No es posible una sociedad libre sin pluralismo, libertad de expresión y participación. Pero en toda democracia liberal, estas conquistas civiles necesitan un anclaje en la cotidianidad. Katja Kullmann, ensayista y periodista, y el filósofo y activista político Srećko Horvat debaten sobre cómo proteger de los ataques esos valores y cómo éstos pueden servir en el futuro de base para una convivencia social. Su correspondencia digital todavía está abierta para la opinión de los lectores en el campo de comentarios o en Facebook, Twitter e Instagram bajo el hashtag #portofrei. Geraldine de Bastion moderó el debate.
3 de noviembre de 2017 | Geraldine de Bastion
Foto: Roger von Heereman / Konnektiv
Querido Srećko, querida Katja, a mí también este intercambio me pareció muy estimulante y, como ya he dicho, me volvió optimista. Quisiera terminar con un pequeño resumen y un par de propuestas.
Con ocasión de las elecciones en Alemania y el 60º aniversario de la firma de los Tratados de Roma de noviembre de 2017 hablamos de los valores que caracterizan a Europa y deberían caracterizarla en el futuro. Hablamos sobre el ascenso de las tendencias populistas y nacionalistas y sobre la importancia de las democracias liberales. A lo largo del debate, establecimos que los valores que consideramos centrales son: libertad de expresión, libertad de movimiento, humildad, generosidad y solidaridad.
Es necesario que haya una reacción contundente frente a la política del miedo y el populismo en Europa. Las señales de alerta ya están encendidas... pero también se precisan ideas sobre cómo se puede construir un futuro de manera positiva y social. Surgieron muchas propuestas acerca de cómo podría ser un “Nuevo Pacto Europeo”. Deseo que nuestra correspondencia haya hecho un aporte a esta discusión más amplia, para que se continúe, y espero que todos nos sigamos comprometiendo por una Europa de la libertad de expresión, la libertad de movimiento, la humildad, la generosidad y la solidaridad.
24 de octubre de 2017 | Katja Kullmann
Foto: Nane Diehl
Querida Geraldine, querido Srećko, a mí también me resultó muy interesante nuestro pequeño debate. Una conversación al interior de Europa, muy polémica, pero que mostró un apasionado y común interés por el continente. Y así, tal vez, sea uno de los espejos posibles de aquello que actualmente ocurre en Europa.
Srećko y yo evaluamos algunas cosas de modo muy diferente. Por ejemplo, la cuestión catalana. Ahí nuestras apreciaciones están claramente encontradas. Por otro lado –y con esto llego al primer “valor” que para mí es y seguirá siendo uno de los más importantes– aprecio mucho este tipo diálogo abierto, a consciencia. Con el riesgo de repetirme: considero la libertad de expresión uno de los bienes civilizadores más altos. La teórica especialista en Europa Ulrike Guérot, que desde hace mucho aboga por una “República de Europa”, me sorprendió hace poco con una colaboración para el semanario
Die Zeit. Su tesis era que en la crisis de España se revela una nueva Unión Europea. Esto se acerca bastante a la opinión de Srećko y ahora siento el impulso y la disposición de volver a pensar la cosa (aunque hasta ahora mi instinto político me dice que hay que ser más bien escépticos en relación con Cataluña).
La libertad de movimiento o de viajar es para mí compañera de la libertad de expresión y, en consecuencia, el segundo valor. Ahora me doy cuenta de que en la palabra “libertad” aparece dos veces en mis breves líneas. Entonces: ¡libertad! No en un sentido neoliberal, sino solidario. Y es por eso que estoy a favor de cargar de nuevos significados la magnífica y antigua palabra de “liberalismo”, significados diferentes del que tuvo en los últimos tiempos, es decir, el de liberalismo de mercado. La ida de un Nuevo Tratado Europeo me gusta.
En fin, se podrían agregar tantas cosas acerca de los valores. En última instancia, todo remite a la triada de la Revolución Francesa, aunque yo propondría modernizarlo y que estén incluidos todos los géneros, quedaría “Libertad, Igualdad y Hermandad entre hombres y mujeres”. Y como ya se insinuó al comienzo de la charla y teniendo en mente el principio de Star Trek mencionado por Srećko: deseo que Europa se convierta al final en la precursora, en el prototipo de un asunto mucho mayor, a saber, de una sociedad mundial libre e igualitaria.
