Contra-memorias
Sobre semillas y memorias
Esta intervención realizada en São Paulo y protagonizada por los guaraníes de las aldeas Barragem y Kalipety, en asociación con el grupo Terreyro Coreográfico, formado por artistas de diversas áreas, evoca contra-narrativas que cuestionan la historia oficial.
“¡Va a nacer una planta de maíz! ¡Va a nacer un árbol de naranjas!”. “¿Qué significa ese ritual? ¿Abundancia?”. “¡Gracias, gente!”. Fueron esos los comentarios que conseguí escuchar de las personas que viven en la Praça da Sé (plaza de la Sé) y en las calles de sus alrededores mientras veían a los guaraníes plantando sus semillas de maíz en los canteros de la plaza localizados al lado de la estatua en homenaje al Padre Anchieta.
La intervención, realizada la tarde del pasado 26 de noviembre, fue protagonizada por algunos guaraníes de las aldeas Barragem y Kalipety en asociación con el grupo Terreyro Coreográfico, formado por artistas de diversas áreas. La acción, parte del proyecto “Contra-memorias”, realizada por el Goethe-Institut, contó con la curaduría de Benjamin Seroussi y Clara Ianni, y su objetivo era evocar contra narrativas que cuestionaran la historia oficial a partir de los espacios públicos y de elementos de la vida cotidiana.
A partir del trayecto que acompañé, de aquello que pude observar y de los diálogos que tuve, intentaré tejer algunas reflexiones sobre cuál es el significado de los espacios recorridos para las diferentes personas que acompañaron la acción, con el fin de comprender cuáles son las narrativas evocadas por este performance. Ante todo, cabe resaltar que los grupos que protagonizaron la acción del 26, los guaraníes y los artistas, ya tenían una historia en común. Miembros del Terreyro Coreográfico ya habían visitado las aldeas Barragem y Kalipety e incluso presentado parte de una obra suya allí. Y, recientemente, en el ámbito del mismo proyecto, antes de que los guaraníes vinieran a la ciudad, los artistas habían visitado la aldea Kalipety, donde realizaron una plantación colectiva junto a los miembros de la comunidad el 22 de octubre.
Antes de comenzar el trayecto, sin embargo, los guaraníes fueron llamados a cantar. Y, en coro, en una melodía dulce, entonaron: “Nhande ka'aguy re jareko va'y kue / yva'a por ã nhande vy va'erã kue / yva'a por ã nhande vy va'erã kue / heta va'y kuery omokanhymba nhanderu mirĩ oeja va'y kue / heta va'y kuery omokanhymba nhanderu mirĩ oeja va'y kue”. En español: “Nuestras plantas que teníamos antes / buenas frutas que eran para nosotros / aquellos que son muchos hicieron desaparecer todo lo que nuestros antepasados divinos dejaron”.
La música nos hace evocar la belleza y la abundancia de la naturaleza dejada por los antepasados divinos de los guaraníes, pero que, después de la invasión de su territorio por los blancos (“aquellos que son muchos”) desaparecieron. Así, la canción nos mostraba una historia distinta a la narrada por los acontecimientos y lugares emblemáticos que conmemoran la fundación y el desarrollo de la ciudad, los cuales visitaríamos.
Uniformados con una camiseta verde con diseños guaraníes, con pancartas donde se leía “Pueblo guaraní Mbya reexiste en Sampã” y “Plantando una ciudad feliz (feliz-cidade, juego de palabras en portugués)”, el grupo siguió la manifestación por el trayecto indicado. Mientras algunos tocaban y cantaban, los demás cargaban bolsas con semillas y tierra y, otros, solo caminaban y conversaban. Casi nadie pasaba por las calles y zonas peatonales del centro de la ciudad, típicamente vacíos como cualquier domingo. Con excepción de una interrupción del canto en un momento en que pasamos por un lugar donde sonaba una extraña y ruidosa música electrónica a plena luz del día, la marcha siguió de acuerdo con lo previsto.
