La Guerra Fría en el cine
El muro como amenaza internacional
La construcción del muro, y con ello la división física evidente de Alemania del Oeste y del Este, tuvieron efectos inmediatos también en el cine. Y en consecuencia, en la forma en que la secretaria en Leeds o el trabajador de una fábrica en Michigan percibían la división alemana. Un viaje a los años 60.
De Karsten Kastelan
Cuando Billy Wilder comenzó en junio de 1961 con los trabajos de filmación de Eins, Zwei, Drei (Uno, dos, tres), no sabía que su comedia llena de peripecias de la posguerra se vería ensombrecida por una gigantesca obra de construcción. Y mucho menos que ésta atravesaría precisamente su lugar de rodaje, la Puerta de Brandemburgo. Pero en la víspera del 13 de agosto de 1961 esta pesadilla de todo director de producción – y en lo sucesivo de una generación de alemanes del este y el oeste – se volvió de pronto realidad. En dónde antes se podía cruzar aún rápidamente hacia Berlín del Este se encontraba ahora el cerco protector antifascista: El Muro.
Para las escenas todavía restantes se tuvo que reconstruir la Puerta de Brandemburgo esta vez en cartón sobre la superficie de un estudio de Múnich-Geiselgasteig, aunque el daño era perceptible. “Nuestras bromas sobre el este y el oeste ya no eran graciosas”, comenta Wilder un cuarto de siglo más tarde, lo cual se dejó ver en diciembre de 1961 sobre todo en la taquilla del cine al permanecer la película Eins, Zwei, Drei durante su estreno claramente por detrás de otras obras de Wilder.
Al mismo tiempo, ninguna otra película refleja tan bien las relaciones entre Berlín del Este y del Oeste, el sector ruso y el americano, como la primera víctima cinematográfica del Muro. Anteriormente el mercado negro marchaba bien, todos se conocían recíprocamente y veían sus fosas ideológicas como algo conciliable. Incluso en tal medida que el, actuado por James Cagney, mánager C. R. MacNamara, director de la filial de Coca-Cola de Berlín del Este, realizó grandes esfuerzos para exportar su producto hacia Alemania del Este. Un sacrilegio al que los rusos contestaron con la contrapuesta de que sin embargo en ese caso se les debiera entregar la fórmula de Coca Cola. Casi otro sacrilegio más grande.
Aunque, como se ha dicho, hasta el fatídico día en agosto todavía se podía reír de algo así.
La broma no obstante terminó pronto – lo que ilustra la película de 1965 Der Spion, der aus der Kälte kam (El espía que venía del frío). Por cierto que esta vez no hubo problemas con el lugar de filmación, ya que todas las escenas junto al muro se filmaron en Dublín. Pero el ambiente de opresión de la película policiaca de espionaje, basada en la novela de John Le Carré, lo dice todo sobre el endurecimiento de los frentes que había ocurrido en los pasados cuatro años. Se veían ya desde el comienzo de Eins, Zwei, Drei imágenes de la construcción del muro – una secuencia filmada posteriormente por Wilder para no dejar que su comedia se viera desfasada – ahora son de pronto tomas de aspecto amenazador de morteros y alambre de púas. La Guerra Fría operaba así de forma constante a una temperatura lo más baja posible, no se esperaba ni se deseaba en forma realista un descongelamiento.
En la primera escena de la película Alec Leamas (Richard Burton), jefe del servicio secreto en Berlín del Oeste, espera a un desertor en el Checkpoint Charlie. Es de noche, hace frío y los nervios están a flor de piel. De pronto aparece un ciclista del lado “enemigo” del puesto fronterizo. Sus documentos parecen estar en orden, pero en eso suena una sirena. Los guardias fronterizos apuntan, y disparan. El desertor muere en plena calle frente a los ojos de Leamas, en tierra de nadie entre el este y el oeste.