24 de octubre de 2017 | Srećko Horvat
Foto: Oliver Abraham
Si hay un valor que me parece enormemente importante no sólo para mí en lo personal, sino también para el futuro de Europa es el de la solidaridad. Sin solidad Europa no tiene futuro. ¿Y eso exactamente no está escrito ya en el texto del
Himno a la alegría que es –en su versión instrumental– el himno de la UE: “Tu magia vuelve a unir lo que una costumbre había separado; todos los hombres vuelven a ser hermanos allí donde tu suave ala se posa”?
Lamentablemente, en la actualidad experimentamos exactamente lo contrario: por todas partes surgen nuevas fronteras y muros, y la periferia de Europa es víctima del ajuste. Si hubo un momento que ilustró la discrepancia entre el himno oficial de la UE y la brutal realidad fue ese en el que los líderes del mundo acudieron a la cumbre del G-20 y disfrutaron en la Filarmónica del Elba de Hamburgo el
Himno a la Alegría de Beethoven, mientras a sólo unos pocos kilómetros, en el barrio de Sankt Pauli los manifestantes y la gente que casualmente pasaba por ahí eran golpeados por la policía. En la UE no reina la solidaridad, sino exactamente lo contrario.
Cuando hablo de solidaridad, no me refiero al concepto en su sentido habitual, es decir a la idea de ayudar a alguien que tiene necesidades
,por ejemplo en la calle darle un euro a un mendigo u ofrecerle hospedaje a un refugiado. Estas cosas deberían resultar naturales. Más bien creo que necesitamos una interpretación radical del concepto de solidaridad, a saber esa que Oscar Wilde describió maravillosamente hace más de cien años, cuando dijo que la mayoría de los hombres quieren combatir la pobreza manteniendo vivos a los pobres. Tomemos el ejemplo de Grecia, que ahora tiene el problema del endeudamiento y el desempleo. La solución no puede ser endeudarse más y hacer un ajuste con el fin de que siga subsistiendo como está ahora. Más bien hay que, como diría Wilde, “intentar modelar la sociedad de modo que la pobreza sea imposible”.
En otras palabras: lo que Europa necesita ahora, si es que tiene futuro, no son correcciones superficiales, pequeñas y aisladas. Si queremos vivir en una solidaridad verdadera, en la que los hombres como en el
Himno a la alegría se vuelvan hermanos (y hermanas), tenemos que reinventar a Europa de modo que la pobreza sea imposible.
19 de octubre de 2017 | Geraldine de Bastion
Foto: Roger von Heereman / Konnektiv
Querida Katja, querido Srećko, sus aportes me dan mucha esperanza. Es muy bello que tres personas que vienen de regiones diferentes y nunca antes se habían encontrado compartan las mismas utopías.
Estoy a favor de un “Nuevo Tratado Europeo”. Necesitamos esas visiones y no sólo como respuesta a la política del miedo de los populistas de derecha. Nuestro pequeño ensayo me da esperanzas de que allí fuera haya muchas más personas que piensen así... y que así algunas de nuestras ideas se pongan en práctica y dejen de ser algo utópico.
Si uno observa la historia de Europa, podrá ver lo inestables que son las fronteras de los estados actuales. Los estados nacionales como marco de identificación son un fenómeno moderno y prescindible. Cuánta razón tienes, querida Kajta: la generosidad es un valor sobre el que se podría reconstruir Europa. Tampoco estaría mal un poco más de humildad.
India es uno de los países que tiene política de visado basada en la reciprocidad. Las personas provenientes de países que les dificultan el ingreso a los ciudadanos indios, deben pasar un proceso igual de dificultoso si quieren obtener una visa para la India. En la fortaleza Europa es muy importante recordar que no tenemos asegurada la posición de potencia mundial sino que debemos actuar si queremos seguir siendo relevantes en el plano global. Por ejemplo, podemos trabajar en nuestras anticuadas condiciones de visado, como ya lo escribió en Facebook nuestro lector Wolfang Bell en su interesante comentario del 7 de octubre (ver abajo).
La libertad de circulación entre los países es una de las principales conquistas de la Unión Europea. ¿Sobre qué otros valores debería construirse el “Nuevo Pacto Europeo”? ¿Qué valor les resulta personalmente importante?