Rápidamente me acordé de otra acción realizada en abril de 2014 cuando, después del Día del indio, los guaraníes de São Paulo ocuparon el interior del Pátio do Colégio, durmieron allí y, al día siguiente, realizaron debates y rituales en los cuales exigían la demarcación de sus tierras. En un video, realizado por la Comisión Guaraní Yvyrupa, decían que el 19 de abril era un completo engaño, que no había nada que celebrar y que el verdadero Día del indio sería cuando el derecho a sus tierras fuera reconocido. Señalaban, entonces, que no querían de vuelta el lugar que los blancos les habían robado hace tanto tiempo, sino que les reconocieran sus territorios localizados en los márgenes de la ciudad, donde quedaban todavía cultivos para que ellos pudieran vivir en consonancia con su modo de ser.
En esa manifestación la plaza estaba completamente ocupada por los indígenas, sus partidarios, medios y curiosos transeúntes. La reivindicación por la demarcación de la tierra era clara. Mucho había cambiado en este segundo momento. Tiago Karai, líder de la aldea Kalipety, resumió la importancia de la acción del 26: “La gente ocupa la ciudad para mostrar que la ciudad ocupó la gente”. Sin embargo, él mismo me contó, en cierto momento, que ya no se animaba más a participar de las manifestaciones en la ciudad como en aquella época de 2013 y 2014, cuando realizaban los primeros actos por la demarcación, cuando aún era algo nuevo y tenían la fuerte sensación de que lograrían (¡como lo hicieron!) la demarcación de sus tierras. En 2015, el Ministerio de la Justicia firmó la Declaratoria de la Tierra Indígena Jaraguá. Lo mismo ocurrió con la Tierra Indígena Tenonde Porã en 2016. A pesar de eso, tales procesos aún no han concluido y se encuentran amenazados por diversos retrocesos sucedidos con relación a las políticas indigenistas.
Me quedé marcado por cierta sensación de desanimo y cansancio de algunos guaraníes aquel 26. De hecho, muchos de ellos me confesaron que les gustaría estar en la aldea en aquel momento. Laudiceia, quien también participó en la manifestación de 2014, me dijo que quería estar jugando fútbol aquel día y que ellos, de la aldea Kalipety, solían jugar todo el domingo con la gente de la aldea Tape Mirim que queda muy cerca de allá.
La Praça da Sé y su entorno son de hecho lugares realmente curiosos para quien pretende discutir la memoria y las narrativas históricas de nuestra ciudad. Si sus monumentos cuentan una supuesta historia gloriosa de la fundación de São Paulo, el estado actual de la región parece ironizar de forma embarazosa esa narrativa. Habitada por habitantes callejeros hambrientos y constantemente violentados por la policía, situada al lado de una facultad de Derecho donde estudian los hijos de la élite económica del país y, considerada por muchos paulistanos, como una zona “apenas frecuentada” y “peligrosa de recorrer por la noche”, la Sé muestra de forma explícita la ciudad que no salió bien. Todos allí, tanto los habitantes callejeros que se unieron a nuestro grupo ante la expectativa de que las semillas dieran frutos, como los hombres que escuchaban el sermón del pastor, parecían estar a la espera de un milagro.
Esos lugares que marcan la fundación de São Paulo representan el inicio de un largo proceso de violencias sufridas por los indígenas. Marca significativa de eso es el asombroso número de cerca de 200.000 indígenas guaraníes quienes, capturados por los Bandeirantes [exploradores y cazadores de fortuna de origen portugués en Brasil durante el siglo XVII], sirvieron como mano de obra esclava para la construcción de la ciudad entre los siglos XVI y XVII, como relata John Manuel Monteiro en Negros de la tierra: indios y bandeirantes en los orígenes de São Paulo.
Expulsados de sus tierras, viendo cómo destruían sus cultivos, los guaraníes fueron reducidos a pequeñas áreas en las cuales no había posibilidad de sembrar sus alimentos y recolectar sus remedios; empezaron a depender cada vez más de los bienes y del dinero de los no indígenas. Mientras caminábamos por la plaza, Aline y Priscila me contaron que aquel lugar les traía recuerdos de infancia, cuando venían con sus padres a pedir dinero a los blancos que pasaban por allí.
