Migración
La ciudad como fábrica de tolerancia
Las metrópolis son zonas de contacto cultural y espacios de tránsito, lugares de incertidumbre y de lo desconocido. La dinámica de cambio que resulta de todo ello define la naturaleza de lo urbano y les confiere particularmente a las metrópolis su estabilidad y su atracción. El Instituto Goethe con su cátedra para urbanismo y planificación regional en la Universidad Técnica de Múnich junto con el Teatro de Cámara de Múnich se han dedicado en un coloquio internacional al tema ciudad y migración. El objetivo era enfocar el tema de los refugiados y migración desde una perspectiva internacional para enriquecer el debate con ejemplos extranjeros y para hacer un aporte productivo a un tema muy actual. En una entrevista la urbanista y catedrática Sophie Wolfrum resume los resultados y las perspectivas.
Señora Wolfrum, la historia de una ciudad siempre es historia migratoria también. ¿Cómo se formaron las ciudades y qué es lo que define en el fondo una ciudad?
Históricamente las ciudades se formaron en los lugares donde había un superávit de las sociedades agrarias. Por tanto, había la posibilidad de hacer una vida de otra forma sin producir uno mismo los alimentos. Es decir, la ciudad es un logro cultural. Además, las ciudades se formaron en lugares donde se cruzaban rutas comerciales o donde “el soberano” recibía visitas. Entonces, la ciudad siempre ha sido el lugar en el cual la población sedentaria coincidía con extraños. La ciudad como el lugar en el que pueden convivir extraños es una definición clásica de la sociología urbana.
¿Qué significa hoy en día para nuestras ciudades el hecho de que lo extraño forma parte de la vida urbana?
La definición según la cual lo extraño forma parte de la estructura social de la ciudad es una afirmación más bien general. Simplemente quiere decir que en la ciudad uno no conoce a todo el mundo como sí es el caso en el pueblo clásico. En la ciudad se mandan a los hijos al colegio confiando en que reciban una buena educación pero sin conocer a la profesora. La gente se sube al bus y confía en que el conductor desconocido maneje bien. La confianza en el extraño, que sea parte de la sociedad y se comporte bien, sin que exista una relación personal, ésa es una de las bases de la vida urbana.
¿Es esa confianza en los ciudadanos extraños lo que convierte la ciudad en la fábrica de tolerancia?
La confianza es un aspecto. Pero, la convivencia de mucha gente en una ciudad significa también que se toleran cercanía y angostura, tal como se aguanta el aprieto en el metro. La ventaja es que mucha gente puede vivir junta o coexistir. Para mí es un desafío vivir la tolerancia de la ciudad, la cual, sin embargo, también se basa en la indiferencia, y crear a la vez una sociedad solidaria basada en la confianza.
¿Esta sociedad solidaria también funciona si en una ciudad se encuentran diferentes culturas?
Los modales urbanos hacen posible que también extranjeros de otras culturas puedan entrar a una sociedad urbana. Puede que el otro tenga otra religión, se vista distinto, tenga otras costumbres, de entrada todo eso no le importa al ciudadano. La ventaja es que no cualquier forma de ser distinto se convierta en un conflicto aunque también puede llevar a un desinterés y despreocupación social. Una sociedad solidaria, en cambio, exige que uno se preocupe. En eso consiste la contradicción en la que vivimos actualmente. El provenir de distintas culturas a veces complica que uno se sienta responsable por el otro.
¿Cómo se debe organizar una sociedad urbana para aguantar eso y cómo se debe organizar para vivir esa solidaridad?
En todas las ciudades hay culturas distintas de acoger a inmigrantes, alojarlos, aclimatarlos, rechazarlos, integrarlos o incluirlos. La conferencia ha investigado estas perspectivas diferentes con expertos de Karachi, París, São Paulo, Shenzen y Múnich. En Shenzen, una ciudad que hace 25 años tenía unos 100.000 habitantes, viven hoy 18 millones. Esto fue, entre otras cosas, un acto de planificación por parte del gobierno central chino. La ciudad creció a causa de migración por parte de la población rural. Esto a menudo va de la mano con condiciones sociales muy duras.
La colonización de los Urban Villages en el Pearl River Delta solo funciona porque se permite la inmigración sin reglamentación alguna. En São Paulo son las favelas que han acogido a los inmigrantes del campo, el estado social ha fracasado rotundamente en este caso. Por un lado, la gente tiene la posibilidad de integrarse en la sociedad urbana en varias generaciones a través de la adquisición de propiedad pero, por otro lado, son marginados por la estructura visible de una favela. Karachi se convirtió gracias a una serie de olas migratorias, debidas a cambios políticos en el subcontinente, a una ciudad de 24 millones de habitantes. Se le tiene como la ciudad más peligrosa del mundo – pero también ahí se vive la cotidianidad.
Cada ciudad debe superar desafíos distintos en el proceso migratorio a nivel mundial. ¿Existen, a pesar de eso, perspectivas, condiciones previas o instituciones en común que favorezcan una sociedad urbana solidaria y tolerante?
Aquí en Múnich la política de integración social está siendo muy exitosa. Múnich tiene el mayor porcentaje de inmigrantes entre las metrópolis alemanas, uno de tres habitantes tiene raíces extranjeras. Hay un programa para el uso socialmente justo de la tierra que desde hace más de 20 años regula la política de construcciones de viviendas en Múnich, con lo cual al mismo tiempo regula la capacidad inclusiva que tiene la ciudad. Con el programa “Münchner Mischung” (Mezcla de Múnich) asegura un 30% como vivienda social subvencionada y así evita que se formen guetos y focos de conflictos sociales. Con ello se ve que lo importante es el programa político y solo después viene la arquitectura.
Es importante, por supuesto, que existen las condiciones básicas para vivienda y trabajo. Pero al mismo tiempo son principalmente las instituciones públicas las que hacen ofertas y eventos culturales, los lugares necesarios de encuentro donde puede coincidir gente diversa de la ciudad. Se trata, por ejemplo, de bibliotecas, centros cívicos y canchas de deporte, también parques, mercados y bares o eventos como la retransmisión de partidos en público o conciertos al aire libre – lugares con acceso público y que todo el mundo puede aprovechar.
Cuando una ciudad ofrece una variedad de posibles encuentros se disminuye el rechazo o incluso el miedo hacia otra cultura a través de experiencias comunes. De esa forma se puede desarrollar una sociedad urbana solidaria y lo extraño acaba enriqueciendo la ciudad.