10 de octubre de 2017 | ; Srećko Horvat
Foto: Oliver Abraham
Lo primero que se me ocurre es el concepto de “Nuevo Pacto Europeo”. Es lo único que puede salvar a Europa. Aunque me gusta mucho su idea, querida Geraldine, de un boleto gratis para que los jóvenes puedan viajar por toda Europa, lo que necesitamos de modo urgente es un cambio estructural. Yo, que vuelo varias veces por semana, propondría incluso que todos los jóvenes pudieran volar gratis donde quieran. ¿Y por qué contentarse con eso? En esta época TINA, en que la que prima la sentencia que hizo famosa Thatcher,
There Is No Alternative (“No hay otra alternativa”), necesitamos seguramente nuevas ideas utópicas, como viajes gratis sin fronteras. ¿Por qué no también llamadas telefónicas gratis para todos dentro de Europa? O para arriesgarme con más utopías, ¿por qué no educación libre, salud libre, seguridad social, trabajo, energía verde y demás?
Como pueden ver, todas estas preguntas tienen una traba, y esa traba se llama capitalismo.
Hoy resulta más fácil imaginar una sociedad como en Star Trek (una sociedad utópica, hasta comunista, en la que los hombres exploran el universo en lugar de destruirse mediante la explotación y la guerra) que pensar en una Europa que se renueva desde la raíz. Cuando usted propone que todos los jóvenes tenga la posibilidad de viajan en tren gratis por Europa, ya oigo a los neoliberales que dicen: “¡No hay almuerzo gratis!”.
Argumentan que alguien tiene que pagarlo. Nosotros, entonces, deberíamos argumentar que si queremos realmente una nueva Europa, necesitamos otro sistema económico. Y eso está más cerca de Star Trek, donde se agotan todos los potenciales humanos, que esta Europa momentánea. ¿Es una utopía? No. Pare eso necesitamos lo que los economistas Yanis Varoufakis y James Galbraith establecieron en artículo aparecido en
The Nation, que se llama
Why Europe Needs A New Deal, Not Break Up (“Por qué Europa no necesita un quiebre sino un nuevo pacto”).
Semejante redireccionamiento de Europa no sólo significa que la Unión Europea debe ser modificada radicalmente en el campo económico y financiero sino que también hay que eliminar un tabú político y ese tabú se llama soberanía.
Tomemos los recientes episodios de Cataluña. Frente a la elección entre el gobierno español violento, neofranquista y los independentistas, la opinión reinante es: “Ambos son terribles”. Creo que no debemos meternos en ese falso dilema sino crear, en su lugar, una tercera opción, una “Europa del mañana”, como la llamaría Jacques Derrida, una Europa que esté en condiciones de reinventar el concepto de soberanía, que haga fuertes ciudades y regiones y al mismo tiempo disuelva los intereses particulares nacionales. En suma: una Europa en la que no exista más la noción actualmente corriente de estado nacional.
9 de octubre de 2017 | Katja Kullmann
Foto: Nane Diehl
Ante la pregunta de qué necesitamos “nosotros”, lo primero que se me ocurre es generosidad. Con eso no me refiero ahora a la generosidad material sino a la espiritual, mental, emocional. Un pensar y actuar generoso, en lugar de uno que se quede enganchado en nimiedades.
Tengo que retomar el tema de Cataluña. Las dos cosas causan amargura: la violencia policial con que el gobierno español procedió contra el referéndum, y también la acción inconstitucional, alborotadora de los partidarios de la independencia. Dejando de lado el hecho de que el movimiento por el “Sí” no sólo es impulsado por jóvenes pintorescos, simpáticos sino también por el partido ultraconservador PdeCat (Partit Demòcrata Europeu Català), símbolo de corrupción y ajuste, estos episodios arrojan luz sobre un problema mayor: la secesión también se reaviva una y otra vez en Escocia y en el País Vasco, en el Tirol del Sur, en Flandes, Transilvania y Alemania del Este. Es decir, Europa no sólo tiene un problema de xenofobia hacia fuera sino también uno hacia dentro. Se puede hablar de un miedo cultural que a veces alcanza niveles irracionales. O dicho con malicia: suena como la rabieta de criaturas ofendidas que, en su estrechez de miras, se parecen más de lo que quisieran. Me molesta, lo veo limitado y más, egoísta.
