Future Perfect
Restaurante Interno: practicando para la libertad
En una cárcel en Colombia, mujeres recuperan su dignidad a través de actividades gastronómicas.
Son las seis de la tarde y el ruido de los candados y los cerrojos se empieza a escuchar. Un grupo de catorce mujeres sale de sus celdas y se dirige a un pequeño espacio lateral de la prisión. Está decorado con cojines y pinturas en la pared, rejas de un rosa alegre y una cocina impecable, que comienza a agitarse: es el Restaurante Interno, abriendo una vez más sus puertas a quienes vienen a cenar en el Centro Penitenciario Femenino de San Diego, en Cartagena, Colombia.
Se trata de una iniciativa de la Fundación Acción Interna, creada hace cinco años por la ex actriz colombiana Johana Bahamón y que atiende a 44.000 presos en 26 cárceles en Colombia. El Restaurante Interno fue inaugurado en 2016, inspirado en el proyecto italiano del restaurante InGalera donde los detenidos de la cárcel de Milán trabajan y aprenden un nuevo oficio.
Gastronomía, artes escénicas, computación
Las artes escénicas, gestión de empresas, gastronomía, huertos orgánicos, computación y, principalmente, la conclusión de estudios a nivel medio y universitario, a través de asociación con entidades de enseñanza a distancia, cambian la vida de los internos y de todos quienes los rodean.“Estamos aprendiendo con las personas con quienes trabajamos en las cárceles. Uno ve tanto talento, valor humano y sabiduría desperdiciados ahí adentro. Lo que importa más que el error cometido es cómo un ser humano puede ser rescatado. Convertir estos talentos en herramientas para la reasociación para cuando salgan a la calle de nuevo: ese es el papel de la Fundación. Eso es lo que somos: agentes transformadores”, explica Luz Díaz, supervisora y ejecutora de proyectos de la Fundación y responsable del Restaurante Interno.
A las nueve de la noche de un martes de agosto, el Interno está lleno, con personas provenientes de diferentes lugares de Colombia y turistas de varios países, quienes están de visita en Cartagena, saboreando el refinado menú de comida caribeña. “Grandes cambios en el mundo pueden comenzar con iniciativas como ésta. Los proyectos orientados principalmente a la formación educativa les dan herramientas para que no reincidan en el crimen. Además, la comida es increíble, lo que es muy importante y las lleva a otro nivel”, concluye el colombiano Juan Portes, que a menudo está en Interior, trayendo amigos extranjeros.
Ganancias invertidas, pena reducida
Las herramientas generadas por Interior son más transformadoras de lo que se podría imaginar. De las 160 detenidas del presidio distrital de San Diego, aproximadamente 100 hicieron o hacen formación en alguna área, dentro y fuera de la gastronomía, o están concluyendo sus estudios. Las ganancias obtenidas por el restaurante también se revierten en la mejora de las condiciones de celdas y espacios comunes. Ya con la facturación de la inauguración fue posible comprar camas para todas las presas. Muchas de ellas dormían en el suelo y sufrían de varias enfermedades respiratorias. Con la ganancia del restaurante, se creó una sala de informática, con más de veinte computadoras, y se reformó la biblioteca. La meta es mejorar el acceso a la investigación para una formación educativa más fácil y rápida. Actualmente, ocho mujeres se formaron en Hostelería por la Universidad Nacional Abierta (UNAT) y 25 realizan estudios en diferentes áreas.Además de la formación profesional, está el beneficio de la reducción de la pena: cada día trabajado es un día menos de detención. Además, los proyectos dentro de la cárcel femenina de Cartagena contribuyen al sustento de hijos y parientes de las presas, que son en su mayoría proveedores de sus familias. Un bono de 200 mil pesos colombianos es dado por mes a los familiares indicados por ellas.
Sujey Sumasa, de 36 años y condenada a seis años por extorsión, es socia de una empresa de artesanías creada por las presas con apoyo de la Fundación. Ella habla de la relevancia del dinero que envía a los familiares: “Mi familia no puede visitarme, porque vive muy lejos de aquí y cuesta muy caro, pero al menos puedo dar alguna ayuda a mis hijos con mi trabajo. Todas ganamos y mandamos a nuestras familias”. Las típicas mochilas de Cartagena, hechas por las presas, se venden a la entrada del restaurante, o mejor: de la prisión. Su empresa también tiene contratos con comerciantes de otras partes del país. Todo ello fruto de un curso de emprendimiento de cuatro meses ofrecido a las detenidas.
“Todo depende de la mujer”
Isabel Bolaño, de 64 años, coordinadora del Restaurante Interno dentro de la cárcel, y ella misma detenida y en espera de juicio desde hace tres años por haber formado parte de un grupo armado de autodefensa de campesinos contra las FARC, relata con propiedad: “A medida que logramos ganarnos el pan, también nos dignificamos a nosotras mismas y nuestras familias, para que, por ejemplo, los hijos tengan mejores condiciones de vida. Yo y todas aquí conseguimos una formación, un oficio a través de los proyectos. Y no es sólo restaurante. Es danza, teatro, estudios, cultura, dignidad. Aquí también nos damos cuenta que el estudio, la comida, el servicio, la ropa, la economía, todo depende de lo femenino. Las mujeres luchan, trabajan, están encarceladas y, sin embargo, siguen siendo responsables de sus hijos”. Cuando salga de la cárcel, Bolaño planea seguir trabajando en el área de hotelería y apoyando el proyecto. “Ellos nos alientan y aprovechan lo cada una tiene que ofrecer. En todo lo que hacemos con la Fundación somos respetadas, no sienten pena de nosotras”.La experiencia del encuentro tras las rejas es también una resocialización para quien está en libertad. “Como supervisora y ejecutora de proyectos, estoy muy contenta de tener la oportunidad de trabajar con las internas. Uno empieza a ver la vida de otra manera. Hay que tener mucha entrega y querer seguir adelante. Quién sabe si surgirán otros proyectos como ese, respetando los talentos que ya existen en las cárceles”, dice Luz Díaz, ejecutora de proyectos de la Fundación.
Diez y media de la noche. Los últimos postres del menú son servidos y las mesas empiezan a ser limpiadas. Media hora después, todos los clientes ya se han ido, las luces del interior se apagan y se vuelva a escuchar el ruido de los cerrojos y los candados. En pocos minutos, las mujeres sonrientes se despiden de los clientes a través de la reja. Hasta que el Interno abra, al día siguiente, sus puertas, o mejor, sus rejas, de nuevo.