pandemia provocó momentos, que desde la interpretación de Maffesoli (2004: 15) fue errancia, nomadismo disociado del aislamiento sedentario con el cual calles, aceras y parques se pudieron disfrutar.Hacer llevadero el aburrimiento de la pandemia se logró por las estrategias que se hicieron de manera asociativa: Proximidad a través de las redes sociales, errancia en calles, parques o avenidas y la interacción con los otros: amigos, conocidos o familia. Asociaciones tribales que temporalmente se configuraron como una forma de resistencia al encierro. Durante los meses de pandemia una vaga idea del absurdo sucedió entre calles, entre presencias y ausencias de personas, los espacios se asistían solamente de estatuas, una presencia fantasmagórica que expuso la necesidad del ser humano de deambular, caminar, de ser errante en lugares y espacios público.