Me viene entonces a la mente la relación entre individualidad e identidad. En la actualidad, opera una dialéctica muy tensa entre esas dos palabras, que empiezan con “i”: por un lado, los secesionistas, sean estos catalanes o tiroleses del sur, se concentran en sus intereses “individuales”. Por otro lado, crean con su griterío identitario un nosotros concebido con estrechez, totalmente hermético, algo brutalmente colectivista, ¡es decir completamente anti-individualista! Algo que vuelve a las personas más pequeñas de lo que son.
Europa es el espacio más que generoso en que yo, nacida en Hessen, puedo tener trato con alsacianos, galeses, bávaros, gente de Poldaquia, de Córcega y Kosovo, y no pierdo nada. Por el contrario: en el libre encuentro con mi peluquera de Kosovo, mi DJ favorito, de Gales, y mi compañera de trabajo de Sajonia reconozco lo que nos hace únicos. Podemos admirarnos y visitarnos, o vivir directamente así –sin miedo– juntos en el mismo lugar. Y esto me causa alegría, no me da miedo.
4 de octubre de 2017 | Geraldine de Bastion
Foto: Roger von Heereman / Konnektiv
Querida Katja, me parece bien que recuerdes que nuestros valores no están como en la Biblia grabados en piedra, sino que cambian. Hubo personas que lucharon duro por valores que hoy nos parecen naturales... y nosotros debemos hacer lo mismo.
Querido Srećko, tienes razón, ¿por qué deberíamos creer que en los últimos setenta años la humanidad se ha transformado tanto para bien que Auschwitz no sería repetible? Sería ilusorio. Es y será nuestra tarea encargarnos de que no se repita. Con la entrada de la AfD en el parlamento alemán quedó claro que no podemos dormirnos sobre lo que consiguió la generación de nuestros padres. Una Europa pacífica, tolerante, sólo existirá si las personas luchan activamente.
El discurso de Emmanuel Macron es un buen intento de dar nueva vida a la razón de ser de nuestra comunidad de estados. Necesitamos más pensamiento hacia delante, tenemos que arrastrar a más personas y convencerlas de que una sociedad tolerante, abierta es un camino mejor que el retroceso y el aislamiento. ¿Cómo lo hacemos?
Sobre todo, a través de la humanidad. Pues Europa no es ni nunca fue la fortaleza civilizadora que simuló ser. Nuestra altivez respecto otras culturas anima el miedo a los extranjeros en nuestras sociedades. Europa necesita al resto del mundo y los europeos nos necesitamos entre sí. ¿Cómo llegamos a un mayor entendimiento mutuo y a más humildad? Por ejemplo, mediante encuentros interculturales. Muy concreto: un boleto de tren con el que los jóvenes puedan viajar gratis por Europa.
28 de septiembre de 2017 | ; Srećko Horvat
Foto: Oliver Abraham
El boomerang volvió y dio en el corazón de Europa
Hace algunos años, el incipiente extremismo de derecha y el revisionismo histórico eran, al parecer, un fenómeno observable sólo en el sur y el este de Europa: había brotes en Polonia, Hungría y Croacia, pero no se lo consideraba un problema de toda Europa. Entretanto, esos movimientos llegaron al centro de Europa, a Francia y Alemania. Ya no son la excepción, sino la regla.
El escenario es parecido al de los años treinta: hay una crisis financiera, la situación económica de la población ha desmejorado significativamente. La desesperación ya se está transformando en una furia que los partidos populistas de derecha utilizarán para culpar a los refugiados y a los judíos. Y después estaremos de repente en una situación en la que se debatirá sobre el genocidio. Y si llegamos al punto de que se discute sobre el genocidio, estaremos a solo un paso de hacerlo realidad.
Opino lo mismo que Geraldine: sobre el genocidio no se puede “debatir”. Imaginemos que hay una discusión sobre si la violación es aceptable o no. Lo mismo debería valer para el genocidio. Me gustaría vivir en una sociedad en la que no se discutieran ni el genocidio ni la violación ya que simplemente se consideran inaceptables.
Lo que en este contexto me preocupa es la §prohibición de pensar” que hay en Alemania respecto a un posible segundo Auschwitz. El mejor ejemplo, uno reciente, es la performance
Auschwitz On The Beach, en la última documenta, que fue cancelada porque sencillamente no debía ocurrir que se mencionara “Auschwitz” y “playa” en la misma frase. El filósofo italiano Franco Berardi Bifo, cuyo texto servía de base a la performance, no tenía en absoluto la intención de herir los sentimientos de las víctimas del Holocausto. Por el contrario, quería levantar esa "prohibición de pensar" y usar el ejemplo de los millones de personas que huyen y mueren como moscas en el Mediterráneo y son llevados en toda Europa a campos de refugiados, para mostrarle a la opinión pública europea que es
posible un nuevo Auschwitz.
