La migración no es un fenómeno reciente en el mundo de la danza. Por numerosas razones, los cultores de este arte han sido y siguen siendo un “pueblo errante”. En muchos casos, no se trata de un nomadismo escogido voluntaria o temerariamente como principio de trabajo. Con frecuencia, los motivos que llevan a bailarinas, bailarines, coreógrafas y coreógrafos a abandonar sus lugares de origen y buscar la diversidad estilística del mundo son las leyes del mercado, la globalización o los mecanismos sociales de la represión, la censura y la violencia.
Jean Georges Noverre (1727–1810) fue ya tempranamente un claro ejemplo de nomadismo en el mundo de la danza. Con su innovador programa para la promoción del ballet como arte escénico dramático, este francés se desplazó infatigablemente por toda Europa en la búsqueda de mecenas, público, bailarinas y escenarios. En la generación siguiente, fueron sobre todo estrellas femeninas del ballet romántico, como Marie Taglioni, Fanny Elßler o Fanny Cerrito, quienes recorrieron el mundo en busca del aplauso del público y de alternativas laborales, llegando incluso a los entonces jóvenes Estados Unidos.
MIGRACIÓN HISTÓRICA
La migración histórica puede ser definida como un fenómeno intraeuropeo; asociado a un cierto bienestar económico, habría que agregar. A fines del siglo XIX y comienzos del XX, la situación se vuelve más compleja. Como resultado probablemente de las informaciones e historias llegadas de las lejanas colonias y a causa también, sin duda, del impacto provocado por las iniciales investigaciones antropológicas, las danzas propias de culturas de otros continentes hacen una rápida entrada a los escenarios europeos de la época. Las danzas japonesas, indonesias, chinas, jasídicas o indias se transforman en atracciones de los programas de variedades de los barrios de vida nocturna. Las compañías de danza que las ejecutaban provocaban admiración, aunque no siempre el mismo grado de respeto. La mayoría de estas danzas consistían en realidad en inventos libres, a cargo de bailarinas europeas que se inventaban una historia exótica para satisfacer las preferencias del mercado. La famosísima Margaretha Geertruida Zelle, mejor conocida bajo su seudónimo indonesio de Mata Hari, pagó su fingido origen con la vida, luego de ser acusada de espionaje y condenada a muerte en Francia en 1917.
MIGRACIÓN POLÍTICA
Este caso particular no tuvo por trasfondo una postura crítica frente al exotismo, sino más bien el contexto propagandístico de la Primera Guerra Mundial. Pocos años más tarde, sin embargo, las circunstancias políticas en Alemania generarían una nueva y radical oleada migratoria. La llegada del nacionalsocialismo al poder en 1933 actuó como desencadenante de una diáspora política de gran escala, puesto que las restricciones al trabajo artístico aumentaban día a día. La así llamada “danza moderna” no estuvo sujeta a la “purga” estética que afectó a las demás artes, puesto que en el concepto cultural del nacionalsocialismo no había una “danza degenerada”. Sin embargo, los creadores de este arte no escaparon a la persecución ideológica, racista y social del régimen, que obligó a muchos de ellos a ir al exilio. Recientes investigaciones muestran cuan drástico fue este éxodo artístico y cuan fructífera su influencia fuera de Alemania. Suena macabro, pero la danza moderna de raíces alemanas y austriacas logró mucha mayor proyección e influencia después 1933 -o 1938, en el caso de Austria-, puesto que los cientos de artistas que se desplazaron por el mundo llevaron su danza con ellos. Gertrud Bodenwieser trabajó en Australia; Renate Schottelius, en Argentina y el resto de América Latina; Gertrud Kraus, en Palestina e Israel; Sigurd Leeder, en Chile. Todos ellos abrieron un camino para el desarrollo de un movimiento de danza contemporánea en distintas latitudes del planeta fuera del ámbito europeo.
MIGRACIÓN MORAL
En la historia reciente y hasta la actualidad, la danza no ha estado exenta de controversias de origen moral. Según sea el sistema religioso, político o social imperante, la danza ha sido mal vista, prohibida, celebrada o decretada estatalmente. Podría decirse que la regla general es: a mayor nivel de monoteísmo, menor presencia de la danza. El mundo musulmán nos ofrece algunos ejemplos. En las aplaudidas coreografías de Helena Waldmann
Letters from Tentland y Return to Sender de mediados de la primera década del presente siglo, las intérpretes eran mujeres iraquíes, que bajo las directrices de la república islámica no pueden bailar en público, y por lo mismo se presentaban ocultas al interior de grandes carpas. La Plataforma de la danza árabe de Beirut, por su parte, en la época de la guerra y del fundamentalismo, prácticamente no cuenta con trabajos de países propiamente árabes en su programa, donde figuran por el contrario gran cantidad de nombres de la diáspora, especialmente de artistas residentes en Europa.
MIGRACIÓN ECONÓMICA
Pero el éxodo artístico no es un fenómeno propio ni de Alemania ni del mundo árabe. En todos los continentes, la danza contemporánea está en constante movimiento, tanto dentro de los países como entre ellos, siguiendo la ruta de las subvenciones, las coproducciones, las residencias y los talleres. Ya hace tiempo que las subvenciones europeas –tanto los subsidios de las comunas como los programas de cooperación internacionales de la comisión europea- no alcanzan individualmente a financiar proyectos en su totalidad, de manera que estos solo pueden realizarse con la concurrencia de varias instituciones. Para los y los artistas participantes, eso significa tener que desplazarse permanentemente desde un lugar de ensayo a otro, desde un teatro al siguiente, desde una reunión a la próxima. Cuando todos los jugadores son locales, el circuito funciona medianamente bien, pero si se trata de producciones con artistas no europeos que requieran visa, el panorama se vuelve definitivamente muy complejo.