Imágenes de la memoria
Mirar, mirar y mirar
En la serie “Imágenes de la memoria”, lugares con un significado especial son recordados por diversos autores. María Claudia Parias, directora de la Fundación Nacional Batuta, nos cuenta sobre un lugar lleno de dolor, y sobre el significado de las fotografías.
Un lugar físico que ocupa un espacio significativo en mi memoria y en mis emociones es la plaza del municipio de Soacha, cercano a Bogotá. En este lugar fue asesinado el candidato a la presidencia de Colombia Luis Carlos Galán, el 18 de agosto de 1989. Galán era un político que representaba, para mí y muchos otros, la idea de cambio, la esperanza de un país mejor y la posibilidad de creer en la política como una vía para el ejercicio pleno de la democracia.
Aquel lugar me marcó por la enorme dosis de dolor y desesperanza que me produjo el asesinato, como persona y como sujeto político. Por eso, quizás, recuerdo –de las imágenes que repetidamente pasaron y han pasado por la televisión– la tarima montada, ya no para un discurso sino para una muerte; el correr de las personas, los gritos, el desorden, la desazón y la oscuridad.
Por otra parte, objetos que siempre asocio a la memoria son las fotografías. Cada foto es depositaria de instantes de existencia: esos segundos en los que se congela el tiempo y se registran hechos, personas, situaciones. Las fotografías son, para mí, instrumentos que nos salvan del olvido, tal y como lo señala la Unesco en el documento “La fotografía como memoria”, publicado en el Correo de la UNESCO de 1988.
Como lo decía Charles Baudelaire, las fotografías son “archivos de nuestra memoria”, sean ellas privadas o públicas, sean fotografías de la historia íntima o de la historia de los países. En este sentido, los depósitos de imágenes –archivos fotográficos, álbumes, museos, periódicos, revistas, exposiciones, colecciones– son contenedores muy potentes de la memoria personal y la memoria del mundo.
Además, las fotografías son también, como lo manifiesta Susan Sontag en “Sobre la fotografía” una pseudo presencia y, a la vez, un signo de ausencia. Desde esta perspectiva, las fotografías pueden operar como una especie de talismanes y, simultáneamente, como depositarias de la realidad.
A mi mente vienen ejercicios muy valiosos de recolección, catalogación y exhibición de imágenes, como el Archivo Fotográfico y Fílmico del Valle del Cauca, y la exposición “Memoria Viva: Álbum familiar y Archivos de la Memoria Local”, en Bogotá (2008). El primero lo conocí cuando trabajé en el área de cultura del Convenio Andrés Bello. El Archivo obtuvo el primer premio en el concurso Somos Patrimonio, que ofreció a colectivos, gobiernos o sujetos de trece países un espacio de reconocimiento de las experiencias significativas en el contexto de la apropiación social del patrimonio. La exposición sobre el Álbum Familiar en Bogotá le habló directamente a mi profundo interés por el tema de la imagen como registro, la imagen como mecanismo activador de la memoria, pero, sobre todo, como invitación al ejercicio de mirar, mirar, mirar, que a veces –como en el caso de las imágenes del asesinato de Luis Carlos Galán en la plaza de Soacha– es también un ejercicio doloroso.