En suma, no estoy de acuerdo con que se debata si el Holocausto tuvo lugar o si fue bueno o malo. Ese “debate”, que es promovido por los revisionistas y los partidos populistas, es sencillamente inaceptable. Pero sí deberíamos discutir si no posible que se produzca un segundo Auschwitz con otra forma, quizás en la playa. No se trata de cuestionar el recuerdo de Auschwitz sino, por el contrario, de preservar al mundo de un segundo Auschwitz.
Nota de la redacción: el debate que se produjo en Alemania sobre la performance titulada Auschwitz on the Beach cancelada por documenta fue una discusión compleja y con abundantes y bien fundamentados argumentos. Por ejemplo, Charlotte Knoblock, presidenta de la Comunidad Judía de Múnich y encargada de la memoria del Holocausto por el Congreso Mundial Judío, criticó el anuncio de la performance con las siguientes palabras: “El título y el texto del anuncio ignoran la historia y son obscenos. Describir la problemática de los refugiados con términos extraídos del contexto de la aniquilación sistemática de los judíos que llevaron a cabo los nacionalsocialistas, es decir, la equiparación con la Shoa, es insostenible, da cuenta de una inefable ignorancia y prescinde de cualquier sentimiento de pudor. El Holocausto –la aniquilación intencional, con métodos industriales, de los judíos europeos por los nacionalsocialistas– es un crimen singular, sin precedentes. Cualquier relativización o negación es inapropiada. Los artistas, los curadores y las autoridades de documenta causan daño [...] sobre todo al justo interés por una política de refugiados humanitaria por parte de Europa.”
25 de septiembre de 2017 | Katja Kullmann
Foto: Nane Diehl
Es muy oportuno que menciones el Wahl-O-Mat, Geraldine. Ahí puede verse cómo se han instalado ya esas retóricas de las nueva derecha. De repente ahí se ofrece como algo negociable uno de los ideales morales de la República Alemana, es decir, el recuerdo vital del Holocausto. Y, sin embargo, se lo considera un cambio positivo. Hace veinte años, Martin Walser dio su famoso discurso de Paulskirche, y Rudolf Augstein lo secundó en
Der Spiegel. Se
dijo que el Monumento del Holocausto era “un monumento a la vergüenza” nacido por “consideración a la prensa neoyorquina y a los tiburones vestidos de abogados”. Esa es exactamente la jerga que esparce hoy Björn Höcke, de la AfD. Pero una gran parte de la sociedad ya no lo acepta solemnemente, como ocurrió en 1998, sino que se indigna de modo masivo.
Algo parecido sucede con muchos otros valores y usos lingüísticos y jurídicos. Hasta 1994 la homosexualidad estaba penada en Alemania. Hasta 1977 los hombres podían prohibirles trabajar a sus esposas. Suena a
sharía, ¿no? La vida ha mejorado considerablemente para millones de personas en la Europa liberal. A menudo esto se desdeña porque es insignificante en comparación con la desigualdad social que, por lo demás, también en Alemania está creciendo velozmente. La precarización tiene lugar en diferentes niveles de bienestar... pero estructuralmente es una experiencia que crea lazos y por eso representa una oportunidad política.
Los que predican el odio desde el nacionalismo y el islamismo se parecen en muchos aspectos, desprecian la democracia liberal pero con esto no quiero en absoluto minimizar la actual tendencia hacia la falta de libertad. Con consternación veo también el nacionalismo de Cataluña, alimentado irracionalmente por la derecha y la izquierda. Me gusta lo que dice Srećko Horvatt: luchar por más Europa. La mayoría quiere exactamente eso. Pudo verse en la campaña electoral francesa, en movimientos como “Pulse of Europe” y en el programa de DiEM25. Se lo ve en la ayuda que la gente de Grecia e Italia brinda día tras día a los refugiados. Hace tiempo que se vive en una Europa liberal y solidaria y se volvió tan natural que pocas veces se lo celebra como una fortaleza.
