​La inercia

​La inercia nos mantiene estáticos frente al horror y a la injusticia, y a menudo hace que perduren durante demasiado tiempo nuestros rumbos más equivocados.

De Cláudio do Couto

​Con todo respeto para con las ondas gravitacionales y los agujeros negros, la física afecta más a la vida de la gente a través de la inercia. Esta se extiende por todas las cosas, se torna metáfora y realidad, nos acecha con cada cambio y rige todo lo que impulsa y transforma. Nos lanza fuera de las curvas de las carreteras y de la civilización cuando nos falta la fuerza centrípeta de la física o de la razón. Nos mantiene estáticos frente al horror y a la injusticia, y a menudo hace que perduren durante demasiado tiempo nuestros rumbos más equivocados.

Para domar la inercia se requiere del dominio del impulso y de la fricción. Domar la inercia es lo que nos lleva a cualquier lugar. Domar la inercia es lo que nos salva de los desastres, porque no hay desastres que no tengan en sus orígenes esta propiedad general de la materia. Si no domamos la inercia nos queda la caída libre, el atropello o el golpe contra la pared. Si nos quedamos en las vías el tren nos arrolla, en ellas o en la historia. Resistir en la justa medida al impulso y al freno es lo que define el éxito de un pueblo, de una civilización y de una vida. 

Diferenciar la prudencia de la apatía y el progreso del retroceso es casi todo lo que nos puede salvar de la extinción y del fracaso. Domemos la inercia que el resto se arregla, con todo respeto para con los agujeros negros y las ondas gravitacionales. Un día habremos de usarla entre las estrellas, si es que logramos no chocarnos contra el próximo árbol, y si pasamos ilesos por el próximo abismo de la carretera.

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