Hoy las dos viven en la aldea Kalipety, aunque antes tuvieron que residir durante mucho tiempo en la aldea Barragem, un área de solo 26 hectáreas con una población de más de 600 individuos, de modo que ya no había espacio para cultivar lo que necesitaban: ya no había plantas medicinales ni lugares para cazar. Pero la retoma de la aldea Kalipety parece significar para ellas un cambio en la narrativa de la pérdida de las tierras y de la cultura tan lamentada por los guaraníes. A pesar de haberse encontrado con algunas amenazas iniciales y con una tierra que se encontraba demasiado seca debido al monocultivo de eucalipto, la nueva aldea tenía el espacio y el silencio que ellas ansiaban. Rápidamente los guaraníes recuperaron el suelo de la nueva aldea con sus agrobosques y lograron reproducir una gran diversidad de maíz y papa dulce.
Fue esa la aldea que los integrantes del Terreyro Coreográfico visitaron el 22 de octubre, cuando decidieron apoyar a los guaraníes en organizar una movilización colectiva del plantío. En un relato realizado ese día, Tiago Karai dijo que su pueblo es agricultor, que vive junto con sus semillas. Para él, las semillas son una forma de cargar la memoria de sus antepasados, al pasarla de generación en generación. Así, expulsados de sus tierras, los guaraníes cargaron sus semillas por donde anduvieron con la esperanza de un día poder plantarlas y verlas crecer, recordando sus antepasados y revirtiendo la historia oficial que ha buscado borrarlos.
Daniel me dijo que no creía que el verdadero replanteamiento de un espacio pueda darse solo por la realización de un evento aislado. Para él, como en una coreografía, es necesario apostar por la insistencia del gesto, pues es a través de su repetición que este ganará sentido e intensidad. Marquinhos, un joven guaraní que estaba bien animado durante la acción, me dijo que creía que el maíz crecerá en la plaza y que los habitantes irán a cuidar de sus semillas; él volverá para ver si el maíz ha crecido dentro de algunas semanas. ¡Espero que esté en lo correcto!
Descansamos un poco, entonces, mientras la manifestación daba la vuelta a la cuadra. Pasado algún tiempo, los guaraníes fueron llamados a juntarse al acto nuevamente y a que se subieran al carro con música para cantar y fortalecer la lucha. Inicialmente me pareció incómodo ese momento. Me parecía que los guaraníes no tenían ganas de participar en la manifestación. Aún así, Daniel después me dijo que vio jóvenes de la aldea Barragem que estaban realmente felices por cantar para la multitud que los oía atentamente.
Mi hermana, también actriz, a quien encontré por casualidad en la manifestación, me dijo haberse alegrado mucho con la participación de los guaraníes, pues su presencia daba a la manifestación otro sentido sobre lo que era la lucha por la tierra que ahora también era realizada por los habitantes del Bixiga. Ella me contó que José Celso Martinez Corrêa comprende el espacio del Taller como uno terreno, como una tierra sagrada en la cual, después de la instalación del teatro, las plantas comenzaron a brotar en medio de la ciudad, regadas por el río que, aún inviabilizado, sigue corriendo vivo debajo de la tierra; y que el proceso de gentrificación sufrido por los habitantes y artistas del Bixiga saca a la luz la cuestión de la lucha por la tierra contra el capitalismo que insiste en expulsar las personas de los lugares en que viven, plantan y crean vínculos.
Celebrados por la multitud al subir al vehículo con música, los guaraníes cantaron nuevamente, entre otras melodías, la que mencioné anteriormente, donde se refieren a todas las cosas bonitas que fueron dejadas por las divinidades y destruidas por los blancos. Al final, le preguntaron al joven que tocaba la guitarra y lideraba el coro qué significaba su música. Y él respondió: “La música habla sobre nuestra lucha, sobre nuestra cultura”. A lo que Daniel agregó: “La gente plantó maíz en la Sé. Riéguenlo cuando pasen por allá. Eso también es retomar”.
*La artista visual Guga Szabzon elaboró las ilustraciones que acompañan este texto inspirada en el cultivo comunitario de maíz en la aldea Kalipety, realizado el pasado 22 de octubre.