En esta época llueven muchas propuestas, algunas muy concretas, para una Europa mejor: un ministro de finanzas común, una suspensión de la exportación de armas, un ejército europeo; un “FBI” europeo, una ley de inmigración sensata, una “Europa de regiones” equitativa en lo social, y la transformación de la UE en una verdadera democracia parlamentaria. La AfD habla de una “Union Soviética Europea”. Yo abogo por un optimismo europeo combativo, consciente de sí mismo y lo más ruidoso que se pueda.
20 de septiembre de 2017 | Geraldine de Bastion
Foto: Roger von Heereman / Konnektiv
Esa Alemania y esa Europa occidental, tolerantes, abiertas, humanistas, de las que hablas, Kajta, son muy recientes y frágiles.
Cada año antes de las elecciones uso el
Wahl-O-Mat: una herramienta online con la que se puede comparar la propia opinión con las posiciones de los partidos que se presentan. Allí le aparecen a uno treinta y ocho tesis con las que uno puede expresar su acuerdo o no. Me sorprendió cuántas de ellas –desde mi perspectiva– no son compatibles con la ley fundamental. Por ejemplo, si debe establacerse un límite anual para los solicitantes de asilo. Pero la que me dejó sin habla fue la tesis número 17: “El genocidio de los judíos europeos debe seguir siendo parte central de la cultura de la memoria alemana”.
Fueron nuestros abuelos los que sufrieron la expulsión, la persecución o la cámara de gas o estuvieron del lado de los victimarios como colaboradores y cómplices del régimen nazi. Por eso no me parece que deba ser algo discutible el recuerdo. Y me molesta mucho que la AfD y otros partidos de derecha hayan logrado que se tome esa pregunta y no temas de salud o educación.
Hace pocos meses, con las elecciones en Francia y Holanda, quedó claro que una participación de los partidos de derecha populista en la formación de gobiernos vuelve a ser algo posible en Europa occidental. Los valores europeos son ante todo memoria y recuerdo de nuestra historia, de lo que hemos aprendido de ella. ¿Cómo mantenemos despierta nuestra cultura de la memoria?
18 de septiembre de 2017 | ; Srećko Horvat
Foto: Oliver Abraham
En vista de las próximas elecciones, la evaluación del estados de cosas que hicieron ustedes plantea directamente el problema esencial que tiene la UE en la actualidad. Imagínense ustedes un pueblo en España, Grecia, Rumania o Croacia, en el que bajo el cartel de la calle, flameara la bandera azul con estrellas. En los países no centrales de la UE esta bandera yo no simboliza paz ni prosperidad. Por el contrario, en la mayoría de los estados periféricos se asocia con medidas de ajuste, con inestabilidad, y la escasez cada vez mayor con que los recursos materiales y financieros fluyen del centro a los márgenes.
Se dio la casualidad que justo estaba en Roma cuando se celebró el 60º aniversario de la firma de los tratados. Este acontecimiento ilustra bien el hecho de que la actual UE no está en condiciones de crear un sentimiento de comunidad, de perspectivas comunes, como lo muestran, por ejemplo, el modelo de una “Europa de dos velocidades” y una política de la “geometría variable”. El trasfondo de esta división entre núcleo y zonas marginales consiste, por supuesto, en intereses económicos. Si uno se las ve con una UE que desde su fundación hasta su actual arquitectura depende de una economía que lleva a divisiones –por ejemplo, Alemania versus Grecia–, ¿cómo puede esperarse que la generación joven se identifique con la bandera azul? Además, siempre me parecieron sospechosas las personas que se identificaban con una bandera o una identidad nacional.
Por eso hoy nos encontramos en una posición muy difícil . Por un lado, somos testigos del regreso del estado nacional (desde el Brexit hasta las formas autoritarias de gobierno en Hungría o Polonia, que ignoran el derecho europeo). Por otro, tenemos delante una UE impotente, que no está en condiciones de encauzar la situación económica o de solucionar la crisis de los refugiados y la xenofobia que crece en todas partes. En esta situación, tenemos que luchar por “más Europa”, pero con seguridad no por una “Europa de dos velocidades” o una “geometría variable”. Tampoco puede ser una Europa en la que sólo disfruten paz y prosperidad personas que vienen de determinados países o una clase social elevada. Justamente por eso son importantes las elecciones en Alemania. No sólo para Alemania sino también para el resto de la UE. Las elecciones, sin embargo, no lo son todo: a la situación de crisis permanente de la UE necesitamos respuestas a nivel europeo.