En este punto se muestra un claro cambio en la actitud con la que las fuerzas aliadas occidentales examinan la división alemana. Y ello también desde otra clara perspectiva, pues John Le Carré mismo – autor de la novela base, bajo su nombre verdadero, David John Moore Cornwell – fue un espía británico, aunque no en el frío dividido de Berlín sino en el algunas veces de aspecto soleado y provincial Bonn. Su mirada a Alemania del Este es diferente a la de Billy Wilder y el coautor I. A. L. Diamond. John Le Carré es un soldado al servicio de su majestad y su frente atraviesa toda Alemania. El Checkpoint Charlie marca la barrera hacia el cerco del depredador, tras el cual el malvado oso ruso hace y deshace. Y será del otro lado del Muro en donde la película encuentre un final repentino, triste y desilusionado.
La película Finale in Berlin (La final en Berlín), filmada tan solo un año después, tiene otro compás y muestra que la relación alemano-alemana se estabilizaba lentamente – Der Spion, der aus der Kälte kam (El espía que venía del frío) se filmó hasta 1965, aunque la novela se originó en 1963 – y dio absolutamente espacio para contemplar el serio tema con humor (abiertamente cínico).
Esta vez la filmación no fue en el Reino Británico, sino directamente en el lugar, en Berlín. Y nada menos que el director de Goldfinger, Guy Hamilton, se dispuso a poner en escena la humorística novela de espionaje de Len Deighton.
Ya las primeras escenas están llenas de colorido local. Se ve ahí a berlinesas y berlineses paseando por el Ku‘damm, sentados en cafés o patinando en verano. Pero también se ve la colocación de minas en la franja de la muerte, por la que un joven pianista huye al oeste de forma sensacional. Nada de ello aporta realmente al argumento subsecuente: Es sobre todo el cuadro de estados de ánimo de una ciudad, a la que es enviado el agente secreto Harry Palmer (Michael Caine) para llevar al oeste a un desertor ruso de alto rango.
Es decir que entretanto se ha establecido desde hace mucho un arreglo – a la manera desenfadada típica berlinesa, con la cual nunca se puede estar seguro de quien espía a quién y en quien se puede confiar aún, o bien, de quien se debería desconfiar más. El desertor ruso (Oskar Homolka) es pues el oficial responsable de la seguridad del Muro, su adversario (Günter Meisner), el arquitecto de exitosos intentos de fuga. A ellos se suman además una agente israelí (Eva Renzi) y el misterioso comerciante importador de lencería Johnny Vulkan (Paul Hubschmid). El caos perfecto.
En el transcurso de cinco años ha cambiado por lo tanto – a los ojos de las potencias occidentales o al menos de los realizadores de cine y espectadores ahí – la imagen: de graciosa “culture clash” (“choque de culturas”) de ideologías, pasando por la profunda seriedad de un estado de guerra nunca declarado abiertamente, a refugio de oportunistas y espías de todas las ideologías.
Las condiciones de filmación cambiaron también. Primero a Wilder se le alzó (seguramente sin mala intención en concreto) un muro a través del lugar de filmación; luego tuvo que trasladarse el Checkpoint Charlie a Irlanda para la filmación de la película de Ritt. En el caso de Finale in Berlin de Guy Hamilton los guardias fronterizos del otro lado del muro se conformaban con entorpecer los trabajos de filmación con espejos y dirigir luz concentrada a las cámaras. A lo cual la esposa del director, Kerima (en realidad Miriam Charrière), animaba a los guardias fronterizos a saludar amablemente a la cámara. Hamilton se preocupaba entonces, pero poco podía hacer para oponerse el temperamento de su impulsiva esposa.
Los guardias fronterizos tampoco. Ellos sonreían y devolvían los saludos. El Muro habría de permanecer físicamente todavía por mucho tiempo y rondar aún bastante más tiempo en nuestras cabezas. Pero pues ahí estuvo; al igual que las dos partes de un país que habría de desarrollarse de manera muy distinta.
Sin embargo – al menos en el cine internacional – el susto fue mitigado primero. Y ya que con películas de muros, al menos en Inglaterra o en los EUA, no se podían vender de forma automática entradas de cine, la atención se dirigió a otros temas.
Autor
Karsten Kastelan es corresponsal con residencia en Berlín que escribe desde 1991 para un sinnúmero de medios, entre ellos The Hollywood Reporter, Screen International, Moving Pictures y Die Welt. Fue miembro del jurado en festivales de cine de Londres, Dubai, Múnich, Kairo y Palm Springs, por mencionar sólo algunos.