15 de septiembre de 2017 | Katja Kullmann
Foto: Nane Diehl
Sigo considerando a Europa el mejor lugar del mundo. Soy consciente desde qué posición lo digo: como europea occidental y ciudadana del país que más provecho sacó de la UE, como ciudadana de Alemania, el jefe de la manada de la UE.
Cuando se trata de Europa, pienso de inmediato en la desigualdad. Y sobre valores occidentales. Si se los critica, a menudo se lo hace considerando el capitalismo en su versión neoliberal. Y efectivamente, con su régimen de austeridad, hasta ahora la UE ha funcionado como una máquina de ganancias para unos pocos. En el documento que presentó ahora Jean-Claude Juncker, se plantea la perspectiva de abrir el espacio Schengen hacia el este. En lo esencial, lo que se dan son respuestas económicas, como si la consigna “Euro para todos” pudiera tranquilizar a alguien estos días.
Pero para iniciar esta conversación no hablemos de dinero sino de valores ideales. Como occidental de orientación progresista, con un amor incondicional por la libertad de opinión y de movimiento, y teniendo en la mente la chispa de la Ilustración digo: no hay que embellecer las cosas. De Europa surgió el humanismo y el Holocausto; el cosmopolitismo y el colonialismo; la legislación social y el fascismo; el capitalismo y el comunismo. Europa no es en sí algo moral. Por “típicamente europeo” entiendo, de modo muy secular, el carácter de trabajo que siempre tuvo este pequeño, torcido continente. Lo “occidental” es la voluntad de movimiento, de constante proyección, de ensayar organizaciones políticas y sociales.
Como alemana occidental lo confieso: me extraña el modo en que se conducen algunas sociedades postsocialistas en la actualidad. ¿Qué pasó con la idea de la solidaridad internacional? ¿Qué es ese chauvinismo que impera allí contra extranjeros, personas de otras confesiones y homosexuales? ¿Qué son esos impulsos autoritarios? No cuenten conmigo para una tal Europa “no occidental”.
Hasta ahora la UE funciona como plataforma para los intereses de los estados nacionales. Pero estos y sus bloques son elementos del viejo aparato de poder. Desde hace un cuarto de siglo experimentamos una globalización desde arriba: la única respuesta adecuada sería una globalización política desde abajo, con derechos sociales iguales para todos. Estamos aquí, en proyecto grupal piloto Europa, ahora es el momento de inventar algo.
12 de septiembre de 2017 | Geraldine de Bastion
Foto: Roger von Heereman / Konnektiv
En el año de las elecciones presidenciales se celebra el 60º aniversario de la firma de los Tratados de Roma, que significaron la base de la UE. Y si se mira atentamente, en Alemania la Unión Europea es algo bien palpable: en donde vivo, debajo del cartel del nombre de la calle, hay otro pequeño con una bandera azul y estrellitas: mi barrio ha sido embellecido por la UE. Y mi vida también, pues lo que se propusieron esos seis estados que firmaron entonces los Tratados de Roma se ha vuelto realidad para muchas personas, al menos de mi país y con mi formación: fomentar la paz y la prosperidad.
Para muchos jóvenes las ventajas de la UE son, en este año electoral, algo que se ha vuelto natural: disfrutan de las ventajas de la libre circulación entre países, la unión monetaria y del sistema unificado de estudios. Sin embargo, la mayoría concibe a la UE como una alianza económica más que como una comunidad de valores. Esto surge del estudio Junges Europa 2017 (Europa joven 2017) presentado por la fundación TUI. Se les preguntó online a seis mil personas de entre 16 y 26 años de Alemania, Francia, España, Italia, Gran Bretaña, Polonia y Grecia: sólo el treinta por ciento ve a la UE como alianza de estados con valores culturales comunes. Según el estudio, los millenials, es decir los nacidos hacia 2000, son especialmente reacios a la idea de transferir competencias a la comunidad de estados. Desean que los estados nacionales tenga mayor responsabilidad.
¿Es la causa de esto, como se dice a menudo, que la UE no sabe hacer buena publicidad de sí misma? ¿O efectivamente carecemos de valores vivos compartidos, vivos? ¿Qué los hace a ustedes europeos?